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Dick Cheney o la fidelidad a la derecha

Bush escogió para la vicepresidencia a un político con la experiencia que a él le falta en el poder

Quizás la prueba más contundente de que "el conservadurismo compasivo" que predica George W. Bush no es más que un eslogan sin contenido real, sea su elección de Richard Dick Cheney como su compañero para la vicepresidencia. Porque resulta difícil encontrar, salvo en el caso de su mujer, Lynne, un político republicano menos centrista y más a la derecha que Cheney.Sus credenciales y su experiencia en el proceloso mundo de Washington son imbatibles. Nativo de Nebraska, pero recriado en Wyoming, en cuya Universidad se doctoró en ciencias políticas, Cheney se convirtió a los 35 años en el más joven director de gabinete de la Casa Blanca con el presidente Gerald Ford, el puesto político más importante de la mansión presidencial. Congresista por su Estado de adopción durante seis legislaturas, Cheney pronto se destacó como uno de los más ardientes defensores de los proyectos legislativos de Ronald Reagan, singularmente la polémica guerra de las galaxias. Su lealtad a la causa se vio premiada por el sucesor de Reagan, George Bush padre, con la Secretaría de Defensa, desde donde dirigió la coalición internacional que derrotó a Sadam Husein tras la invasión de Kuwait.

Negociador hábil y pragmático en sus relaciones con el Congreso -su nombramiento fue ratificado en el Senado por 92 votos a favor y ninguno en contra-, Cheney, de 59 años, tiene en su haber como congresista el dudoso honor de haberse opuesto a todas las proposiciones de ley progresistas presentadas en la Cámara baja, desde la despenalización del aborto al control de armas, tema en el que fue más allá incluso que la Asociación Nacional del Rifle. Como le recuerdan sus rivales demócratas, sus votaciones en el Congreso no avalan precisamente un pasado centrista.

Su designación por Bush como número dos de su candidatura constituyó una sorpresa, ya que Cheney presidía precisamente un equipo de notables nombrado para seleccionar un candidato a la vicepresidencia. Al final, y muy posiblemente por consejo paterno, Bush junior quiso premiar la lealtad de Cheney a su antecesor y a las causas defendidas por la derecha republicana con su incorporación a la candidatura. Con su elección, Bush trata de compensar las acusaciones demócratas sobre su falta de preparación y de experiencia. Pero, al mismo tiempo, se convierte en un arma de dos filos para el aspirante republicano, que no cesa en su campaña de atacar la corrupción de Washington. Si alguien representa a ese mundo es precisamente Cheney.

En todo caso, y desde el punto de vista de sus intereses personales, Cheney ha hecho un buen negocio. Su incorporación a la candidatura le obligó a presentar su dimisión como presidente ejecutivo de la petrolera tejana Halliburton, una dimisión que le valió un regalo de despedida de cerca de 20 millones de dólares. El escándalo fue de tal magnitud que Cheney se ha comprometido a devolverlo si accede a la vicepresidencia.

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