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Los niños de la calle 'juegan' con Ceuta

Las autoridades se ven desbordadas por la delincuencia de un centenar de inmigrantes marroquíes condenados a una vida miserable en las calles

Patricia Ortega Dolz

Viven como las ratas, camuflados en los hedores y oscuridades de las alcantarillas que atraviesan la ciudad autónoma de Ceuta y en los recovecos que hay entre las piedras de los muelles del puerto. Son unos 200 varones de entre 9 y 16 años. Llegaron hace días o hace años del norte de Marruecos y han puesto en jaque a vecinos, políticos, policías, fiscales y cuidadores de centros de acogida.

Son algunos de los aproximadamente 300.000 niños que hay al otro lado de la frontera del Tarajal, ya en Marruecos, que lograron burlar la vigilancia policial del tumultuoso paso fronterizo. Otros muchos lo intentan cada día con la insistencia del hambre, pegándose a las faldas de las mujeres.

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Su situación a este lado de la frontera no es mejor. Son carne de cañón de las mafias, y las calles nocturnas de la ciudad autónoma se convierten en escenarios perfectos para delinquir en pandillas, normalmente dirigidas por un adulto indocumentado. En el último mes, los vecinos de la 'perla del mediterráneo', como algunos llaman a esta dimunuta península que marca el principio del continente africano, han denunciado 103 atracos a vehículos.

Son las 22.00 de la noche y varios miembros de la policía local salen, como cada noche, a batir las calles. En las escolleras (piedras artificiales que refuerzan los muelles del puerto), un chico de unos 13 años se tambalea con una botella de plástico en la mano.

-¡Joder!, es aguarrás, dice un policía mientras lo sujeta por el brazo-. Ya esnifan cualquier cosa, pegamento, cola... les da igual.

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-Mira, ahí hay más -señala otro agente.

Detrás de las piedras empiezan a aparecer pequeñas cabecillas curiosas que se mueven de un lado a otro con el sigilo y la agilidad de los gatos. Se aproximan con desconfianza al oír la voz en árabe de uno de los policías. Uno de los chavales le conoce de otras veces, se acerca a él y le abraza.

-Osama, quítate eso de la nariz -le dice el policía mientras huele la manga de la última sudadera que le dieron al niño en el centro de acogida-. Tú no, deja el pegamento ya, hombre.

Pero Osama no es ningún hombre. Es un niño de 11 años que lleva más de cuatro deambulando por España. Las calles de Ceuta han sido y son su principal residencia, aunque ya ha conseguido llegar varias veces hasta Madrid ocultándose en camiones o en los barcos de mercancías que parten hacia la península ibérica.

-Yo he estado en Carabanchel bajo -asegura el chaval en un perfecto castellano.

Está entusiasmado porque tiene un móvil.

-Me lo he encontrado -dice mientras lo enciende-. Te lo vendo por 5.000 pesetas.

-¿Por qué no estás en el centro de San Antonio?, ¿Dónde piensas dormir esta noche? -, le inquiere el agente.

-Tenemos nuestra chabola -dice Osama orgulloso-. Mira.

Moviéndose como pez en el agua por las aristas y los laterales de las piedras, muestra su guarida: un hueco profundo y húmedo entre dos piedras al borde del mar.

-Ahora vamos a ir a por los cartones para dormir -dice-. Tenemos comida.

Se acerca a una caseta abandonada y saca el botín del día: una caja de yogures caducados. Entretanto se ha formado un corrillo de niños por los alrededores, todos con las manos en la nariz, todos inhalando pegamento.

Una hora más tarde, 23 de ellos (algunos consiguen escabullirse por las galerías de las piedras y las alcantarillas) están en el centro de acogida de San Antonio, en el monte que llaman del Hacho, a donde cada noche la policía lleva una media de 25 chavales. Los mismos que se escapan a la mañana siguiente y vuelven a las andadas y a los robos.

'Se trata de un centro abierto, y la Ley del Menor nos impide retener a los chicos, que aprovechan sus horas de paseo para huir colina abajo hacia la ciudad', explica la directora del centro mientras muestra sus escasas instalaciones. Unos cincuenta catres, unas duchas comunes y un salón multiúsos son todos los acondicionamientos con los que cuenta esa antigua residencia militar. De las comidas se encarga el Ejército (en Ceuta hay del orden de 20.000 militares).

'Aunque ahora haya aquí siete, esta noche han dormido 93, pero no me preguntes cómo', comenta la directora.

Esta situación hace prácticamente inútil la labor de la policía, que, salvo que coja a los chavales delinquiendo, no puede más que ponerlos bajo la custodia de la comunidad autónoma llevándolos al centro, tal y como obliga la Ley.

