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ARTES ESCÉNICAS

Una gala a piñón fijo

En la fiesta de entrega de los premios de las artes escénicas todo el mundo parecía tener prisa. Los premios se fueron recogiendo a una velocidad de vértigo, sin apenas tiempo para que los beneficiados pudieran decir alguna palabrita, de manera que en apenas hora y media se liquidó por Notícies Nou la retransmisión del asunto. El lector ya sabe a estas alturas que la gran ganadora de la noche fue La puta enamorada, creo yo que con todo merecimiento, así que no habrá que extenderse sobre ello. Un guión muy flojo de Pasqual Alapont fue desgranando las letanías de rigor en estos casos, con una entrada sin gracia en la que el presentador César Lechiguero hizo como que llegaba tarde y se enfrascó en una farragosa explicación ¡sobre problemas de tráfico! El silencio de la sala fue casi sepulcral, tal vez debido a que distaba de estar repleta. No sé yo si hubo deserciones de última hora al saberse que la representación institucional se detenía en el ínfimo escalafón de Carlos Alcalde, subsecretario de Cultura o algo así, que entregó el premio a una radiante Queta Claver. Sosería Llama la atención la deserción en bloque de los responsables políticos de la cultura en una gala anual de esta clase. Se fueron todos a Madrid para que no se perdiera por sus calles Eduardo Zaplana, en lo que acaso constituye una evidencia más del interés real de los políticos en el poder por el teatro y la danza que premian a fecha fija. También otras cosas dan que pensar, más allá de la sosería de los presentadores. Si el premio al mejor actor lleva el nombre del inevitable Antonio Ferrandis (quien, por una vez y extrañamente en esta ocasión no se dejó ver por el Principal), no se entiende por qué no se rotula con el de Amparo Rivelles el correspondiente a la mejor actriz, como tampoco está claro que el Max Aub se conceda al autor del mejor texto o adaptación, cuando todo el mundo sabe que incluso el más mínimo rigor (el de los Oscar, por ejemplo), distingue perfectamente las aportaciones originales de las adaptadas. Fuera de esas cuestiones, que también ponen en entredicho la seriedad de los premios, hubo menos numeritos de entretenimiento que en galas anteriores, y aún así no se libró el espectador de una asombrosa intervención de Albena Alberola. No es fácil comprender a santo de qué se empeña este chico en hacer como que canta y baila, cuando es obvio que no sabe hacer ni una cosa ni otra. Menos espectacular que otras veces (apenas hubo panorámicas del patio de butacas, supongo que para ocultar los grandes claros), la gala tuvo también menos alborozo, no sé si porque se impone una política de contención, y discurrió como si se tratara de liquidar el asunto cuanto antes. Destacó, eso sí, el estallido de alegría del equipo de Arden Producciones. No era para menos.

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