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DIMISIÓN DE JOSÉ BORRELL

Una carrera de obstáculos

Borrell se encontró que el camino que quería seguir había quedado bloqueado.

Emprendió una carrera con la aspiración de convertirse en la segunda figura más relevante del PSOE, con un respaldo electoral que paliase la confianza que no tenían en él los dirigentes, y acabó convertido en un líder electoral emplazado a derrotar a un partido gobernante y con la situación económica a su favor. La explicación de la victoria probablemente fue la eclosión de una militancia a la que se le daba por primera vez la oportunidad de elegir directamente a un líder, justo después de que Felipe González hubiese renunciado a su poder. La explicación de que él se presentase a la competición muy probablemente estuvo en que le habían dejado sin terreno donde dar salida a su energía política, y la carrera de las elecciones primarias estaba hecha a la medida de un corredor como él. Siempre quedará como un futurible qué habría pasado si después del último congreso federal del PSOE le hubiesen encomendado la portavocía en el Congreso o le hubiesen ofrecido encabezar la siguiente candidatura para el Parlamento europeo, o cualquier otro puesto a la medida de su capacidad para hacer oposición o gestión.En la campaña de las primarias, Borrell logró devolver el entusiasmo a una militancia que se sentía como si no pudiera salir de casa y cuyos dirigentes aceptaban con cierta resignación que en esta legislatura no podían levantar cabeza. Levantó la bandera de que la oposición que realizaba el PSOE era "manifiestamente mejorable", y un día provocó la añeja y refrescante imagen de un político subido en una silla, en plena calle, dirigiéndose a los suyos, porque no cabían en el teatro que había sido concertado. El resultado de su triunfo desató una corriente de aire nuevo que llegó a denominarse el efecto Borrell. Pero el error en la forma de enfocar su pulso con José María Aznar en el debate sobre el estado de la nación -unido a un sonrojante boicoteo de los diputados populares-, y los puntos débiles de su bagaje como político echaron en pocas horas por tierra el vuelo que había empezado a remontar. El peso de aquel fracaso ha seguido gravitando sobre su figura, hasta el punto de no haber quedado borrado con los aciertos de otras intervenciones parlamentarias más recientes.

Borrell se ha mostrado como un político sin el caparazón protector de los políticos profesionales, lo que le daba una imagen distinta, aunque a la vez jugaba en su contra una timidez y un retraimiento que no hacían de él un personaje que suscitase a primera vista simpatía. Y, sin embargo, desde la tribuna despertaba admiración por su preparación, por su defensa de valores, por su inquina contra todo atisbo de corrupción. Proyectaba una imagen de integridad, acompañada a veces de una cierta exhibición de sus cualidades, y sus discursos buscaban los planteamientos con enjundia ideológica a fuer de rayar en la complejidad o en explicaciones a veces difíciles de seguir.

Activista empedernido, se convirtió en un viajero incansable para transmitir directamente, por toda España, un impulso que no lograba traspasar, para su desesperación, la "barrera mediática". Anoche se sentía más relajado, después de una mañana en la que aún tuvo dudas de si la suya era la decisión acertada. Y encontró que lo era.

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