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La Biblia es laica

El excelente teólogo palentino Juan José Tamayo Acosta daba a conocer en este diario la "moda" que ha surgido, sobre todo en Estados Unidos, de hacer ediciones "laicas" de la Biblia. A primera vista parece un contrasentido, ya que de la Biblia decimos que es un libro "sagrado". Pero hay que aclarar la terminología. Los italianos, por ejemplo, llaman "laico" al mundo cultural e ideológico que se contrapone al mundo "religioso" (concretamente católico). Ambos mundos pueden incluso dialogar, pero nunca confundirse. Por el contrario, los españoles, partiendo del supuesto de que en el ámbito religioso (igualmente católico) hay dos clases de creyentes -clérigos y laicos o seglares-, hemos atribuido la lectura, la edición y la interpretación de la Biblia exclusivamente al mundo clerical, dejando a los laicos solamente la explicación que de la Biblia hará la Iglesia docente (que enseña) frente a la Iglesia discente (que aprende). Y así, durante siglos, la Biblia era paradójicamente un libro prohibido para el pueblo común, de suerte que poseer una Biblia podría suponer una sanción canónica o incluso, en épocas inquisitoriales, la incoación de un "auto de fe". Afortunadamente, en el Concilio Vaticano II se suprimió este absurdo veto y se abolió el supuesto fundamentalista de que Dios es poco menos que el único autor de esos "libros" (biblia=libros), como sobre el Corán piensan los musulmanes.Y aunque se reconoce la referencia a Dios, se admite paladinamente "que se trata de autores diversos, que hay que contextuarlos en el tiempo y en el espacio. Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modos diversos en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado intenta decir y dice, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época" (Dei Verbum II).

Y así observamos que desde el Vaticano II la Iglesia "recomienda insistentemente a todos los fieles... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo" (Flp 3,8), "pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo" (S. Jerónimo).

Esta actitud nueva de la Iglesia católica tiene profundas raíces, sobre todo en el Nuevo Testamento. Jesús mismo no era sacerdote, sino laico (Heb 7,13). Y su actitud frente al judaísmo implicaba sin duda una especie de secularización. Por eso atacó la teocracia vigente en el Israel de su época y se resistía a que lo tuvieran por el mesías esperado por tanta gente, que pensaban que sería un rey temporal ungido sacralmente. Cuando le preguntan si había que pagar el tributo al emperador romano, pide una moneda, en la que, por un lado, estaba la efigie sacralizada del César, y por el otro, el valor monetario de la pieza; y a continuación responde: "Dad al César lo del César y a Dios lo de Dios". Con ello se oponía claramente a la teocracia del Imperio romano, cuyo gestor era adorado como dios.

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El profesor checo Milan Machovec, en su espléndido libro Jesús para ateos, afirma que "el estudio crítico de los tres fundamentos del europeísmo tradicional -la cultura griega, el derecho romano y la fe judeocristiana- debería representar algo esencial, incluso para el ateo radicalmente secularizado del siglo XX que quiera darse cuenta de sus esperanzas, de los motivos de su repulsa y de sus debilidades".

Machovec, a pesar de confesarse ateo (aunque con muchas dudas), reconoce que "en Jesús no se encuentra una línea de separación que divida este mundo de aquél (línea que, por otra parte, tampoco se encuentra en la tradición del Antiguo Testamento)... No se construye ningún muro entre las fuerzas naturales y las sobrenaturales; su construcción significaría reducir a Jesús a los esquemas del pensamiento griego, a las categorías del monismo o del dualismo. Para Jesús no eran las cosas de ese modo. En la concepción de la "venida del reino de Dios" no faltaban elementos que hoy calificaríamos de sobrenaturales o mitológicos o característicos de otro mundo. Pero como en Jesús y en sus primeros discípulos no existe una línea de demarcación entre este y aquel otro, las consecuencias de sus consideraciones sobre el reino de Dios se refieren también a este mundo, a esta historia, a esta política, a esta situación social, a la espera concreta de los hombres en un mejor futuro terreno".

Como vemos, el carácter "laico" de la Biblia se opone a su supuesto carácter teocrático. La Biblia es un conjunto de libros en los que se contiene y se condensa la reflexión religiosamente inspirada del pueblo judío y de las primeras comunidades cristianas, que nunca rompieron con la tradición de la que procedían. En otros tiempos de libros "sagrados" aparece la conexión íntima entre un determinado pueblo o una determinada etnia que mide su propia identidad por los contenidos de esos libros. La Biblia judeocristiana va por otro camino. En el Antiguo Testamento sobrenada el constante reproche divino por el intento de monopolizar al único Dios. Pero ya en el libro del Éxodo, cuando Moisés le pregunta a Dios cuál es su nombre (cosa que lo determinaría como "dios de Israel") responde: "Seré el que sea", o sea: podré ser llamado con muchos nombres y adorado por pueblos y culturas diversas. Desgraciadamente, la historia del cristianismo nos ofrece la no infrecuente degradación de esta "laicidad" de Dios y el intento de "sacralizarlo" para tenerlo como monopolio de su raza, de su pueblo o incluso de sus acciones bélicas.

Una lectura "laica" de la Biblia abre la puerta a cualquier ser humano, que sin duda encontrará en ella muchas respuestas y también no pocas preguntas, a las que tiene que responder el lector con su raciocinio y desde su absoluta libertad.

José María González Ruiz es teólogo.

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