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Imágenes y creencias ANTONIO ELORZA

Antonio Elorza

Es seguro que en este cuarto de siglo la mentalidad democrática ha arraigado en España; no lo es tanto que los ciudadanos reconozcan la condición nuclear que en el sistema corresponde a la Constitución. Conviene advertir que este ajuste casi nunca resulta fácil de alcanzar. En Francia, no se logró hasta que, de un lado, la derecha gaullista asumió los símbolos y las instituciones republicanas, y de otro, Mitterrand, en un fabuloso ejercicio de cinismo político, amoldó la izquierda a las instituciones surgidas de lo que él mismo calificara de "golpe de Estado permanente". Resulta, pues, lógico que en España, con la herencia a cuestas de cuatro décadas de dictadura militar y de una terrible contienda civil, más la presión centrífuga que introducen los nacionalismos periféricos, ese encaje entre mentalidad política e instituciones siga siendo insatisfactorio. En una palabra, no cabe predicar del consenso constitucional lo que de las creencias escribiera Ortega: "Con las creencias estamos inseparablemente unidos; por eso cabe decir que las somos".Tal vez porque la España democrática, esa compleja nación de naciones que alcanza reconocimiento aun insuficiente en la Constitución de 1978, no tiene aún clarificada su fundamentación en la mente de la mayoría de sus ciudadanos. Sin duda por pragmatismo, el PSOE rehuyó el problema, cuando el famoso V Centenario ofreció una ocasión de oro, en pleno periodo de optimismo nacional, para presentar a los españoles, más allá de los fuegos artificiales de la isla de la Cartuja, esa trayectoria que va de un imperio precapitalista, cuyas contradicciones llevan al "tiempo del Quijote", a la nación lastrada por el arcaísmo hasta la tardía modernización que sólo cuaja a partir de los años sesenta, cuando ya todas las facturas del atraso se encuentran pendientes de cobro. Tampoco supo el PSOE ajustar las cuentas con el franquismo.

En esto, el PP ha sido más activo en todos los planos, pero su decidida orientación conservadora difícilmente favorece la integración en una cultura política democrática. La línea de grandes exposiciones trazada por María del Carmen Iglesias y por los "historiadores de confianza" del ministerio borra cuidadosamente todas las aristas -insistiendo en la modernidad de la Restauración o minimizando el alcance de los desastres de la Invencible o del 98-, para desembocar en la identificación entre Nación y Monarquía. Incluso puede llegarse a decir que la nación española existía ya en tiempo de los visigodos -catálogo de Carlos V y su mundo- o sugerir que la monarquía encarnó siempre la grandeza de España. Pero esto, más allá de la obtención de honores para los servidores antaño izquierdistas de un Gobierno que se premian a sí mismos, sólo puede tener en política un efecto bumerán. Como el famoso informe de la Academia de la Historia.

Es una orientación observable en todos los planos de la acción cultural del área "popular". Puede servir de emblema la filmografía de José Luis Garci, cineasta admirado por Aznar y pontífice del ramo en TVE, capaz de generar consolación en el tratamiento de cualquier vidrioso tema, o, dicho en lenguaje culinario astur, de rebozar con almíbar los ingredientes de una fabada. Como en las pinturas de los hermanos Le Nain en el siglo XVII francés, los elementos de una situación trágica entran en escena, pero sólo para ser sometidos a un inmediato proceso de edulcoración. Detrás de la acción se encuentran aparentemente las miserias de la posguerra, curas, guardias civiles, pero todo ello es reconducido a una visión satisfactoria donde los grupos dominantes son bondadosos y los subalternos mueren en las cárceles de Franco "de frío" o saben por "un pálpito" que nada les va a pasar. Siempre, eso sí, unos arriba, otros abajo. La España del PP está ya ahí, en You're the One, como antes prefigurada en Volver a empezar. Sólo que desde la imagen de esa lacrimógena disneylandia franquista mal pueden entenderse los problemas de la España democrática. Y otro tanto ocurre, volviendo a la política de conmemoraciones, con la exaltación de Felipe II, o la venidera de Alfonso XIII. El nacionalismo vasco da aquí -pensemos en las palabras y los silencios de la reciente pastoral de Uriarte- todo un ejemplo de cómo crear, y desde el mito, una atmósfera política.

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