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Columna
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Rayuela

Tiene 27 años y es el cura de moda. Desde la plazuela de la Giralda sube la cuesta de la Borceguinería, amparándose en la sombra de los naranjos. Ha sacado sus oposiciones a capellán real y en la Audiencia y en claustros se alaba el sermón que predicó en honor de San Fernando y que ya anda impreso en pliegos dobles. Sus primos lejanos, los Wiseman, le han avisado del nacimiento de un niño, y acude, entre los pregones de sandía y las avispas, a bendecirlo.

Muy cerca de la casa de los Wiseman, delante de lo que hoy es parroquia de Santa Cruz, unas losetas grandes, pareadas, oscuras, brindaban el mejor sitio del barrio para jugar al tejo, pintado con tiza en el suelo, renovado con ahínco cada día, indeleble ya en sus recuerdos. Allí se detuvo a veces, de niño, a jugar con sus primos los Wiseman, un ratito, antes de girar, despavorido, camino de la plaza de Molviedro, donde debía aprender inglés comercial y contabilidad. Un verdadero tormento. Huyendo de él buscó la otra salida del laberinto de tiza, por la derecha, entró en la iglesia y se inventó una vocación de cura. Ahora la vocación flaquea, entra en crisis; acaba de enterarse de que su hermana mayor morirá pronto en la clausura del convento de Dueñas, donde ingresó bajo una fuerte presión de su confesor.

'Puedo afirmar, que en este período de mi vida se fraguó todo lo que los subsiguientes acontecimientos no hicieron más que desarrollar', escribió Blanco White en su Autobiografía. Acontecimientos. Saltar lejos, dejar su muy amada ciudad, su patria, su fe y su idioma, convertirse en una conciencia insobornable y crítica, de la decadencia española y del fanatismo católico.

El recién nacido, Nicolás Wiseman, también escapó del laberinto de tiza por la puerta de una iglesia. Antes de los 30 años era profesor de lenguas orientales en Roma y rector del Colegio Inglés. Dedicó toda su vida a la renovación del catolicismo en Inglaterra y mantuvo estrecho contacto con los miembros del Movimiento de Oxford. Cuando la revolución industrial hizo de Londres una metrópoli gigantesca, suntuosa, caldo nutricio de Oliver Twist y del Manifiesto Comunista, un proletariado de irlandeses famélicos engrosó la nómina católica hasta unas 30.000 personas. En 1848, Wiseman fue trasladado a Londres como vicario apostólico.

Ambos sevillanos de raíz irlandesa, Blanco y Wiseman, vivieron apasionadamente la polémica doctrinal y pagaron la factura de su valor de símbolos. Cuando Pío IX llamó a Wiseman a Roma para nombrarle cardenal, la multitud en Londres protestó por la intolerable injerencia papal y los quemó en efigie. En cuanto a Blanco, sepultado en un idioma extranjero, borrado de la memoria académica y civil, amartillado por Menéndez y Pelayo como el renegado de todas las sectas, el leproso de todos los partidos, fue una sombra errante en la bibliografía erudita hasta que Juan Goytisolo, valerosamente, editó su Obra Inglesa, en español, a comienzos de los setenta.

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