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Tímidos y audaces.

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Ha hecho bien la OCDE al animar al Gobierno a liberalizar aquellos sectores donde la competencia brilla todavía por su ausencia. Y es que, pese a la propaganda, el último paquete de medidas ha demostrado que el Ejecutivo no se atreve a introducir competencia en los sectores claves de la economía española. No se ve por aquí la energía que tuvo el Gobierno inglés al dividir su sector eléctrico en dieciséis empresas o la resolución del alemán al liberalizar de un plumazo la elección del suministrador. Sigue sin atreverse a imitar la ley británica de liberalización del gas y va por detrás de los italianos en la liberalización del bucle local. Es verdad que el Gobierno se atrevió con el monopolio de algunos pequeños, y hay que apoyarle, pero no se enfrentó con los grandes sectores, con los que actúa con miedo o condescendencia.Pero esta timidez en la política microeconómica, esta pusilanimidad, se transforma en osadía, en una audacia no superada por ninguno de sus antecesores, a la hora de dirigir la política macroeconómica. El 3,4% de crecimiento de los precios al consumo hasta el mes de junio nos recuerda que España está aplicando una combinación de política fiscal y monetaria que es la más expansiva de todas las aplicadas durante los últimos veinte años. Ningún gobierno, desde que llegó la democracia, ha presidido una combinación de políticas fiscal y monetaria tan expansiva.

Es verdad que la mitad de la política macro -la monetaria depende de otros, pero la que continúa en manos del Gobierno, la fiscal-, no se ha utilizado restrictivamente, sino expansivamente, aunque se diga lo contrario. Si no se hubiera desviado al alza el gasto público sobre lo presupuestado, habríamos alcanzado el superávit hace dos años, como le sucede a Finlandia, un país que está creciendo tanto como nosotros pero cuyo superávit presupuestario está ya por encima del 2% del PIB.

No caben dudas al juzgar negativamente la timidez del Gobierno a la hora de liberalizar y al exigirle que tenga el coraje de introducir competencia efectiva en los sectores básicos y no siga tratando de vender medidas que son inútiles, por insuficientes. En esto no se equivoca nunca el economista. La competencia es mejor que el monopolio, la liberalización mejor que mantener a los consumidores en la esclavitud de no poder elegir compañía suministradora, la rivalidad mejor que el oligopolio. Sin embargo, el juicio sobre la política macroeconómica nunca puede ser rotundo. Así como la introducción de competencia depende del Gobierno y sus efectos son siempre positivos, la evolución macroeconómica no depende exclusivamente de la política del Gobierno sino de otros muchos factores externos e internos y por ello los resultados finales dependen de cómo se comporten esos factores.

De momento, los excesos en la política de demanda sólo han perjudicado a trabajadores y funcionarios cuyos salarios reales han empezado a caer, pero justamente gracias a esa moderación salarial, buena parte de la demanda se ha transformado en crecimiento del PIB y del empleo. Además, hasta hace un año los efectos sobre los precios apenas se notaron gracias a la caída en los precios de las materias primas.

Luego, la previsible pérdida de la competitividad exterior no llegó a materializarse porque vino en nuestra ayuda la depreciación de la moneda única europea. La fortuna acompaña a los osados y si el petróleo volviera a caer y el euro siguiera deprimido y, lo que es más importante, se mantuviera la moderación salarial, los efectos negativos del recalentamiento de la economía española no se notarían, al menos en el corto plazo. Pero bastaría con que el milagro de la moderación salarial no continuase, para que aparecieran inmediatamente las consecuencias de una política que ha jugado con el fuego de los desequilibrios.

No hay duda de que la timidez con los monopolios perjudica a la economía, por lo que hay que seguir reclamando al Gobierno que adopte las medidas que sigue sin atreverse a tomar. Pero reconozcamos que todavía no sabemos como acabará su audaz aventura macroeconómica que, entre otras cosas, ha lanzado el crecimiento del crédito por encima del 20%. Dependerá mucho de lo que pase con la moderación salarial. Y con la fortuna.

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