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31ª jornada de Liga | FÚTBOL
Columna
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Atrapados

Ramon Besa

Desde ayer en Pamplona, la directiva del Barça ya tiene el partido que necesitaba para destituir al entrenador, pues hay derrotas tan sangrantes que no se pueden consentir; el entrenador dispone del escenario perfecto para remitirse a los directivos, que desde hace un tiempo le vienen paseando a Rexach por los morros; los jugadores hicieron ver que no están o no contestan, tal que les importara más su futuro que el presente; y los aficionados llevan tiempo dedicando el fin de semana a otras cosas, así que igual no saben que su equipo acabó con ocho y que encajó un gol olímpico, otro a la salida de un córner y un tercero después de un saque de banda.

La derrota de El Sadar es de las que no se cuentan sino que demandan soluciones rápidas por lo mucho que ocurrió y que conviene olvidar. Objetivamente, pues, se mire por donde se quiera, Gaspart reúne motivos de sobra para relevar a Serra Ferrer del banquillo del Camp Nou.

Al igual que a Gaspart, a Serra Ferrer le avala más su humanidad y dedicación que no su tarea de entrenador. De producirse, al barcelonista más sentimental le dolerá su destitución, sobre todo porque le consideran uno de los suyos, pero pocos la pararían si pudieran. La directiva le ha venido utilizando desde hace tanto tiempo que ya ha dejado de ser un escudo para convertirse en una rémora. A Serra Ferrer se le llevará seguramente la corriente. Si hasta ahora tenía la coartada del vestuario, a la que se entregó tomando decisiones contraproducentes como la de no reforzar la defensa en diciembre, en Pamplona quedó claro que el plantel le ha dejado.

El Barcelona no tiene equipo, no tiene estilo, no tiene nada futbolísticamente interesante, pese a que, uno por uno, cuenta con jugadores muy importantes. La desvalorización ha sido tremenda, y el entrenador no es ajeno al problema, aunque pueda considerarse justamente como una víctima del entorno del club.

A Serra Ferrer le ha pesado especialmente la acumulación de cargos, porque ahora puede acusársele como director técnico por no haber puesto remedio a los males del entrenador, una paradoja que explica lo mal montado que está el club. Más que de cualquier otro defecto, el Barcelona ha sido víctima de su mala planificación. La pretemporada auguraba precisamente los problemas que ahora se han puesto al descubierto: la falta de un portero, la necesidad de reforzar la defensa, la excesiva proliferación de futbolistas por dentro frente a la escasez de jugadores por fuera, y la dependencia de Rivaldo. El club se mostró demasiado generoso tanto en la concesión de bajas, especialmente de jugadores como Litmanen o Ronald de Boer, como en los nuevos fichajes, la mayoría de los cuales no han cuajado. En la confección del equipo se actuó pues con la misma ligereza que en la composición de la directiva, y de ahí la delicada situación de la entidad.

A Gaspart, al fin y al cabo, le pierde su empeño en implicarse en todo, tanto que es difícil mirarle como un presidente, porque no es siquiera capaz de distanciarse del aficionado. Desde la salida de Figo hasta hoy, no ha resuelto ni un problema sino que ha generado nuevos, como es el caso del entrenador. Gaspart ha dicho tantas veces que Serra Ferrer continuaría hasta el final de temporada que ahora no sabe cómo explicar que hoy puede despedirle porque no tiene autoridad. El problema del barcelonismo es que no se discute sobre la capacidad del entrenador sino sobre la del presidente. La primera decisión que deberá tomar Gaspart es contra su voluntad.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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