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Tribuna:
Tribuna
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Una metamorfosis que camina

Una voz colombiana que se identificó, efectivamente, como colombiana, arrulló:-Señor Cabrera Infante, quisiera que nos hablara de las ciudades en que ha vivido y que aparecen en su nuevo libro, Libro de las ciudades. Tenemos una sorpresa para usted de La Habana: le va a hablar Eloy Gutiérrez Menoyo.

-¡No, no, no! Yo no quiero hablar para nada de nada con Menoyo. ¿Me oye? ¿Cómo me pusieron ustedes con este doble traidor? Ustedes no se dan cuenta de que este hombre es un apestado en Miami y un títere en Cuba, al que Fidel Castro no quiere para nada más que para utilizarlo en su teatro de mentiras.

Era, por supuesto, una trampita que se volvió mayúscula para Menoyo, que no supo cómo salir de ella. De veras que los colombianos me lo brindaron en bandeja. La respuesta mejor de Menoyo fue decirme: "Cabrera Infante, eres un cavernícola". Curiosa expresión de alguien que tiene la manía de decir que lo inteligente es... Todo dicho por un hombre cuya inteligencia es preciosa por lo escasa.

Conocí a Menoyo en casa de un propicio matrimonio cubano. Ella, a pesar de su dulce nombre y suaves maneras, es una de las mujeres más peligrosas que he conocido. La vi por primera vez cuando nos entregaron al historiador Leví Marrero y a mí una placa de la agrupación FACE en premio, como dijo Roberto Weil, a la excelencia. Entonces fui con ella y Míriam Gómez a visitar su despacho, que era tan exiguo cubículo que para entrar el cliente, tenía que salir esta abogada de profesión.

Pero en mi próxima visita a Miami, el matrimonio había prosperado de manera alarmante, como si hubieran encontrado una mina de oro en ese Eldorado que es la capital de América de las Américas. La casa modesta se había vuelto un palacio sólo segundo del fabuloso Vizcaya. Ella me enseñó sus dominios, sus demonios. Me llevó al fondo del patio a ver una guardarraya que lindaba al oeste de su castillo, custodiado por la seguridad de un sereno insomne. -Nosotros compramos esta casa por ese palmar -dijo ella ahora sola. A mí me fascinaba esta mujer, pero me fascinó más el palacio con su guardarraya al fondo y un embarcadero al norte que esperaba ver atracado un yate. Luego, de regreso, me enseñó su colección de pintura cubana, entre los que vislumbré un Cundo, un Lam, un Portocarrero, todos escogidos por su primo importador: Experto crede Roberto. Después le tocó el turno a la cocina de puro año treinta, toda llena de cobres y peroles. "Sólo restaurar la cocina nos costó 28.000 dólares".

El palacio, porque era un palacio por dentro, estaba sacado del Xanadú que Orson Welles diseñó para el falso magnate Hearst. En la chimenea, perfectamente innecesaria, se podía poner de pie, digamos, su primo, que ahora devoraba un manjar apropiado a los novísimos ricos: arroz con fríjoles negros, nada menos. De pronto, el primo se levantó para servirse, en la fastuosa cocina entrevista por la puerta oscilante, más arroz y más fríjoles negros. Mientras, Míriam Gómez había reparado en la vajilla: en los tenedores, todos de plata, estaban incrustados girasoles de ¡plata pura!

Después de la cena, que el anfitrión amenizaba con relatos de su patrimonio, nuevas riquezas adquiridas: un patriota de altura (de hartura), ya que su patriotismo era su patrimonio. Pero por las primeras planas de los periódicos locales se supo que nunca pagaba a los cubanos damnificados. La dama aprovechó un resquicio patriótico para decirme que tendríamos de sobremesa otra sorpresa grata. Era, ¿cómo lo adivinaron?, Gutiérrez Menoyo, que saludó con su más puro acento asturiano. Venía a hablar de negocios que de alguna manera sonaban ilegales. El matrimonio preparaba a Menoyo para una aventura madrileña. Iban a abrir una sucursal de su banco, hazaña que podría completar Menoyo por ser un ciudadano español de pura cepa. Ella pondría a Menoyo detrás de las adecuadas rejas de un banco instalado en un elegante barrio madrileño... Ya todos contaban las pesetas antes de ganarlas. De pronto, todo se vino abajo, y ahora el matrimonio es fugitivo del FBI. Él se pasa la vida en La Habana, y ella pasea su melancolía y su perrita por París -que bien vale una fuga-. Pero de nuevo Menoyo sufría otro cambio: ahora era, de nuevo, cubano.

