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La peligrosa vía de John Daly

El golfista norteamericano, alcohólico confeso, ludópata y arruinado, se dice capaz de controlar sus impulsos

Carlos Arribas

Encajado entre el Matchplay de Wentworth y el Volvo Masters de Jerez, el Open de Bélgica, disputado en las gélidas tierras del mar del Norte, no es lo que nadie podría definir como un torneo ideal; más bien es uno de esos torneos del circuito europeo que sólo atraen a los jornaleros que se juegan su tarjeta, a algunos de los buenos que quieren afinar su forma y a algún ávido a quien no le importa pasar frío a cambio de un buen fijo de salida. Este año ha atraído también a un jugador excepcional, a la Cosa Salvaje, como llaman en Estados Unidos a John Daly, un deportista exagerado. Arruinado por el juego, los divorcios y el alcohol, Daly, que hace apenas un mes renunció públicamente a luchar contra sus adicciones, necesita dinero desesperadamente. Puede que el jugador de California no supiera dónde estaba Bélgica, ni mucho menos la ciudad de Knokke, por no hablar del campo de Royal Zoute, pero sí que conoce el valor de 100.000 dólares (unos 16 millones de pesetas) cuando se le ofrecen. O por lo menos lo suficiente para seguir su rastro. Aunque le lleven al mar del Norte.John Daly, de 33 años, es un extraordinario jugador, y no sólo porque sea más bruto que nadie dándole duro con el driver. Sólo ha ganado cuatro torneos en su caótica carrera, pero dos de ellos han sido grandes, el PGA de 1991 y el Open Británico de 1995. John Daly es un jugador extraordinario que necesita dinero porque el 13 de septiembre, repitiéndose y repitiendo una y otra vez "es inútil, lo llevo en la sangre", abandonó una clínica de rehabilitación para alcohólicos en la que apenas llevaba cinco días. Su renuncia significó de hecho perder tres millones de dólares (unos 500 millones de pesetas) al romper su contrato con su patrocinador personal, Ely Callaway, el octogenario dueño de una de las más rentables marcas de material de golf.

Callaway, el mecenas soñado, había sacado del arroyo a Daly hace un par de años, cuando el golfista rubio había dejado las páginas de deportes y saltado, vía tremenda borrachera acabada en delirium tremens y hospitalización urgente, habitación de hotel destrozada y paliza histórica a su segunda mujer, a la sección de sucesos.

Wilson, su patrocinador hasta entonces, lo dejó. Era mayo de 1997. Llegó Callaway, pagó las deudas de juego del coloso (más de 200 millones de pesetas), le hizo su estrella publicitaria y soñó con que Daly, sobrio y serio, volvería a ser una persona. Le llenó de millones que se hicieron humo. Simpelmente le pidió que no bebiera, que no le diera al juego.

John Daly, que necesita dinero porque sus obligaciones con sus dos ex mujeres y sus dos hijos y sus dedudas de juego le comen 40.000 dólares (unos siete millones de pesetas) al mes, simplemente se convirtió en una persona que sufría por beber y por las máquinas tragaperras de Las Vegas. "Es curioso", dice ahora, "cuando sabes que una cosa está prohibida te mueres por ella, pero cuando sabes que tienes la libertad para hacer lo que quieras, no lo haces tanto. Sé que puedo controlarme, beber poco y jugar lo justo. La semana pasada, por ejemplo, estuve en los casinos de Las Vegas y jugué un poco, una hora o así en las máquinas de 100 dólares. Acabé cansado de luchar".

Rodeado de desconocidos, en un clima helado, en la triste Bélgica, Daly marchaba ayer 67º del Open de Bélgica, a 10 golpes del primero.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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