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Columna
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Umbral

José Luis Ferris

Decir que Francisco Umbral es un bocazas resulta ya un epíteto; no es una información que añada nada nuevo a su perfil, como tampoco lo es afirmar al mismo tiempo que es también un maestro de la palabra y que sus escritos han renovado el aire rancio de la lengua española. Lo malo de gente como él es que le crecen enemigos por todas partes, y la vida, por mucho que él mismo lo niegue, no es cómoda con tanto adversario de por medio. Umbral se ha creado esa imagen de hombre sobrado, de criatura suprema a la que se la suda el mundo, de notario oscuro pertrechado bajo su melena patriarcal y solemne que mira a sus contrarios desde la atalaya de la inteligencia y se ajusta las gafas para contemplar con agudeza los defectos ajenos. Y lo malo de pasar por la vida con esa prestancia, acaparando todo el protagonismo dentro de la tribu, es que el carisma acaba por sepultar el talento innato, y la obra literaria -que es al fin y al cabo lo que cuenta y lo que queda- ocupa un plano innecesariamente secundario.

La imagen de Umbral, su lengua bayunca y suelta, han hecho flaco favor al Umbral escritor, a ese Larra de nuestro tiempo que demuestra a diario lo que el verdadero ingenio literario puede dar de sí. Y la polémica que la concesión del Cervantes ha levantado contra él es tan injusta como merecida. Saber perder no es nada fácil, pero no saber ganar es quizá mucho peor, y Umbral no está sabiendo ganar en esta partida contra sí mismo. Pero tampoco lo está haciendo bien su más directo adversario en la candidatura a tan cacareado premio. El propio Bousoño ha llegado a afirmar, por una parte, que 'nada me interesa menos en la vida que los premios', para luego decir que el fallo del jurado le parece 'totalmente bochornoso', que 'todo el proceso estuvo lleno de anomalías' y que 'el presidente del jurado incumplió su obligación legal'.

Los conozco a los dos y les aseguro que la vanidad es para ambos un derecho recurrente. Sin embargo, hay escritores que tanto en la gloria como en la indiferencia siguen echando mano de la discreción e incluso del silencio. Pienso, por ejemplo, en Delibes y me acojo a sagrado para salir airoso de tantas tentaciones.

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