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El día de los cangrejos

El día de San Juan es siempre un día extraño, como lo es el de San José del marzo valenciano. A la desorientación producida por el sueño acumulado y la resaca de la noche anterior, en la que casi todo el mundo salió hasta tarde porque no había que trabajar ayer, se une el síndrome de la cuenta atrás. El día no avanza hacia la nit del foc, sino que cada hora que pasa es un trozo de día que se desintegra hasta que, justo a la medianoche, el fuego complete la destrucción de la fiesta. En la cremà no sólo arden monumentos, sino una semana entera de anarquía relativa.En días como el de ayer uno se siente como un cangrejo. Camina hacia atrás como si no quisiera hacerlo. Las cuentas atrás son siempre malísimas para los nervios. En la multitudinaria mascletà de la plaza de los Luceros, los bomberos del Consorcio Provincial acudieron a hacerse notar con talante festivo. Subidos a un camión envuelto en pancartas, con la música a todo trapo, se acercaron hasta el lugar de la mascletà. Anoche no tenían previsto participar en el control de la cremà y eso afectó a las fogueres de la periferia y de algunos municipios donde también se celebran estas fiestas. Sin embargo, su huelga en pos de la equiparación de sus salarios con sus compañeros de Valencia afectó menos al horario de la cremà que las obras y el colapso de la ciudad provocado por la afluencia masiva de visitantes, que este año fue de órdago por arder los monumentos en la madrugada de un domingo.

Poco después de la mascletà se produjo un gran revuelo en la plaza. Coches con una sirena portátil como la que llevaban Starsky y Hutch, policías en moto, Mercedes, Volvos, Audis. Arropado por un séquito de unas 30 personas como muy importantes llegó el presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, muy flamenco, en mangas de camisa blanca arremangadas hasta el codo. Se metió la comitiva en la barraca instalada por Canal 9. Al poco, desde el escenario, el DJ animaba al gentío allí congregado con atronadora música pachanguera. La muchedumbre bailaba con ánimo bajo un sol de justicia y en un momento en que la temperatura rondaba los 25 grados. De lo que no sea capaz el Molt Honorable...

A la hora de la siesta, el cielo se ensució con nubes grises y desató sin remedio el síndrome del cangrejo. Mientras rodeaban sus fogueres con ristras de petardos y preparaban las latas de gasolina se les mezcló con el síndrome de Saturno. Pero es ley de fiesta, y estas gentes están acostumbradas a hacer de tripas corazón. Tanto, que incluso se enfadan si los bomberos tardan más de la cuenta en llegar a su distrito.

Y es que la cuestión es quemar el monumento. Aunque parezca un contrasentido, si el monumento no arde, el esfuerzo de todo un año se tira por la borda. Y debe arder en el momento justo. Ni antes, ni después. Por eso, los niños de la hoguera Altozano, que se quedaron sin foguera infantil cuando unos vándalos le pegaron fuego el pasado martes, también tuvieron su cremà, pues el resto de las comisiones les regalaron ninots para que tuvieran algo que quemar.

Nada como la música para aliviar la tristeza por la fiesta que termina. El Racó Popular de la SER guardó un par de sus mejores bazas para la noche de ayer. Después del inicio de la cremà, para dar tiempo a subir hasta el escenario de Campoamor a los jóvenes que acudieron a la Plaza del Ayuntamiento a recibir la banyà, comenzó el último de los conciertos de Fogueres, oficiado por M-80 Radio. El grupo alicantino Medicine Man salió al escenario con mucha ilusión. Sus diez años de veteranía no les impedían disfrutar de la sensación de tocar para un auditorio tan grande las canciones de su primer disco. La noche se cerró con La Unión, otro grupo también de larga vida, pero con discografía más extensa.

Las estimaciones de los bomberos indicaban que la noche sería larga. Con la llegada del nuevo día, la ciudad amanece limpia de monumentos y los cangrejos vuelven a ajustar sus relojes para que las manecillas caminen hacia delante.

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