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La tragedia de Martha's Vineyard

De haber estado viva Jackie Kennedy, John Kennedy no se habría atrevido probablemente a ir a una Marha"s Vineyard envuelta en niebla, pilotando una avioneta monomotor, con una pierna mala y sin licencia para volar de noche. Un piloto con experiencia, cuyo avión estaba al lado del de John Kennedy en el pequeño aeropuerto privado de Nueva Jersey, tenía también previsto ir a la isla, pero canceló el vuelo debido a las malas condiciones meteorológicas.No puedo afirmar que sepa cómo era realmente John Kennedy, pero la imagen que el mundo tanto adora de aquel niño de tres años cuadrándose al paso del féretro de su padre siempre me ha emocionado. El funeral se celebró el día de su tercer cumpleaños. Es imposible que un niño de esa edad asimile la celebración de su fiesta de cumpleaños, que se hizo ese mismo día, los muchos juguetes que le regalaron y, al mismo tiempo, la pérdida de su padre y la petición de que, ante una gran multitud, imite un gesto que ni entendía ni recordaba, pero que más adelante vería reproducido mil veces en la memoria de los medios de comunicación.

John siempre tuvo un cierto aire atolondrado. Jackie contó con la ayuda de los mejores psicoanalistas de Nueva York a la hora de educar a sus hijos, y cambiaba prudentemente a John de colegio para que estuviera más atendido; de niño y de adolescente tuvo dificultades con las clases y los exámenes. Es curioso que en la inteligente portada del primer número de su revista George apareciera la modelo Cindy Crawford con un atractivo atuendo a los pies del retrato de George Washington. A John le crió una mujer. Jackie significaba la autoridad, pero tras ella se escondía la imponente presencia irreal de Jack Kennedy. Al igual que Jackie, que trabajó en Doubleday y Viking tras la muerte de Kennedy, John entró en el mundo editorial al morir su madre. Y, al igual que su padre, su revista tendría relación con el mundo de la política.

Pero los quiebros y fluctuaciones que pueden tener un efecto interesante en el arte son desastrosos a la hora de enfrentarse a la dura realidad de las condiciones meteorológicas. La muerte de Kennedy -yo no creo en la maldición de los Kennedy- tiene mucho que ver con la vida en los años noventa, e incluso con Martha"s Vineyard. Kennedy era un neoyorquino de hoy: no creemos en el tiempo. En verano ponemos el aire acondicionado, y en invierno, la calefacción.

Mis veranos transcurrían en Nueva Inglaterra, siempre en el agua. Algunos los pasábamos en Cape Cod o en Martha"s Vineyard, por lo que no acabo de entender la logística de su vuelo. No dejo de preguntarme por qué no volaron directamente a Hyannisport; no es una isla y cuenta con un aeropuerto grande y bien iluminado, y Lauren Bissette podría haber cruzado en el ferry hasta la isla. ¿Y por qué no un vuelo comercial?

Pero pilotar tu propio avión y aterrizar en una noche imposible o en una isla imposible es más divertido. Coger el ferry no es más que algo puramente práctico. Como John Kennedy dijo acerca de George, para ser interesante tienes que sorprender culturalmente, no políticamente. La muerte de su padre, el presidente John Kennedy, y la de su tío Robert Kennedy fueron asesinatos políticos; al hermano mayor de su padre, Joseph Kennedy Jr., lo mataron en la II Guerra Mundial, pero la muerte de John Jr. tiene que ver con la el convencimiento que tenemos en los años noventa de que podemos estar aquí, allí y en todas partes, como si nuestro cuerpo se pudiera transportar también a través de una versión mágica de Internet.

Hasta la misma Martha"s Vineyard ha contribuido al accidente. Tanto la isla como sus aguas fueron escenario de otras dos tragedias, precisamente en los mismos días de julio, cuando el calor denso y la humedad producen una niebla peligrosa. En 1956, el lujoso trasatlántico Andrea Doria se hundió tras chocar con otro barco en las traicioneras y brumosas aguas que rodean Nantucket. (Camille Cianfarra, uno de los mejores periodistas de The New York Times, se hundió con él cuando volvía de trabajar como corresponsal en España, tras ser expulsado por el régimen de Franco.) Y el lunes fue el aniversario de Chappaquiddick: Ted Kennedy, tras una noche de fiesta, también con niebla, chocó contra el puente de Chappaquiddick en la isla; el luchó y logró salvarse, pero la chica que le acompañaba murió ahogada.

Martha"s Vineyard es una seductora mezcla de poder despreocupado y un toque de Harvard; las dunas de sus playas, las colinas onduladas y las soleadas zonas llenas de arbustos con arándanos le dan la apariencia del lugar perfecto, de una mágica seguridad. Como es tan inaccesible (los Clinton, aprendices de Kennedy, llegan naturalmente en el Air Force One), no hay aglomeraciones, ni atascos. Recuerdo un verano mágico a finales de los años sesenta, en una una fiesta en casa de William Styron, en Vineyard Haven (Lillian Hellman recibía en su casa, prácticamente al lado de la de Stryon). Philip Roth y Jules Feiffer también estaban allí aquel verano. Nosotros, los invitados, estábamos esperando que Jackie Kennedy llegara de Hyannisport en un barco privado, pero el tiempo no lo permitió. Todos vestíamos ropa de verano falsamente informal; hicimos como si no nos hubiese decepcionado que no apareciera. Al final, Jackie acabó construyéndose una casa en Gay Head, una parte de la isla cercana a donde se ha estrellado el avión de John. Sigo pensando en los juegos de verano con los que la gente se entretiene en Cape Cod y en Vineyard, que consisten en sortear las islas en avionetas poco estables. Todo parece muy seguro. Y pienso, y no quiero pensar, en John Kennedy, acompañado de su mujer y su cuñada, perdido en la niebla, incapaz de orientarse. Y no quiero pensar en lo demás.

Barbara Probst Solomon es escritora estadounidense.

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