_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gracias

Félix de Azúa

Los tiranos parecen ogros, pero son benévolos. Los tiranos salvan a los súbditos de una vida sin altura de miras, sin ideales, una vida miserable y pegada a la tierra. La bondad del tirano la resume William Blake con un sólo verso, "el gusano bendice el arado que lo parte". El súbdito vendice al tirano que lo mata, porque en el momento mismo de ser ejecutado al súbdito se le aparecen las altas razones del tirano y en el instante postrero comprende lo augusto, lo mirífico. Con menor concisión pero igual exactitud lo describe Manganelli: la presa que vuela a inmensa altura en las garras del águila, o clavada en su pico, percibe un espacio colosal y siente un vértigo exquisito que nunca pudo imaginar. Entonces bendice a su verdugo porque le ha concedido el don de la altura de miras. La bondad del tirano tiene su modelo en la bondad de Dios, el Ser que dará a conocer universos de eterna luz y silencios extáticos a los mortales, esos gusanos de tierra incapaces de concebir la Gloria del Padre si no es mediante la muerte. El creyente bendice la muerte.Muchos mortales querrían verse libres de tan apoteósico destino, pero no pueden porque lo cierto es que el tirano, como todos los dioses, sólo habita en el cerebro de sus soñadores, de sus ejecutores, de los clérigos, de los fieles. Hay una falange de mortales altamente incomprensible que se pone al servicio de Dios y del tirano, con el fin de doblegar a sus semejantes para que bendigan el arado que los parte, el águila que los desgarra, la mano que los ejecuta, la historia que los juzga.

Así, ahora, Arzalluz, persuadido por HB de que la Patria partida por dos y desgarrada es, sin embargo (o gracias a ello) doblemente patria, ya que sin el sacrificio, la muerte, el desgarro y la elevación que trae consigo la pena máxima, nadie creería ni en la Patria ni en Dios. Y tampoco él, su más humilde siervo, podría ser un enviado y elegido por la Altura para elevar a los ciegos y miserables terrestres, esos gusanos que no conciben grandes ideas, ocupados como están en comerciar y entretenerse. Entonces, aterrado de perder también él la fe y el destino, da un paso al frente y se convierte en la mano que conduce el arado, en la garra del águila, en el dedo que acaricia el gatillo, en el benéfico brazo de Dios.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_