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EL PERFIL

JUAN CARMONA,"EL HABICHUELA" El divino acompañante

La vida del guitarrista Juan Carmona, El Habichuela, tiene dos extremos memorables. El más dulce, el día después de su debú en Madrid, cuando el joven Habichuela repasó con incredulidad y emoción las reseñas jubilosas con que los diarios destacaron su actuación. El más amargo no es un recuerdo instantáneo, sino ancho, duradero, escoltado siempre por dos sensaciones: el frío y el hambre. Abarca un periodo indefinido entre 1943 a 1947, cuando Juan, con diez, doce, catorce años, acompañaba a su padre, guitarrista, envuelto en una bufanda, por las tabernas flamencas de Granada: Tumbalobos, Faquillas, La Trini. Su papel consistía entonces en bailar, en bailar y en la más decisiva tarea de pasar al final el plato de las propinas. A veces aprovechaba un descuido del padre, el segundo de la saga, Tío José Habichuela, tomaba la guitarra y tocaba con las prisas de un trabajo clandestino. Hasta cumplidos los 14 no cambió definitivamente su faceta de bailaor por la de guitarrista aunque, lo ha repetido hasta la saciedad, su verdadera vocación ha sido siempre cantar. En realidad, la vida artística de Juan Carmona ha estado marcada por una humildad excesiva. Sólo ahora, a los 65 años, en el recién aparecido disco de su homenaje, "De la zambra al duende", ha consentido grabar tres piezas como solista, aunque solo, lo que se dice solo, en realidad hay una. El único precedente está en un disco pequeño, inencontrable, editado hacia 1963. "Lo que de verdad me gusta por encima de todo", ha confesado el maestro, "es el cante. Lo que pasa es que no tengo condiciones para poder expresarlo; pero sí sé cómo se canta, sé hasta dónde puede llegar un cantaor, sé cuando un cantaor duele". ¿Y el toque de Juan, cuándo duele? En realidad no ha dejado de doler nunca, es un exquisito pellizco que atraviesa de punta a punta la melodía. Quizá esta frustración como cantante sea la circunstancia que ha dotado a su toque de unos signos distintivos que cualquier buen aficionado reconoce en el fundamento de una grabación. El tercero de los Habichuela tocó por primera vez en la cueva de La Golondrina, en el Sacromonte; a los 18 años se instaló en Madrid y trabajó en la sala Duende, propiedad de Gitanillo de Triana. Una vez en Madrid se trajo, uno a uno, a todos sus hermanos, todos artistas: Pepe, Concha, Dolores, Luis y Carlos. Su primera grabación, acompañando a Rafael Farina, apareció en 1954. El tema inicial llevaba por título Por Dios que me vuelvo loco. Desde aquel disco hasta su retirada, hace dos años, El Habichuela no ha hecho otra cosa que acompañar, desde a Manolo Caracol y a la debutante Rocío Jurado a un anónimo aficionado en una peña. Hemos escrito acompañar, que es el término común con que se expresa la tarea vicaria del guitarrista, pero en realidad el toque de Juan Carmona no sólo acompaña sino también escolta, guía, ayuda, conduce y ampara. El particular aliento de su guitarra sobresale desde el fondo crepitante de los viejos discos: es él el que marca el camino, el que adiestra la música. Con un toque así canta cualquiera que atesore su poco de voz, repiten los que saben. Pero Juan, el humilde Juan, siempre se disculpa: "El virtuosismo lo tienen Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, que me merecen un respeto enorme. Creo que a su escala no voy a llegar. Siendo así, como es natural me quedo con mi toque de acompañamiento". En la última grabación, la de su homenaje, acompaña, o custodia, a Rancapino, a Chano Lobato, a Potito, a Alejandro Sanz y a sus hijos y sobrino, los Ketama. El toque de Juan, siendo clásico, nunca ha temido las compañías. Ha ensayado una suerte de audacia que siempre retorna al flamenco puro. "La guitarra", ha dicho el maestro, "no se ha hecho nunca con unos bongos, con una flauta, con nada al lado. Concibo la guitarra sola. Es muchísimo más meritorio tocar solo que no acompañado por tres o cuatro tíos, porque apoyado en su ritmo resulta muy sencillo hacer lo que te dé la gana". La pregunta, entonces, se vuelve inevitable: ¿Qué opinión tiene de sus hijos, Juan y Antonio Carmona, y de su sobrino, José Miguel, que han renovado el flamenco desde Ketama? "¡Qué voy a decir yo de Ketama!", ha respondido. "Creo que en buena medida los que comenzaron a fusionar han conseguido que los más jóvenes se acerquen al flamenco, pero eso sí, un artista antes de mezclar debe conocer la raíz". ¿Por tanto? Pues eso. Hace dos años dijo que se retiraba. Recibió un memorable homenaje en Granada. Pero sabido es que no hay retirada tan larga como la de un artista flamenco. Se sabe el día que empieza, no el que acaba. Se retira en Granada, luego en Madrid, de nuevo en Granada, más tarde en Murcia. Retirarse, para los flamencos de raza, quiere decir actuar sólo cuando yo quiero y cuando me dé la gana. Y en el caso de Juan, a ratos perdidos, practicar su secreta afición: tomar el taco de billar y golpear la bola con la sabia contundencia de una pulsación.

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