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VISTO / OÍDO
Columna
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Esclavos

El suceso que ha tenido por víctimas a inmigrantes ecuatorianos levanta unas cuestiones de conciencia en los periódicos y afines. Como si no se supiera lo que estaba pasando: las empresas piratas, los transportistas fantasmas, los pasos a nivel sin barrera; y trabajadores en régimen de esclavitud. El suceso despierta culpabilidad moral en mucha gente: por lo menos en los dos mil que asistieron al funeral, incluyendo un ministro, como si también alguien del Gobierno creyera que son víctimas de su forma de terrorismo estable, tranquilo, legal.

Convendría saber cómo viven los 70.000 ecuatorianos que están aquí. No es la comunidad más numerosa: la primera es la de los marroquíes; la segunda, la de los chinos. Viven de las trampas que hacemos. De contratistas de personal, de agencias especializadas, de lenidad en las autoridades. Y más vale que tengan esa lenidad, porque si no expulsarían a una gran parte de ellos. Son los sin papeles: lo que debe hacer la cadena de autoridades que los cerca, los persigue y redacta las leyes es dar papeles a quienes no los tienen. Su existencia es la mejor prueba de ellos mismos: son, están, tienen hambre, trabajan, les pagan por debajo del nivel de subsistencia, viven hacinados o en la calle; los atraen hacia algunas provincias -últimamente, Almería y Barcelona- con el bulo de que allí son más fáciles los papeles, y cuando se concentra una masa miserable, se los llevan hacia trabajos clandestinos. Y trabajan sus hijos.

Nos asombramos de que, aun con tantas leyes, haya en España trabajo infantil. Y prostitución. Lo que debía asombrarnos es la existencia de esas leyes porque, al final de todo, es una ley inicua, la de Extranjería, la culpable y la que facilita la esclavitud. Los niños no son una clase aislada de la miseria: pertenecen a ella como sus padres y sus antepasados, y trabajan o no comen. No veo que las leyes que prohíben el trabajo infantil les provean de un sueldo, tres comidas al día, zapatos, libros y escuela. No veo en esta ley nada que no sea hipocresía y maldad. Tampoco es difícil pensar que somos así: vivimos explotando a otros, en su país o en el nuestro. Si es eso, si necesitamos esclavos para reducir el precio del trabajo y privarle, al fin, de las protecciones conseguidas desde los siglos de las revoluciones, y hasta para que den a luz españolitos en barrios de chabolas donde las clases castizas pero pobres encuentran a otros para martirizar, conviene que lo sepamos. Sepamos quiénes somos. Y no hablemos más de los alemanes que mataban judíos.

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