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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra sigue

Que la guerra no ha terminado en Chechenia, como lo proclaman regularmente desde hace meses Vladímir Putin y sus generales, resulta obvio. Una serie de mortíferos ataques suicidas llevados a cabo el domingo con camiones de explosivos contra diferentes instalaciones militares ha acabado con la vida de casi cuarenta soldados rusos y dejado malheridos alrededor de un centenar. Moscú ha impuesto el toque de queda en la zona que controla de la república rebelde y ordenado a sus tropas disparar a matar. Desde algún lugar de las montañas, el presidente checheno, Aslan Masjádov, afirma que esta nueva táctica "impedirá a los rusos establecer su control en Chechenia".Las emboscadas y las bombas contra las tropas y los funcionarios chechenos prorrusos, iniciadas en junio, representan un cambio de táctica de los rebeldes y complican cada vez más la tarea del Kremlin para instalar en Chechenia un Gobierno títere. La oleada de muertes del domingo, en concreto, es un serio revés para la pseudosolución política que el presidente Putin intenta en la república de mayoría musulmana, concretada el mes pasado en el nombramiento del jefe religioso Akhmad Kadirov, un moderado, como máximo líder regional. A la luz de los últimos ataques suicidas, al estilo de los perpetrados por los tamiles en Sri Lanka, y sea o no cierto que los rebeldes disponen de varios centenares de hombres dispuestos a autoinmolarse por el islam, resulta completamente retórica la reciente declaración de Moscú dando la guerra oficialmente por zanjada y anunciando que el mantenimiento del orden pasará paulatinamente a su policía.

Putin ha invertido mucho capital político en Chechenia desde que, como presidente in péctore, ordenara en septiembre pasado arrasar la república separatista so pretexto de que chechenos eran los responsables de un rosario de atentados en ciudades rusas. La guerra despiadada ha sido baza decisiva para su elección en marzo como jefe del Estado. Y aunque sigue siendo relativamente popular en Rusia, pese a que las cifras oficiales hablan de casi 2.500 militares muertos, lo será por poco tiempo si continúan acciones como las del domingo. Por eso el jefe del Kremlin, ocupado ahora en conseguir del Parlamento leyes que le den el control total de la Federación mediante la destitución de los gobernadores regionales, necesita urgentemente una solución creíble a largo plazo con la que detener la sangría.

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