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Tribuna:ESTADÍSTICA Y CONTROL
Tribuna
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Cambiemos la economía

El autor realiza una reflexión sobre el papel que juegan tanto el dinero como el precio del mismo en la evolución de los grandes indicadores económicos como el índice de precios al consumo

Jesús Lizcano Álvarez

Quizá el contenido de estas líneas pudiera herir la susceptibilidad de algunos lectores, pero pudiera ser que en otros, en cambio, estimule el interés y las dudas razonables sobre algunas creencias económicas que no son sino el resultado de algunos dogmas de fe asumidos ancestralmente por la pura ortodoxia económica reinante. En primer lugar, hemos de matizar, en lo relativo al título del artículo, que el cambio al que hacemos referencia se refiere a la economía como cuerpo teórico o conjunto de postulados más que al propio funcionamiento del sistema económico o a la política económica imperante. (En inglés se utilizan dos términos distintos: economics para los postulados y concepciones teóricas de la economía y economy para la realidad práctica y el funcionamiento cotidiano de la propia economía. Nos referimos al primero.)

De las numerosas cuestiones que pensamos debieran ser reformuladas dentro del razonamiento económico imperante (en buena medida como fruto de una proyección sobre la economía de métodos y postulados de otras disciplinas científicas), nos vamos a referir en estas pocas líneas a una de ellas, relacionada con una variable que afecta directamente, ¡y en qué medida!, al bolsillo de muchos ciudadanos: el dinero, su precio y su consideración en algunos planteamientos económicos.

El dinero es un componente fundamental de cualquier economía, y el precio del dinero se considera como elemento o componente fundamental de la demanda monetaria, de forma que, si baja el precio del dinero, esta demanda aumenta, aumenta asimismo la demanda agregada, la economía se recalienta y se genera un aumento de la inflación. Es por ello que cuando la economía experimenta este recalentamiento, una receta comúnmente utilizada es subir el tipo de interés para enfriarla. En definitiva, que si baja el precio del dinero en una economía, parece que ello determina un aumento de la inflación.

Al margen de diversos argumentos y cuestionamientos colaterales que se nos ocurren respecto al razonamiento anterior, y al margen de la presunción tan irreal como incluso ostentosa que continuamente se hace del ceteris paribus, tanto en este razonamiento como en otros muchos, propios de la ortodoxia económica (se asume sin más, por ejemplo, la inexistencia de subactividad en las empresas productoras de bienes y servicios, o un grado de interdependencia nulo o poco significativo de una economía nacional con el resto de países y mercados, u otros más generales, como la presunción de un mismo nivel de información en todos los ciudadanos consumidores o inversores), nos vamos a limitar a plantear sobre este tema algunas propuestas de reconsideración, y ello en forma de varios interrogantes.

En este sentido, nos preguntamos (e invitamos a pensar en ello) lo que ocurriría si se aplicase -completa- la siguiente secuencia de argumentaciones básicas: a) el dinero es un cierto tipo de mercancía; b) como tal mercancía, las personas (físicas o jurídicas) lo utilizan (lo entregan o lo reciben) a modo de intercambio con otras mercancias; c) cuando no disponen del mismo, al igual que otros bienes o mercancías, lo alquilan y pagan un precio por su utilización temporal; d) el importe de este precio o alquiler pagado por el dinero (los intereses) supone un coste fundamental durante bastantes años para la mayor parte de los ciudadanos y familias españolas (o de otros países); e) este coste representa para muchas personas y familias un coste mayor que el de la alimentación, o el del vestido, o el del ocio, o el del transporte, sobre todo en los primeros años de los préstamos hipotecarios de las viviendas, en los que la mayor parte de los pagos para estos préstamos son precisamente intereses por el alquiler del dinero. De la anterior secuencia surgen las siguientes preguntas o interrogantes:

Primera pregunta: ¿Qué ocurriría si una de las variables fundamentales que se utilizan en la economía, como es la inflación, medida en términos del IPC (índice de precios de consumo), tuviese en cuenta en su medición el coste que pagan las familias por el alquiler del dinero a las entidades financieras, bien para la compra de vivienda o para otros fines, y que muy probablemente habría de ser mayor en su ponderación o importancia dentro del coste de la vida, que cualquiera de los 471 artículos que integran actualmente el IPC? (A propósito, hace unos días, en un excelente artículo en este mismo periódico, doña Pilar Martín-Guzmán, la directora del Instituto Nacional de Estadística (INE), explicaba perfectamente el contenido y los próximos cambios del índice de precios al consumo, señalando, además, que el coste de la vivienda se considera como una inversión, y por ello no entra en el índice de precios al consumo. Aquí no vamos a entrar en el coste de la propia vivienda, sino en el coste de alquilar el dinero, bien para la compra de la vivienda o de otros bienes.)

Segunda pregunta: ¿Cómo cambiarían algunos de los postulados comunes de la ortodoxia económica si el coste del dinero entrase a formar parte del índice de precios al consumo, y por tanto, de la inflación? Quizá se podría entonces pensar que es necesario cuestionar o reorientar en alguna medida algunos razonamientos clásicos, como los que postulan que si hay inflación conviene inexorablemente enfriar la economía y subir los tipos de interés con el fin de minorar la demanda crediticia y la consiguiente demanda de bienes. ¿No cabría plantearse, por el contrario, que subiendo el precio del dinero sube el coste de la vida para el ciudadano medio (consumidor antes que inversor financiero), es decir, está aumentando realmente la inflación, justamente lo contrario de lo que se pretende con esa medida? ¿No estarían quedando sin una buena parte de sus argumentos aquellas posturas o recetas de subidas de los tipos de interés como remedios en el terreno económico?

Por otra parte, también podrían surgir innumerables preguntas colaterales en este razonamiento como, por ejemplo, la siguiente: ¿No benefician las subidas de los tipos de interés más bien a la economía financiera, que, a nuestro juicio, está ya suficientemente inflada, frente a la economía real, aumentando, además el apalancamiento de las empresas y, por consiguiente, la disminución de sus inversiones y de la creación de puestos de trabajo, minorando, además, las expectativas de los ciudadanos emprendedores?

En todo caso, finalmente, y al margen de la posible respuesta a estas preguntas concretas, pensamos que la medición y la consideración del IPC y de la inflación en la economía es algo tan fundamental y masivamente utilizado en la sociedad, tanto a nivel financiero como a nivel de convenios colectivos, a nivel de política de precios, etcétera, que no vendría mal un amplio debate sobre este tema (y también sobre otros muchos de la ortodoxia económica imperante) que aquí no hemos hecho sino tratar de espolear e impulsar en la mente de al menos algunos de los lectores.

Jesús Lizcano Álvarez es catedrático de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad Autónoma de Madrid y director de la revista Encuentros Multidisciplinares.

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