Una mancha imborrable
Diez años después de la tragedia del Exxon Valdez, los ecologistas creen que permanecen sus mortales efectos
Los habitantes de Seward, en el suroeste de Alaska, todavía recuerdan hoy, justo diez años después, las palabras de Joseph Hazelwood, capitán del petrolero Exxon Valdez, la noche del 24 de marzo de 1989: "Estamos perdiendo algo de petróleo, y me temo que vamos a estar aquí por algún tiempo todavía". Ese algo de petróleo se convirtió en horas en la peor catástrofe ecológica en la historia de EE UU, con más de 42.000 toneladas de crudo derramadas al mar en la bahía de Prince William y que, según las organizaciones ecologistas, ha matado a más de 300.000 aves.El caso Exxon Valdez actualmente está cerrado: la empresa (Exxon, estadounidense) ha pagado ya 390.000 millones de pesetas al Gobierno de EE UU, a los pobladores y a los encargados de la limpieza de la región -aún le quedan por entregar otros 750.000 millones por daños a pescadores y pobladores- y el capitán Joseph Hazelwood, que había bebido alcohol la noche de la tragedia, fue condenado el mes pasado a 1000 horas de trabajo social en Alaska.
Para muchos, sin embargo, las consecuencias del vertido aún continúan: el deterioro de la biodiversidad de la zona, la huida de muchos de los peces (que ha arruinado a los pequeños pescadores) y el peligro medioambiental que suponen las nuevas plantas petrolíferas en el Ártico, hacen temer por el futuro de la región, considerada por los grupo ambientalistas como "el serengueti del Ártico".
Entre ellos está Greenpeace, que festeja el aniversario advirtiendo de estos peligros. La solución, según la organización ecologista, es que el mundo industrializado se aparte de su dependencia de los combustibles fósiles. "Las soluciones a los problemas que el vertido puso sobre la mesa no se encontrarán simplemente preguntándose si Hazelwood estaba borracho, ni tan sólo introduciendo más petroleros de doble casco", señala Greenpeace en el informe Del Exxon Valdez a Northstar: impactos del desarrollo petrolífero en Alaska y el Ártico hecho público ayer con motivo del décimo aniversario de la tragedia. La organización, que calcula en 3 billones de pesetas los subsidios del Gobierno de EE UU a la industria petrolera, pide también que se utilice ese dinero para la investigación de nuevas tecnología de energía renovable, como la solar o la eólica.
El vertido del Exxon Valdez, según Greenpeace, no debe ser tomado como un caso aislado, sino "como uno más de una larga y continuada lista de vertidos de petróleo en Alaska y en todo el mundo".
El informe sostiene, según datos del Centro de Información de Vertidos de Petróleo (OSIC, en sus siglas en inglés), que después del derrame del petrolero estadounidense ha habido "al menos" siete vertidos mayores que el de la bahía de Prince William en marzo de 1989. Y agrega que, si se tienen en cuenta otro tipo de vertidos -como la explosión del pozo de petróleo en Uzbekistán en 1992 o las pérdidas de combustible durante la Guerra del Golfo (1991)- la catástrofe del Exxon Valdez "sólo" ocuparía el puesto número 53 en importancia. "En contra de las afirmaciones de la industria petrolífera, los vertidos son un hecho frecuente", asegura el informe.
Los habitantes de la costa sur de Alaska, sobre la que se han detectado más de 1.100 kilómetros de residuos tóxicos, han sido los más afectados por el derrame. Ron Anderson, un pescador de Seward, cree que sus efectos no sólo no han terminado, "sino que no van a acabar nunca". "Nosotros, los tontos pescadores, les dijimos que esto iba a pasar. Dejaron aquí este caos, hace diez años, y seguimos en el mismo desorden", dijo Robertson, que ha tenido que vender su bote de pesca, al diario Los Angeles Times.
Greenpeace pone especial énfasis en los efectos a largo plazo que pueden tener este tipo de accidentes, especialmente en lo que se refiere al cambio climático. Comunidades nativas consultadas por la ONG aseguran que el retraimiento de los hielos marinos "hacen la caza y la busca de alimento más peligrosa e incierta, ya que las poblaciones de animales salvajes y las plantas cambian constantemente". Sylvia Lange, una ex empleada en el comercio pesquero de Alaska, describe la situación de manera elocuente: "Nos hablan de recuperación, pero eso es imposible. Esto ha sido un holocausto, y nadie se recupera de un holocausto".
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