Yo había sabido de Menoyo en otras aventuras sigilosas, como las llamó Lezama. Este Eloy tenía otro Eloy con una s apropiada. Era el bar -llamarlo cabaret sería un ultraje a Tropicana- desde donde lanzaba maldiciones porque Fidel Castro no lo consideró apto para ser ministro. ¿Sería por las botellas del bar? ¿O porque Camilo Cienfuegos lo calificó para siempre en su diario de campaña como un "comevacas"? El mismo Castro le impidió entrar en el campamento de Columbia junto a la columna invasora.

En todo caso, reapareció como conspirador enviado por Trujillo, ahora alias Chapitas, para asesinar a Fidel Castro en una oscura emboscada en una playa de Las Villas. Menoyo delató el plan a Castro, que nunca creyó a Menoyo, pero decidió seguirle la corriente hasta el agua, donde lo esperaría su adláter William Morgan vestido de almirante. William Morgan, a quien la mascarada le costó la vida, sería fusilado como el ingenuo americano que era, abandonado por su compinche, más vivo. A ambos cantarían adecuadamente Pototo y Filomeno: "Yo no digo na: la ley es la Ley,/ lo que le ha pasado a Chapitas,/ le zumba el mamey".

Pero Jesse Fernández, el fotógrafo, más muerto de miedo que Menoyo, había visto cómo en la penumbra -el desembarco fue de madrugada- Fidel Castro no había dejado de apuntarle a Menoyo durante toda la operación con su pistola, certero si hacía falta. Morgan sería el tercer extranjero cubano de adopción antes de esta ocasión. Los otros, Che Guevara y Menoyo, tuvieron un destino diverso pero aciago. Sólo Menoyo quedó como lo que era, un vivo que se fuga. Menoyo, muerto Morgan, resurgió en Miami, de donde partió con una invasión avisada. Fidel Castro, por supuesto, lo estaba esperando en la otra playa en la ribera. -Eloy -le dijo Castro más amable que siniestro-, me has sorprendido. Yo te esperaba en otro destino.

Así, Menoyo fue a parar a la cárcel, después de pedir compasión a un inflexible, flexible Castro que esta vez le perdonó la vida porque, ya se sabe, la Revolución es generosa. Pero no olvida. Así cumplió Menoyo los 22 años en la cárcel que le sirven ahora de pasaporte cubano sin recordar que en la cárcel sufrió otro Cambio al declararse español, gracias a su acento y a que pasó a ser el preso favorito de Felipe González, y como un favorito español lo trataban sus carceleros, siempre iguales pero siempre deferentes.

Mientras tanto, en la noche eterna de su celda quedaba detrás Mario Chanes, el presidiario más antiguo del mundo (y no Mandela), que cumpliría su condena de treinta años menos un día porque la Revolución es generosa.

Tan pronto como llegó a Madrid este preso modelo, Menoyo, entrevistado por el diario Abc (y tengo los recortes para probarlo), declaraba, cuando le preguntaron por su pasaporte, que él tenía un pasaporte español y no necesitaba otro. Esta liberación fue el fruto que dieron las gestiones de su hija medio cubana y sus hermanas asturianas, cerca de González, que también es generoso. Generosidad que este patriota con dos banderas pagaría con un viaje exabrupto a Miami, donde, porque la señora de la casa era tan generosa con su fortuna como con su cuerpo, lo emplearía en Madrid. El acento, de súbito español, lo pondría Menoyo. Pero Menoyo, que ahora quiere dirigir algún otro cambio en Cuba, está dispuesto a dirigir el pelotón de fusilamiento, "que le llevare el blanco día" si le prueban su acusación de agente. Por eso, cuando el locutor colombiano, tan confundido como la CNN de Ted Turner y el periódico inglés The Guardian, quiso que Menoyo naciera en La Habana y así sería el próximo presidente de Cuba con su Cambio Cubano, que era el cambiazo, lo atajé porque Menoyo no podría ser presidente siquiera de la vecina isla de Pinos, porque no había nacido en Cuba, porque sus padres asturianos lo habían importado a que cumpliera su destino cubano, que era que Fidel Castro lo declarara traidor.

Menoyo es uno de los hombres más obtusos que he conocido, y tal vez ahí resida su valor, pero no vale la pena repetir sus incoherencias de este héroe de ocasión (ver a Groucho Marx en Sopa de ganso) que el diligente locutor colombiano trajo al aire para deleite de unos cuantos oyentes privilegiados.

Mientras tanto, Menoyo no sabía, no supo nunca, que le había caído encima una aplanadora, "con Prio alante y el pueblo atrás".

Pero todavía trataba de fabricar, para su castigo, un careo que era un cacareo. Menoyo había puesto en marcha, una vez más, su Cambio Cubano, de osado que es, porque no tiene derecho a hablar en nombre de los cubanos ni de Miami, ni de Cuba, el hombre que fue Eloy's, que se dice ahora cubano pero que es, en efecto, una metamorfosis que camina. Metamorfosis es cuando una larva hace su cambio.

Guillermo Cabrera Infante es escritor cubano

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