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Contra la palabra tregua

Álex Grijelmo

Las palabras tienen a veces significados profundos de los que no somos conscientes, y que sin embargo conforman nuestra manera de pensar. Vienen dados por sus cromosomas, su genética a veces imperceptible pero no por ello desdeñable. Sin darnos cuenta, en nuestro cerebro se producen conexiones electrónicas, a velocidad de vértigo, que relacionan "soltero" y "solitario", "capitán" y "cabeza", "angustia" y "angosto", "regla" y "regular", "lidiar" y "litigar", "Parlamento" y "hablar"... Los filólogos, por ejemplo, han demostrado cómo "jamelgo" deriva de "famélico", hambriento en latín (famélicu, famelcu, hamelcu, hamelco, hamelgo, jamelgo), y por eso al pensar en un jamelgo nos acude a la mente siempre un equino escuálido. Y no sólo por el ADN común que tienen muchas palabras. También por todos los significados que han ido atesorando, y que perduran en los siglos, que se acumulan sin anularse y que nosotros heredamos.El lingüista mexicano Antonio Alatorre explica por ejemplo en su obra 1001 años de la lengua española (México, 1995, Fondo de Cultura Económica) que "odorosa" evolucionó desde "odorem de rosa". Tal vez por eso aquella fragancia de las tres palabras nos llega limpia a los sentidos cuando leemos ahora este vocablo que las resume, y el diccionario asigna a los de su grupo no un olor cualquiera, sino un olor agradable (odorífero, odorífico...: que huele bien, que causa buen olor) .

Las palabras significan en nuestro subconsciente mucho más de lo que dicen los diccionarios. La Real Academia no distingue entre "terrestre" y "terrenal" en sus respectivas definiciones (meramente etimológicas), y sin embargo estas dos voces han adquirido un valor muy diferente en nuestra manera de ver el mundo. No es lo mismo "paraíso terrenal" que "paraíso terrestre", y la mal denominada "televisión digital terrenal" se halla tan alejada de lo divino como la televisión digital por satélite (transmisión por el espacio, y no por ello transmisión celestial). Ambas son terrenales, pero sólo una de ellas es terrestre.

Algunos centros de poder conocen muy bien estos valores de las palabras, y manipulan el lenguaje porque así consiguen manipular el pensamiento de quienes no reflexionan sobre su propio idioma. Por ejemplo, el léxico del actual "conflicto" (guerra) de Yugoslavia nos trae expresiones como "limpieza étnica" (en lugar de genocidio), o "desplazados" (en el lugar de deportados o expulsados) o "daños colaterales" (en vez de víctimas civiles) para acomodar la realidad a la visión de cada una de las partes. Los casos de enmascaramiento mediante las palabras se hacen ya innumerables en la política, la economía, la Administración, la informática... Últimamente, por ejemplo, los políticos hablan de que el comportamiento de algún compañero no parece "muy estético", ocultando así que en realidad no es muy ético; y el plantón que propinó Yeltsin a Aznar fue definido como un "cambio de formato" de la "entrevista", pues resultó ser telefónica (pese a que se supone que en una entre-vista las personas han de verse).

Los terroristas también conocen esos resortes, y han intentado siempre apropiarse del lenguaje castrense. Por eso hablan de sus "comandos", sus "ejecuciones", sus "acciones", sus "objetivos"... (Recuérdese que la "organización armada" se denominó en otro tiempo "ETA Militar"). Y ahora se han apropiado de la palabra "tregua", para manipular la genética de esta expresión y engañarnos a todos.

"Tregua" es una voz que heredamos de los godos (muchos vocablos relativos a la milicia tienen origen gótico, incluida la sonora palabra "guerra"). Y "triggwa" significaba para ellos "acuerdo": el pacto que permitía interrumpir la guerra; y tal sentido de acuerdo pervive aún en la palabra, como la rosa pervive en odorosa y el famélico perdura en el jamelgo. La definición que recoge el diccionario para "tregua" (al margen de sus sentidos figurados, como "no dar tregua" y otros) indica que se trata de una "cesación de hostilidades, por determinado tiempo, entre los enemigos que tienen rota o pendiente la guerra". Estamos, pues, ante una palabra que remite a un acuerdo entre dos enemigos en guerra, generalmente dos ejércitos.

Y aquí resultan alarmantes todos los conceptos que se relacionan con esa palabra. Porque en el caso del terrorismo de ETA no se trata de dos ejércitos que luchan de igual a igual, ni siquiera de dos ejércitos que se hallaban en guerra: sólo una de las partes disparaba; en la otra se hallaban la policía y la justicia. Pero también resulta sobrecogedor el concepto subliminal del "acuerdo" que yace en la palabra. Porque no es inocuo.

Ya el dirigente del PNV Iñaki Anasagasti dijo el pasado 10 de marzo, tras las detenciones de etarras en plena tregua, que estas actuaciones policiales no le parecían muy oportunas, pues "colocan el proceso de paz en una situación delicada". El Gobierno, se deducía de sus palabras, había atacado por su cuenta en plena paz, sin consultar a la otra parte. Joseba Egibar, aun con matices, explicó también que las detenciones "no favorecen" ese proceso. Oí a algunos amigos en esos días hablar también de que las detenciones (detenciones de personas perseguidas por la justicia) podían romper la tregua, que no les parecían muy oportunas... Y quizás son ésos unos pensamientos que guardan relación directa con el uso de esta palabra. Tal parece que la circunstancia de la paz provisional obliga a suspender el Estado de derecho, y que la promesa de no matar deja a alguien impune de cuanto ha matado. Esto puede ocurrir tras una guerra de igual a igual, en efecto; en una tregua auténtica. Pero no estamos ante ese caso.

Tan unilateral es la "tregua" de ETA (y por tanto, tan inexacta la palabra) como unilaterales fueron las bombas (y por tanto, tan inexacto el concepto "guerra"). ETA no decidió una tregua, sino un "alto el fuego". Nada más; y nada menos. No pensemos en que existe una tregua, porque entonces algún día, llegada por fin la paz definitiva, creeremos que se ha producido un armisticio ("suspensión de hostilidades pactada entre dos pueblos o ejércitos beligerantes"). Hablemos de perdones, de indultos, de reinserción. No de tregua. De un lado están las balas y del otro las palabras; pero los terroristas siempre querrán invadir el terreno enemigo.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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