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Una carta persa

Francesc de Carreras

Quizás la mejor manera de poder explicar, con todos los matices, la realidad de la política catalana sea adoptando aquel truco literario, tan utilizado en la época ilustrada, que consiste en imaginar las reacciones de una persona ajena a nuestra sociedad y a nuestra cultura al entrar en contacto con ellas. En definitiva, se trata de imaginar qué pensaría un persa, como el que se inventó en su tiempo Montesquieu, deambulando por el hemiciclo del Parlament, los despachos de la Generalitat o los pasillos de las sedes de los partidos; escuchando tertulias radiofónicas, y leyendo diariamente los periódicos catalanes. Sin duda, como es natural viniendo de una sociedad muy distinta, el persa se quedaría sorprendido -quizás agradablemente- aunque, también es probable, le costaría entender muchas cosas -desde las pintorescas hasta las absurdas- de nuestra vida política. Esta semana, por ejemplo, el Partit per la Independència, el PI, ha decidido que el mundo tiene que pedirnos perdón y ha tomado dos iniciativas que, a mi modo de ver, reúnen las dos condiciones antes dichas: son pintorescas y, además, también son absurdas. En primer lugar, el Parlament, a propuesta del diputado del PI Xavier Bosch, ha resuelto dirigirse al Parlamento italiano para que éste exprese sus "disculpas al pueblo de Cataluña" por los bombardeos masivos que la aviación de aquel país efectuó sobre la ciudad de Barcelona durante la guerra civil. Todos los grupos parlamentarios votaron a favor a excepción del PP, que se abstuvo. En segundo lugar, según leo en la prensa, la diputada Pilar Rahola, también del PI, ha pedido que el Congreso de los Diputados pida perdón por su actuación en la guerra civil y, especialmente, por el fusilamiento del presidente Lluís Companys. Personalmente, la primera noticia me ha dejado perplejo, y la segunda estupefacto. Estos perdones históricos siempre me han parecido mera propaganda política y, en la mayoría de los casos, pura y simple hipocresía. Cuando, por ejemplo, la Iglesia católica pide perdón por el trato que en su tiempo dio a Galileo pero no destituye y expulsa fulminantemente a los obispos argentinos que ampararon los terribles crímenes de la reciente dictadura, pienso simplemente que el perdón por lo de Galileo es un mero ejercicio de cinismo. Pero lo que el PI hace no es, como hace la Iglesia, un acto de contrición propio, sino que demanda a otros que pidan perdón. Y ahora me pongo en la piel de estos otros que, imagino, habrán quedado tan perplejos y estupefactos como yo. Seamos mínimamente sensatos: ¿qué tienen que ver los actuales parlamentos con los criminales bombardeos de la aviación de Mussolini sobre la población civil de Barcelona o el fusilamiento de Companys? Los responsables son, en todo caso, Mussolini, Franco y sus colaboradores del momento, nunca personas ajenas a ellos, menos aún las instituciones actuales. Ya sé que Bosch y Rahola me dirán que ello es evidente y que piden, simplemente, un perdón simbólico, es decir, un gesto moral. Tal gesto no hace ninguna falta. Mussolini y Franco fueron derrotados por sus propios pueblos hace años y tal derrota es ya en sí misma un símbolo suficiente. Por otra parte, la responsabilidad patrimonial puede ser atribuida a un Estado, la responsabilidad moral sólo es atribuible a personas concretas. Ya sé que el nacionalismo integrista que está en el fondo de la petición del PI mantiene que las naciones son impermeables al paso del tiempo y transitan por la historia como sujetos siempre idénticos a sí mismos. Si ello fuera así, estarían cargados de razón y sería lícito pedir este gesto de perdón. Pero las cámaras representan a ciudadanos actuales, no a los entes míticos de los nacionalistas ¿Qué pensará de nosotros un viejo diputado italiano, antiguo resistente contra el fascismo, cuando le llegue la petición del Parlamento catalán? Quizás pensará que, en ocasiones, del nacionalismo al ridículo no hay más que un paso.

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