Sólo una orden de la Fiscalía de Menores puede autorizar el ingreso en un reformatorio -hay uno en Ceuta ocupado fundamentalmente por niños ceutíes- o la repatriación por reagrupamiento familiar con consentimiento de los familiares, normalmente ilocalizados.

Según los datos de la Delegación del Gobierno, desde 1999 y tras las denuncias por malos tratos presentadas entonces contra la policía, no se ha producido ninguna repatriación de un 'menor indocumentado no acompañado'.

Las permanentes denuncias de los ciudadanos por robos en vehículos (roturas de cristales y sustracciones de retrovisores) o en las terrazas de los pisos bajos, junto con las insuficientes instalaciones del centro de San Antonio, han desencadenado toda un polémica en torno a las posibles soluciones del problema. Las autoridades se debaten ahora entre el control de la delincuencia y el respeto de la Ley del Menor.

El consejero de Asuntos Sociales, Mohamed Chaib (uno de los tres miembros del Partido Democrático y Social de Ceuta -PDSC-, de corte musulmán, que conforma, junto con el PP y los tránsfugas del GIL, el gobierno de la ciudad autónoma), va a firmar próximamente un convenio con la asociación musulmana Luna Blanca, coordinadora de la principal mezquita de la ciudad. La finalidad es subvencionarla a cambio de que se haga cargo de los menores desamparados. 'Tienen una cultura común y contactos en Marruecos para localizar a sus familias. Además, tienen aulas donde pueden desarrollar múltiples actividades para retenerlos de manera indirecta. Tenemos previsto crear unas instalaciones en los terrenos (cedidos por la asociación y contiguos a la mezquita) para dormitorios y comedores', asegura el consejero, que ve en ello la mejor solución.

Sin embargo, las preguntas siguen siendo las mismas: si devuelven a los niños con sus familias, ¿quién garantiza que no volverán a huir tratando de burlar la vigilancia fronteriza de nuevo, cuando incluso algunos se fueron a sus casas a celebrar el día del cordero y después regresaron a Ceuta?. Y si se quedan en la mezquita, ¿cómo evitarán que vuelvan a las calles a delinquir?

La solución es compleja y delicada al tratarse de menores, pero tiene un precedente: Melilla. 'Hace dos años estábamos en la misma situación. La solución pasa por la integración. Es necesario escolarizar y documentar a los chavales tal y como exige la Ley del Menor. No hacerlo supone un delito, y sobre todo es el olvido de que el menor es víctima de unas circunstancias que le han venido dadas de nacimiento', comenta José Palafón, presidente de la Asociación Pro Derechos de la Infancia en Melilla. Allí ya hay cuatro centros de menores inmigrantes con unos cien chicos. 'Setenta de ellos están estabilizados, escolarizados y con permiso de residencia, y el resto está en proceso de hacerlo. Tendrían que ver cómo estaban hace un año. Ahora ya empiezan a tener un futuro que no es la cárcel', agrega Palafón.

En Ceuta, sólo 20 niños de los que han pasado por el centro de San Antonio en los dos años que lleva funcionando van al colegio y, de momento, ninguno tiene papeles.

Los conflictos laborales aparejados al cierre de ése centro, donde han prorrogado por dos meses los contratos de las 20 personas que trabajan allí, que conllevará trasladar esas competencias a la asociación musulmana Luna Blanca, han generado una polémica paralela. La pugna sobre quiénes serán los tutores contratados para cuidar de los niños comienza a parecerse más a una lucha velada entre moros y cristianos, en una ciudad con 70.000 habitantes de los que casi el 40% son musulmanes.

Mientras tanto, esta noche y una vez más, más de un centenar de niños dormirán sobre cartones en las inmediaciones de las cloacas y las escolleras ceutíes.

Varios niños de la calle juegan por la noche en las escolleras del puerto de Ceuta.
Varios niños de la calle juegan por la noche en las escolleras del puerto de Ceuta.P. O. D.

Comercio y escondites

El paso fronterizo del Tarajal, en Ceuta, es un hervidero diario. Unas 30.000 personas cruzan la frontera española cada día vigiladas por una decena de policías. Unos porque trabajan en Ceuta, sobre todo las mujeres, y otros porque compran mercancías en la ciudad autónoma. Para este último cometido, que mueve 400 millones de pesetas diariamente, inyecta en las arcas de la ciudad 10.000 millones anuales y mantiene a cuatro millones de marroquíes, no tienen que irse muy lejos. Un polígono de naves industriales donde se vende de todo (fardos de ropa de segunda mano, latas de conservas, griferías, electrodomésticos...) se levanta junto a la alambrada del perímetro fronterizo. Miles de personas cargan a sus espaldas todo tipo de productos y esperan largas colas para cruzar el paso marroquí. El trasiego constante se convierte en el mejor escondite para aquellos que tratan de cruzar la frontera ilegalmente.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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