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VISTO / OÍDO
Columna
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Alarma social

Un juez suelta a uno porque lo que la policía le da es insuficiente; la sociedad se subleva, el Gobierno se enfada, la policía se siente ofendida. A la mañana siguiente, otro juez le encarcela porque las mismas acusaciones son suficientes. Desconfío de los dos jueces, de los policías, los periodistas y la opinión pública. No debe ser bueno para los ciudadanos vivir así; ya no creen ni en los presidentes de club. Esto ha terminado bien, porque la muchedumbre y sus jefes de fila se quejan ahora de la generosidad de los jueces. Ha dado la vuelta el sentido de la masa: en tiempos de Robin Hood o de los bandidos generosos, el pueblo a veces se sublevaba y los ponía en libertad.

Supongo que hay varias causas para ello. Una es lo que se llama 'alarma social'. Todos ayudamos a crearla y los que nos inclinamos a la apertura somos sospechosos: de blandura, de tontería. Otra causa es la elevación del pueblo a la condición de propietario: uno de los grandes aciertos del capitalismo es convertirnos a todos en propietarios de casas, coches, segundas residencias, refrigeradores o tiendecitas. Es una trampa: no tenemos nada, lo tienen los bancos, el precio se duplica con los intereses, nos desahucian si no pagamos; cuando lo heredan nuestros hijos, ya es viejo y lo malvenden para comprarse algo mejor ¡con ayuda de los bancos! A nosotros nos queda la mentalidad de propietarios y el odio al que roba: y la barbilla levantada, la mirada histérica. Es como la trampa a la mujer, que le han asegurado que se libera si trabaja y le pagan menos, la amenazan si pretende quedarse embarazada, las someten al toqueteo libidinoso que no todas pueden denunciar y, al final, son necesarios los dos miembros de la pareja para hacer de derechas a todos. Nos engañan, engañamos. La justicia se está convirtiendo en una alarma social. Hay rasgos de desvergüenza política inmensa, como la pretensión de que vuelva a ejercer un juez pillado en plena prevaricación; y participan en ello el Gobierno, media docena de grandes periódicos, cientos de columnistas, un tribunal especial de conflictos, con el Consejo de Estado a favor y el Supremo en contra.

Hay iras del Gobierno cuando la Audiencia pone en libertad a quienes no encuentra culpables cuando interesa multiplicar alguna alarma social. Para sus elecciones, su glorificación de ministros del Interior o de Justicia, su avance hacia la dominación del Todo.

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