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Tribuna:VIAJESEn busca del mogollón
Tribuna
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MOGOLLÓN E INDIVIDUO

Tras la tira viajando por el mogollón y la Península, Martínez se arma un lío y confunde el concepto mogollón con el concepto Península. Tal vez no va muy errado. Concédanle el beneficio de la duda

- Resumen de lo publicado. Veinticuatro horas en Bilbao y, si me parara la poli para hacerme un control de kilocalorías, me retirarían el carnet y me obligarían a repetir la mili. Bueno. Me voy a dar un voltio. Semana Grande, etcétera. - El puente. Semana Grande, etcétera. Centro de Bilbao. O espero que sea el centro. Teatro Arriaga, el Arenal, en todo caso. Casetas de partidos, asociaciones, amigotes, ONG y OantiG. No se cabe. Gente joven, dándole al pimple y al colesterol. Estética La bomba. De hecho, en alguna caseta/ txozna suena La bomba. Por lo general, de las casetas/txoznas se desprende un notorio olor a grasa y refrito. Tanto que parece que en cada caseta/txozna estén experimentando la fusión fría con beicon. Se trata, en fin, del fiestorro ese peninsular consistente en arrejuntarse y comer como para una boda. Lo he localizado en toda la Península, menos en Portugal. Pero no me hagan caso. Igual en Portugal practican el exceso de otra manera. Es posible que queden para oler pegamento. Ni idea. Mañana lo miro en la Guía Michelin. Bueno. Estas fiestas de mogollón y comilona autóctona posiblemente son a) una prueba de que la Península era hace poco todo lo contrario, es decir, un sitio donde no se comía. Aunque, quizá, sean b) un homenaje a la palabra nosotros. En la Península tira mucho el nosotros. Lo peor que te puede pasar en cualquier sociedad de la Península es salirte del campo semántico nosotros, para caer de culo en el campo semántico ellos. No cuesta nada. En unas sociedades peninsulares duele más que en otras. En algunas, glups, mucho. Si bien, no se debe descartar que el conjunto que estoy viendo sea c) un fiestorro. El fiestorro a), b) o c) cambia completamente en cuanto cruzas un puente y entras en el Ensanche. Aquí no hay personas jóvenes. Hay bilbaínos fondones/as. Vestidos como para una boda. Las señoras con traje de y-tú-no-chincha-y-rabia. Los caballeros, absolutamente concentrados en la práctica del Equilibrio de Jersey sobre el Hombro, ese deporte autóctono. La estética de grandes velocistas económicos es patente. A esa estética ayudan las tiendas desparramadas por este barrio. Tiendas de grandes marcas planetarias, con artículos de precio bromea-o-qué.

- La poesía y la realidad como aquello en lo que todo encaja. Separadas por un puente hay dos teorías del vestuario, de la riqueza, del ruido de las generaciones. Separadas por un puente hay tiendas o-sea-no y tenderetes radicales. Confundidas en un mismo fiestorro conviven una ciudad con un alto desarrollo económico desde lo del Guggenheim y casetas radicales con el mismo discurso de antes de que naciera el señor Guggenheim. Son dos realidades que conviven juntas y están acostumbradas a ello; es decir, que de tanto verse, no se ven. Y, es posible, no se escuchen. Es posible, incluso, que tengan muy poco que decirse. Es posible que en el resto de la Península ocurra algo parecido. Quizá es una metáfora de la cosa. Lo que indica que la cosa puede mantenerse así muchos años. Ni idea.

- El mogollón y tú. Bueno. Esto se acaba. Bilbao. Último mogollón. Última metáfora peninsular. Paseo por Bilbao. Por lo visto es la hora del castillo de fuegos artificiales. A mí me la trae floja el castillo de fuegos artificiales. Sin embargo, por una mala gestión del azar y la orientación, acabo apretujado en el mogollón que, desde hace rato, espera ver el castillo de fuegos artificiales. No se cabe. Estamos apelotonados a presión de tal manera que la foto de mi DNI empieza a adoptar el rostro de la persona de al lado. Si esto ocurriera en Suecia, acabaría mal, con personas aplastadas y primera página en los diarios. Afortunadamente ocurre en la Península, donde sólo acaban mal las superproducciones. Estoy literalmente aprisionado entre la gente. Todos somos la gente. De manera que, es posible, yo también estoy apretujando a alguien. Empiezan los fuegos artificiales. Son h) pólvora, b) colores. Quien diga h) tiene razón. Quien diga b), pues también. Todo el mundo mira los fuegos con cara de fascinación. Por h) o por b). Duran más de lo que esperaba. O, al menos, se hacen eternos para quien no quiera ver fuegos. Como es el caso. Estoy de espaldas a los fuegos. Mirando la cara de h) o b) de todo el mundo. Poco a poco, la energía invisible e imparable de la masa me da la vuelta. Acabo, quiera o no, viendo los fuegos. De lo que se deduce que no se puede vivir de espaldas a los fuegos. O no te dejan. Hasta otra.

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