'Malvarrosa-requiem'
El café Malvarrosa, antro de bohemios y legendario comedero de los ilustres Pla y Fuster en los 50, cierra por demolición
Ni condes, ni descalzos. Pero como la mítica condesa descalza, a ellos también les ha llegado la hora del lapidario "Che sara, sara!". O lo que es lo mismo, el capitán de un barco a la deriva llamado café Malvarrosa, Toni Moll, y toda una curtida tripulación de bohemios, parranderos y borrachos, poetas, pintores y palmeros, anoche echaron el ancla y entonaron the last Malvarrosa-requiem, entre viejos anuncios modernistas de aquel coctel de champú que nunca se llegó a servir.En una de las estrechas calles que bordean el centro de la ciudad donde la riada de 1957 causó estragos, los inquilinos de una pequeña planta baja situada en Ruiz de Lihory optaron por abrir una taberna para tratar de salir de la ruina. El Bar Universidad, cuyo alias fue siempre Los Tres Cerditos, acogió en los cincuenta a comensales tan ilustres y a veces tacaños como Josep Pla, Joan Fuster o Alfons Roig, cuyas tertulias fueron revistiendo el local de una pátina intelectual y macilentas paredes. Terreno abonado para noches etílicas.
Así fue como Tomás March, hoy galerista de prestigio, asumió el control de la nave en 1978, en alianza con el pintor Vicent Fuenmayor, cuando empezaban a sonar las flautas de una incipiente democracia. El café Malvarrosa nació, pues, al mismo tiempo que se paría la Constitución, como una reivindicación de esa playa malva y rosa de Valencia, abandonada como siempre de la mano de dios y de la especulación.
Las veleidades literarias de March convirtieron el café en centro de encuentro y tertulia para escritores y poetas. En las mesas de mármol se revisaron ediciones de tirajes limitados pero dilatadas lecturas como Séptimo Miau, Ojuebuey o los Quadernos Cuervo, impresos con más calor y entusiasmo que centavos, de la mano de José Luis Falcó, José María Izquierdo y siempre cerca (aunque nos mire desde arriba) José Miguel Arnal, arropados de toda una generación de poetas y críticos valencianos que forman parte ya de la antología literaria.
Toni Moll, militante de Lo Rat Penat (cuando el secesionismo no se había inventado), ya publicaba a finales de los sesenta una revista militante que respondía al tópico de Tres i Quatre -"tres països i quatre barres"- que el editor Eliseu Climent adoptó como marca.
El destartalado seiscientos de Moll subía y bajaba de Barcelona cargado de material subversivo en forma de letra impresa, que se vendía en puestos improvisados hasta que Tres i Quatre se convirtió en librería. Pero Moll se desmarcó pronto del proyecto y se embarcó como librero en solitario en Dau al Set, donde soportó más de una agresión violenta por ofertar cultura catalana.
Su aventura como empresario autónomo murió por agotamiento y Moll recaló como grumete en el café Malvarrosa en 1982. March cedió el control de la nave en 1988. Y las paredes empezaron a vestirse de cuadros. El librero, un convencido nato de la agitación cultural al margen de los circuitos oficiales, ofreció las paredes del Malvarrosa a imberbes talentos de la pintura convertidos hoy en referentes como Xisco Mensua, Marcelo Fuentes, Julio Bosque o Guillermo Peyró, simpre después del inefable Pepo.
Pero la pasión por la palabra nunca cedió. Y empezó a editar Ma d'Obra, una hoja que combina la ilustración con el texto, cuyo último número, el décimo, se cocina estos días. También colaboró con Vicent Berenguer, responsable de la colección de poesía Edicions de la Guerra-Café Malvarrosa, y forzó los primeros libros en castellano. En solitario, café Malvarrosa ha editado una delicia poética del músico Juan Hidalgo o El caso Santos, de Josep Ruvira. Músicos de toda cuerda han hecho vibrar a los parroquianos, abrigados por el calor que genera el pequeño local. Georges Moustaki ofreció a Moll el mejor regalo cuando tocó hasta al amanecer en una noche de cumpleaños. El Colegio del Patriarca heredó el edificio hace unos años y ha forzado la salida de los escasos inquilinos. Como avisaba Mankiewicz, "las sagas son un bien en peligro de extinción". Moll parte ahora hacia La Linterna, desde donde escribirá sus memorias después de su muerte: "Això, no puc ser!".
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