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Tribuna:GOLPE AL PROCESO DE PAZ
Tribuna
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Estribillo o ensayo general

En noviembre de 1987 cabe datar el estallido de la Intifada contra el ocupante israelí. La materia prima de aquella revuelta popular y adolescente era toda una generación que había nacido bajo la dominación sionista, inaugurada con la guerra de 1967, o que había llegado al uso de razón por esas fechas. La generación de los que en 1987 tenían entre bastante menos y algo más de 20 años.Los nuevos honderos de Cisjordania y Gaza no habían conocido en sus vidas más que el régimen israelí, y no era el menor motivo de sorpresa entre los ocupantes que se les rebelara una generación que, orgullosos, recordaban que era la primera en la historia palestina en disponer masivamente de agua, electricidad, escuela, servicios. E pur si muove.

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Esa protesta, sabiamente contenida en la sucinta tecnología del palo y de la piedra, lo era tanto contra Israel como contra la visible inoperancia de la OLP, que dirigía Yasir Arafat, decantada a una acción preferentemente política desde el fin de los años setenta, sin que hubiera dado ningún fruto ese nuevo sosiego.

Una cierta convergencia de puntos de vista entre el líder palestino y el estadista israelí Simón Peres, que había logrado que en su lugar diera la cara el general Rabin, para poner en marcha un proceso negociador entre las partes, fue la única respuesta capaz, al menos, de ganar un tiempo y apostar por la paz. Arafat pudo alcanzar, así, la presidencia de una llamada Autonomía Palestina, derivada de los acuerdos de Washington de 1993, e Israel obtener una tregua, que sólo vulneraban los radicales de Hamás, abiertamente situados fuera del palio histórico de la OLP.

El proceso negociador, que sólo emerge en los jardines de la Casa Blanca aquel 13 de septiembre de hace siete años, venía desarrollándose desde hacía algún tiempo, y podemos fechar la abierta disposición de Arafat a reconocer el Estado de Israel con la proclamación de una Palestina independiente, bien que en Argel, el 15 de noviembre de 1988.

Hoy, los palestinos llegados al uso de razón a fin de los ochenta constituyen una nueva generación que ha vivido sólo bajo el régimen del proceso negociador o de la autonomía semitolerada. Y, como a sus predecesores de 1987, la frustración de una vía política tan aparentemente inútil para reconocer un Estado palestino de verdad soberano, como insuficiente para recobrar la Jerusalén de Haram el Sherif, mezquitas y explanada, puede estar llevándoles bien a la detonación de un estribillo, memoria agónica de la ira que ardió hace 13 años, o a un ensayo general para la Gran Revuelta. Y no necesariamente sólo la de 1987, sino también, en el eco de lo posible en este cambio de siglo y de milenio, de la de 1936 contra una doble ocupación: la británica, superestructural, y la sionista, a ras de vecindario. En lugar de Londres, léase hoy Washington.

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La consecuencia más inmediata de este rebufo de la historia parece, en todo caso, la volatilización del mínimo margen de compromiso que pudiera quedarle a Arafat para ceder en la reivindicación sobre la Jerusalén árabe. Las esperanzas del presidente Clinton de que en el plazo que media hasta la elección de su sucesor, el 7 de noviembre, pudiera persuadir al líder palestino a que firmara algo menos que el reparto de la ciudad entre dos pueblos y tres religiones, parecen hoy carbonizadas.

Pero la pregunta sigue siendo, ¿estreno o estribillo?

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