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Doce hombres

Acabo de leer un precioso libro publicado por la reciente editorial madrileña Agualarga. Título: Memoria de doce escritores, del poeta aquí nacido Rafael de Penagos, que, por feliz decisión, saca la prosa a la calle. Son 12 semblanzas de personajes a los que ha conocido y tratado, salvo al que cierra el volumen, don Antonio Machado. El autor tuvo como introductor de aquellas figuras que iluminaron las generaciones del 98 y del 27 a su padre, uno de los pulsos más certeros, firmes y creadores del dibujo moderno durante una larga época. Hay en todos los capítulos el pequeño rincón autobiográfico, como esas figuras empañadas en los cuadros que incluyen un espejo.Comienza el relato de la larga amistad con un hombre difícil, el gallego Julio Camba, a quien residencia, al atardecer, en la vieja librería de la calle de Arlabán. Un singular escritor de artículos, perezoso y con ribetes epicúreos, humorista agudo y desconfiado, de tierno escepticismo. Le sigue otro enciclopédico periodista, heredada del padre una amistad hasta el final: César González-Ruano, cínico fingido, trabajador hasta el último soplo, magistral relator de la epopeya íntima, los sucesos cotidianos como si fueran hazañas. Después, el ético y hierático Azorín, a quien entrevió de adolescente en la Valencia amarga de la guerra civil, puntual y meticuloso definidor de tierras y de gentes.

Escucha en Chile la voz pastosa del negro cubano Nicolás Guillén, a través de un disco, cuyo recitado transcribe y no resisto hacer lo mismo: "Mi patria es dulce por fuera/ y muy amarga por dentro;/ mi patria es dulce por fuera/ con su verde primavera,/ con su verde primavera/ y un sol de hiel en el centro". Le amista, en México, a través de León Felipe, el quinto descrito. Un zamorano que fue actor, poeta y boticario, con despacho en el pueblo de Almonacid de Zorita, donde se alza la primera central nuclear española; hombre de mano tendida y charlas del exilio en los atardeceres mexicanos. Acompaña a Pablo Neruda durante la semana sueca en la que recibe el Premio Nobel, único cronista español del ceremonial, desde los discursos hasta el baile de gala, asistido, como improvisado reportero gráfico, por Teodulfo Lagunero.

A Rafael Alberti le ve por primera vez en una exposición de dibujos y litografías en Buenos Aires. Más adelante, en la romana casa de Vía Garibaldi, 88, en el Trastévere, almorzando en la vecina trattoria, donde recordar la salerosa Cádiz, la templada España. Rafael vivía de la pintura, de los carteles, con la misma mano que coloreaba de talento los mejores sonetos contemporáneos. Cuando ese libro se editaba muere de consunción el poeta que había dicho todo lo que tenía que decir.

Otro premio Nobel, el corpulento indio guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que vino a morir en Madrid, donde se trajo él mismo, como el trofeo al encuentro de la última vitrina. La cita en el teatro Tapia de San Juan de Puerto Rico, con un árabe, exiliado de ida, de profundos ojos negros que escrutan hacia adentro: Juan Ramón Jiménez, un Nobel más de la poética española.

Retazos de esa tertulia, a la que parece haber acudido todo el mundo, lactantes incluso, en la casa madrileña de don Pío Baroja, vascorro fornido, pegado a la boina, que se balanceaba al andar -cosa que pocos notaban, porque apenas se movía de la butaca-; don Pío nunca interrumpió a nadie que le hablase, dice Penagos, retratándole como alguien que ha visto casi todo y decide ponerse un traje viejo, calzar unas pantuflas de paño negro, sentarse, con una manta sobre las piernas, y no volver a poner los pies en la calle.

Termina la relación de experiencias personales con Eduardo Zamacois, nacido en Pinar del Río, tierras calientes, no más que provincias alejadas. Literato heroico, cuando escribir era llorar para empapar en lágrimas un mendrugo de pan, periodista, bohemio, trotamundos, hoy inmisericordemente olvidado.

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Concluye este libro con una evocación de don Antonio Machado, alma triste y desencantada, soñador de caminos, vida insignificante, muerto de melancolía en una mísera alcoba que daba al luminoso y desconocido mar Mediterráneo. Un libro para leer cualquiera de estos mohínos días otoñales.

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