_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Incomunicación

Es esta la noche más aburrida de todo el calendario nocturno cuando decidimos tomar una copa a última hora en una discoteca, pues Mario quiere explicarme su teoría acerca de la incomunicación en las discotecas. Nos perdemos entre la multitud, nos perdemos entre esferas y cubos fosforescentes, nos perdemos en el laberinto y una marea de cabezas vociferantes nos escupe justo en el centro de la pista vacía. Discretamente nos retiramos a un lado, flashes de láser, fogonazos en la espalda: '¿por favor me dejas pasar?', y la gente abre un pasillo que atravesamos a trancas y barrancas. Cuando estamos bien protegidos, en una esquina discreta a la sombra de los focos, Mario se pone a explicarme que lo que estoy viendo no es comunicación humana sino todo lo contrario, una pantomima alcohólica que no lleva al entendimiento, sino al absurdo y el sin sentido.

En esos instantes a un hombre que hay a nuestro lado le da un curioso baile de San Vito y se dispone a mover un poco los huesos en la pista casi vacía al ritmo de las congas vudú. 'Menuda manga lleva', dice Mario, mientras el hombre brinca de un lado para otro. Está claro que no tiene sentido del ridículo: mejor para él. Cerca danza una cariátide, marcando histéricamente el ritmo con una llamarada de pelo amarillo con el que abofetea al otro hombre danzante en el rostro. 'Le está provocando', dice Mario. 'Pues eso es lenguaje no verbal', replico yo. Contemplamos la escena con aire de experimentados científicos, mientras yo animo mentalmente al bailarín desconocido a que responda a la rubia de alguna manera y así poder discutir la teoría de Mario acerca de la incomunicación en las discotecas. 'A mí me parece que se están comunicando', le digo. '¿Comunicarse?', replica Mario, '¿Tú crees que comunicarse es dar de golpes a alguien con el culo?'. Y efectivamente, la danzarina está golpeando con el culo a su esporádica pareja de danza, en plan ballet de Lazarov. El pobre hombre así atacado mira a un lado y al otro, y al final fija su mirada confusa en nosotros, como en aquellas viejas películas, cuando el herido de muerte suplica a los que tiene cerca que le quiten la vida. Discretamente, el hombre se retira de la pista, y la mujer vacila antes de hacer lo propio. Reconozco que Mario ha ganado esta vez, y que la comunicación entre los danzantes ha durado poco. Lo reconozco pero sigo disfrutando del espectáculo, los hombres y las mujeres chillan, y parecemos todos sordos en la infernal discoteca, mientras la pista sigue vacía.

Mario tiene una sonrisa triunfal. '¿Lo ves?', vocifera, 'Hoy ni siquiera baila nadie. Aquí nadie se entera de nada. Todo el mundo habla a gritos y dudo de que las ideas expresadas en estas condiciones sean saludables'. Estoy asintiendo a todo lo que dice Mario, sospechando que ni siquiera nuestras propias ideas tienen demasiada coherencia en estos momentos, cuando de pronto entra un enano en la sala. El enano se pide una copa, acompañado de un grupo de amigos. Pero he aquí la sorpresa: detrás de él entra una enana, también acompañada por su propio grupo de amigos. Gran coincidencia que nos hace pensar a Mario y a mí, o más bien desear, que ambos enanos se conozcan, que se presenten, o algo parecido. Si la discoteca hubiera pronunciado en aquellos instantes un uniforme clamor al respecto, éste hubiera sido: '¡Que se besen! ¡Que se besen!'. Mas todo el mundo está a lo suyo y nada de eso sucede. Ambos grupos, con sus respectivos enanos, se sitúan el uno junto al otro frente a la barra, pero los enanos se ignoran. Ni siquiera intercambian una cómplice mirada de reconocimiento mutuo. Y así siguen durante el resto de la noche, después de que Mario haya intentado explicarme de alguna forma que ha sido el volumen de la música lo que ha separado definitivamente a los enanos, que de haberse encontrado en otro lugar sin duda se hubieran hecho amigos. 'Mario, te has pasado con el whisky', le contesto, y sentencio: 'Vámonos, antes de que la gente empiece a comunicarse de verdad'. Dicho y hecho: nos largamos, no sin antes despedirnos de la pista vacía y de la gente de la barra, incluidos los enanos, en un supremo ejercicio de comunicación humana.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_