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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Atentado

El efecto intimidatorio que persigue ETA con sus atentados se cumple también cuando falla. Su mensaje es en todos los casos que quienes no se plieguen son asesinables: los jueces, militares, guardias, ertzainas, concejales, periodistas, profesores que no estén voluntariamente de su lado o dispuestos a pasarse por temor podrán convertirse en víctimas del conflicto, y con ellos, otras personas señaladas por el azar. ETA intentó ayer en Madrid una matanza similar a la que hace 105 días costó la vida a un magistrado del Supremo, su escolta y su chófer y el conductor de un autobús municipal, y causó heridas a 66 viandantes. Se ignora quién era la persona elegida en esta ocasión como víctima principal, pero es seguro que no hubiera sido la única.

Los terroristas saben mejor que nadie que lo que pretenden no lo alcanzarán mediante el convencimiento de los ciudadanos por las buenas, y por eso tratan de persuadirles por las malas. A las personas con influencia social, haciéndoles ver que les conviene ceder; al común de los ciudadanos, demostrándoles que nadie está a salvo: para que exijan a los otros que cedan.

Entre el atentado de octubre y el de ayer, ETA ha intentado masacres como la de la Universidad de Bilbao, en la que habrían caído decenas de personas, o la del cementerio de Zarautz, en la que intentaron asesinar a la dirección del PP vasco. Es casi seguro que si cualquiera de esos atentados hubiera tenido éxito, Ibarretxe se habría dejado de más ocurrencias y habría convocado ya las elecciones; y es improbable que ningún político democrático hubiera dicho que no pediría a ETA su disolución mientras quedase un solo preso etarra, o que los del PP vasco son franquistas embozados, o que los intelectuales y profesores no adictos son más peligrosos que las bombas del treinta y seis; discursos que, con independencia de las intenciones, son interpretados por los terroristas como prueba de que hay motivos para matar sin mala conciencia. Pues bien: el atentado de ayer ha venido a recordar que sólo el azar ha impedido que esas matanzas se produzcan. ¿No sería lógico entonces actuar como si se hubieran producido, dado que no hay duda de la voluntad de ETA de provocarlas, y dejar de repetir que detrás de ellas hay un problema político que requiere concesiones a quienes las provocan?

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