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Goteras

Manuel Vicent

El Museo del Prado, tal vez la única institución española realmente sólida, es un arquetipo de la cultura universal que en parte nos redime del cúmulo de desastres de nuestra historia, pero no de sus goteras. Sin duda, este maleficio viene de lejos. El Prado se compone de la Colección Real de Pintura, de los fondos del Museo de la Trinidad, producto de la Desamortización y de las adquisiciones posteriores a 1856. La Colección Real tenía unas 3.000 piezas distribuidas por sus distintos palacios. Estos cuadros fueron reunidos en un museo, no porque el rey Fernando Vll tratara de fomentar la instrucción pública, sino porque habiéndolos quitado de sus salones, que iban a ser empapelados según la reciente moda de Francia, la reina Isabel de Braganza, bien aconsejada, juzgó que era una lástima tenerlos abandonados a la intemperie y expuestos a ser robados en los corredores y desvanes donde permanecían arrumbados a merced de la lluvia. El edificio Villanueva, destinado a museo de Ciencias Naturales, se hallaba en escombros por la extracción del emplomado de las cubiertas que realizaron las tropas francesas con la idea de fabricar balas. Para cobijar la Colección Real, el edificio fue reparado a expensas de Su Majestad, sólo por complacer a su regia esposa y no por amor al arte, ya que este monarca, según dice el viajero inglés John Murray, era "el godo más antiestético de cuantos han fumado tabaco". Que el plomo primitivo de las cubiertas del museo fuera destinado a fabricar balas contra los españoles y que la propia creación del Prado se debiera en realidad a la moda francesa de poner papel en las paredes de los palacios, prefiriendo estos adornos de flores y castillitos a los cuadros de Velázquez, tal vez marca la maldición que siempre ha acompañado al edificio de Villanueva. De hecho, sus goteras marcan la bisectriz histórica de nuestra miseria cultural. Las salas de un museo de pintura son el espacio ideal para que se engendren los más terribles maleficios. Alrededor de la grandes obras de arte, los conservadores, críticos, restauradores y guardianes suelen aflorar pasiones muy mórbidas, cuya estética puede llevar al asesinato. Matar o morir por Velázquez sería una categoría suprema del alma, pero que este maleficio del Prado se reduzca a unas miserables goteras que no cesan de caer sobre una palangana como en la más miserable pensión marca el nivel ratonero de lo que somos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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