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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Manzanas

El asesinato de Melitón Manzanas por ETA en 1968 le convierte en una víctima del terrorismo, pero ello no anula su condición de torturador franquista. En cuanto asesinado por ETA, es una de las personas afectadas por la Ley de Solidaridad que el Parlamento aprobó por unanimidad en 1999, en periodo de tregua. Pero ser asesinado no es en sí mismo un mérito; los méritos o deméritos personales son anteriores a ese instante supremo. Por ello, que la democracia conceda la Gran Cruz de Reconocimiento Civil a las Víctimas a un servidor de la dictadura especializado en torturar demócratas parece un disparate.

No hay duda de que la ley, tal como se aprobó, obliga al Gobierno a conceder a Manzanas, a título póstumo, la 'distinción honorífica' a que se refiere su artículo 4. La única discusión de fuste previa a su aprobación fue la de su ámbito temporal. Existían opiniones favorables a limitarlo al periodo democrático, pero ello planteaba el problema de dónde poner el límite: ¿en la muerte de Franco, las elecciones de 1977, la aprobación de la Constitución? Además, podía ser un agravio para personas asesinadas por ETA en el franquismo sin tener relación alguna con el régimen: un taxista, policías municipales, clientes de la cafetería Rolando. Un policía asesinado en la puerta de una oficina de Correos, ¿era un fascista que merecía morir?Finalmente, en aras de la unanimidad, se acordó poner el límite temporal en enero de 1968, año en el que se produjeron los primeros asesinatos de ETA, y no establecer distinción alguna entre las víctimas. Seguramente la decisión fue favorecida por el clima creado por la tregua, que aún se esperaba convertir en definitiva.

Ahora se comprueba que aquella decisión llevaba el germen de situaciones absurdas como que la sociedad democrática reconozca mérito civil a un torturador. ¿Estuvo justificado el asesinato de Manzanas? A la vista de la dinámica que aquel crimen desencadenó -y cuyos efectos se miden hoy en unos 800 muertos, casi todos en democracia- hay motivos para concluir que no. Pero ello no permite equiparar, ni política ni moralmente, el asesinato de un torturador al servicio de una dictadura con el de un concejal, un policía o cualquier otra persona en un régimen democrático. Porque, contra la pretensión expresada ayer por EH, lo más parecido al franquismo que queda entre nosotros es el intento de exterminio de opositores políticos que practica ETA; en Zarautz, sin ir más lejos.

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