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Tribuna:GUERRA EN YUGOSLAVIA
Tribuna
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El peligro de humillar a Rusia

¿Cómo no ver el sospechoso paralelismo que se está desarrollando entre la Rusia de hoy en día y la Alemania de Weimar?A semejanza de la frágil República alemana, establecida, mal que bien, tras la I Guerra Mundial sobre las ruinas del imperio prusiano, la Rusia de hoy en día es una nación debilitada, dividida, que siente nostalgia de su pasada grandeza. Como los antiguos enemigos de Alemania, los de la Rusia de hoy en día se alegran de su derrota, sin entender que al humillarla no hacen más que abonar el terreno para su terrible regreso al primer plano de la escena.

Como el Ejército alemán de los años veinte, el Ejército ruso de la actualidad tiene la sensación de que los políticos le han hecho perder una guerra - la guerra fría- en la que tenía todos los medios para ganar. Como la clase media del imperio alemán, la clase media de la Unión Soviética se ha proletarizado debido a la inflación y vive con miedo al mañana.

Como ocurrió después del tratado de Versalles -los que vencieron a Alemania no encontraron nada mejor que prestarle sumas enormes y negociadas una y otra vez-, se conceden a Rusia préstamos enormes sabiendo que no es posible reembolsarlos, a la vez que se roban cuidadosamente las joyas humanas y tecnológicas del vencido. Como en la Alemania de los años veinte, se deja que los grupos mafiosos maten a los políticos a los que no se puede corromper y corrompan a los que no es necesario matar. Como se dejó a Alemania ahogarse en su soledad, cada día se cerca un poco más a Rusia, por ejemplo, extendiendo la Alianza Atlántica hasta sus fronteras. En fin, igual que se trató a Aristide Briand de peligroso pacifista cuando propuso en Ginebra, el 5 de septiembre de 1929, que se "estableciera una relación federal" con Alemania, hoy en día se trata de utópicos ingenuos a quienes proponen asociar a Rusia en la construcción europea.

Conocemos lo que sigue: aparte de Keynes en Gran Bretaña y Stressemann en Alemania, todo el mundo rechaza el proyecto de Briand. El vencido de la Gran Guerra aún no había expiado su culpa lo suficiente; aún no se le habían extirpado todos los demonios; aún no estaba preparado para alcanzar la comunidad de las naciones desarrolladas. Y cuando algunas semanas después el crash de Wall Street acabó con las últimas veleidades de promover el libre intercambio, Alemania fue abandonada a su suerte. En resumidas cuentas, porque no se supo tratar a Weimar con consideración, porque era necesario hacer frente al III Reich.

Naturalmente, la historia nunca se repite del mismo modo. Y nosotros no estamos condenados a ver surgir a un Hitler ruso después de la Alemania de Weimar. Sin embargo, los paralelismos entre las dos situaciones se vuelven cada vez más inquietantes.

La forma en que se trata a Rusia en el asunto yugoslavo repite este mismo error y puede precipitar esta evolución. En lugar de comprender que no hay nada más peligroso que permitir que se vuelva a crear un frente eslavo en el corazón de Europa, en lugar de pedir cortésmente a los rusos que ayuden a los aliados a conseguir que Milosevic ceda, unirlos a las decisiones de Occidente por medio del Consejo de Seguridad de la ONU o del Grupo de los Ocho, Estados Unidos le ha dado a entender, de la forma más humillante posible, que lo único que tienen que hacer es callarse y dejar hacer si quieren que les sigan financiando sus finales de mes.

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Por el momento, y quizá todavía durante algunos años, los rusos callarán. Necesitan demasiado el dinero de Occidente para actuar de otra manera. Tragarán todavía mucha quina, pero no olvidarán nada, alimentando la larga memoria de los humillados.

Y si en algún lugar de la Rusia de hoy en día hay un pobre cabo que espera que llegue su hora, deber de estar redactando un opúsculo vengativo contra este Occidente corruptor y caprichoso, prometiendo mil muertes a los enemigos del pueblo, tanto en el interior como en el exterior. Cuando aparezca ese panfleto, se burlarán de él, en Bruselas y en Washington. Cuando tenga un enorme éxito de Kiev a Vladivostok, se alegrarán de no haber ayudado a esta gente y se señalará con el dedo a los que querían asociarla a Europa.

Pero cuando el pequeño cabo llegue al poder, recordarán que Rusia aún tiene 400.000 cabezas nucleares, que es uno de los países más ricos en petróleo, que aún dispone de una élite intelectual, científica y política sin igual y que, a pesar de la mafia, tiene los medios suficientes para volver a convertirse en una gran potencia económica, científica y militar. Y cuando tengan que gastar las primeras sumas descabelladas para rearmarse, recordarán con amargura la época en que aún era posible invitar a los rusos, y con ellos a los ucranianos y a todos los pueblos eslavos, a ocupar su lugar en Europa y a participar en la reconstrucción del continente.

Porque ésta sería, hoy en día, la única decisión que los europeos deberían tomar para evitar esta catástrofe: proponer a Rusia que se adhiera a la Unión Europea. No para que entre enseguida, sino para comenzar, ya desde hoy, las discusiones con vistas a su posterior adhesión, seguida por un largo período de transición económica y social. La experiencia española o la griega demuestran que la adhesión en sí misma ayuda a reducir la duración de estos periodos, creando un entorno estable. Semejante perspectiva estabilizaría la democracia rusa, proporcionaría un marco a las reformas y multiplicaría las ocasiones de intercambio y de asistencia técnica y jurídica. Rusia volvería a ser, poco a poco, un Estado de derecho, según el modelo que está siguiendo, con gran éxito, Polonia. En fin, esto permitiría asociar naturalmente a Rusia a las reflexiones que deberán comenzar enseguida entre los europeos sobre el futuro de los Balcanes.

Semejante propuesta es tan descabellada como la que aspiraba a la creación de una Unión Europea con la Alemania de Weimar en 1929. Tan descabellada y tan realista. Porque Rusia la aceptaría, aunque sea demasiado orgullosa para presentarse candidata por miedo a recibir una negativa.

¿Se tomarán hoy en día más en serio estas ideas que las de Aristide Briand en su época? Lo dudo ¿A quién le preocupa pasado mañana?

Jacques Attali es consejero de Estado de Francia en excedencia, presidente de una empresa de asesoría.

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