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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Purgas en las bolsas

Las previsiones de crecimiento económico y de los beneficios empresariales en los principales países industrializados son más moderadas de lo que eran hace unos meses. La casi totalidad de las partidas que integran los costes de las empresas afrontan un periodo menos favorable que el vigente hasta ahora: suben los precios de la energía y los costes financieros, al tiempo que el repunte inflacionista, unido a la reducción del desempleo, no favorece la contención de los costes salariales, sino todo lo contrario. En una época de menor demanda e ingresos por ventas, el resultado es, lógicamente, un crecimiento inferior de los beneficios empresariales en un número importante de compañías que cotizan en los mercados. Además, algunas bolsas han registrado recientemente espectaculares subidas en los denominados valores tecnológicos; muchas de ellas, de difícil justificación con los principios de valoración al uso. No constituye, pues, un fenómeno extraño esa suerte de purgas que de vez en cuando experimentan los mercados.En las últimas semanas han sido varias las señales que a uno y otro lado del Atlántico han contribuido a reducir el optimismo. El área del euro, inmersa en un proceso de recuperación al que se han incorporado sus principales economías, padece un encarecimiento del precio del petróleo, agudizado para los europeos al denominarse en dólares. En EE UU, tras 10 años de expansión ininterrumpida, la tasa de desempleo ha vuelto a caer por debajo del 4%, añadiendo a las amenazas de tensiones salariales las propias del encarecimiento de la energía, aunque en dosis menores que en Europa. El resultado en ambos casos es un mayor endurecimiento monetario, reciente en el caso de la eurozona y altamente probable en EE UU. En tales circunstancias, el coste de capital de las empresas deja de actuar como un incentivo a la inversión, al tiempo que complica las finanzas domésticas de las familias altamente endeudadas. Éste es el caso de EE UU, donde una parte significativa de la riqueza de las familias está materializada en acciones y, por tanto, las decisiones de gasto de los particulares se muestran cada vez más sensibles a las variaciones de esas cotizaciones.

Con todo, ni las anteriores subidas espectaculares deben identificarse exactamente con la bonanza económica ni las purgas han de ser interpretadas como si estas economías fueran a entrar en una depresión. En los últimos años, el volumen de la compraventa de acciones ha aumentado de forma notable, dando cabida a un mayor número de empresas de desigual extracción, sin que, paralelamente, los mercados bursátiles hayan aumentado su capacidad para digerir la información verdaderamente relevante que puede afectar a los precios.

Es razonable que sigan produciéndose episodios de volatilidad, tanto más cuanto mayor sea el peso de empresas nuevas, inmersas en sectores nuevos, cuya proyección de resultados es un ejercicio menos fácil que las de empresas ubicadas en sectores maduros. Simplemente, están sujetas a un mayor riesgo. El elevado grado de integración financiera internacional dificultará en ocasiones la detección del origen específico de esos episodios de inestabilidad. Lo recomendable en estos casos es que las autoridades de cada país mantengan la casa en orden: que procuren corregir los desequilibrios que ante las tempestades acentúan sus consecuencias más adversas.

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En el caso español, el mantenimiento de una tasa de inflación manifiestamente más elevada que la de los países con los que compartimos moneda y política monetaria constituye, sin duda, el elemento más vulnerable del actual escenario económico.

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