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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Invitación a asombrarse IGNACIO VIDAL-FOLCH

Para el refranero, para las frases hechas, todos hemos sido ya pesados y medidos. Por eso resulta agradable contradecir al refranero y a las frases hechas y decir, por ejemplo, que las comparaciones pueden no ser odiosas, sino un goce y un camino de conocimiento, siempre y cuando se ocupe de cosas de enjundia, como mitologías, como literaturas. Entonces, comparar -etimológicamente: poner de pie una cosa al lado de otra- es una disciplina que todavía suena a exótica, y que tiene pocos maestros. Uno de los mayores es Claudio Guillén (1924), cuya obra Entre lo uno y lo diverso se ha convertido en el manual de la disciplina en las universidades italianas y de otros países. Largos años de exilio en Norteamérica, formando su curiosidad a la sombra de su padre, el poeta Jorge Guillén, y de los amigos de éste, amigos como Américo Castro y Josep Ferrater Mora, del que don Claudio recuerda que sabía demasiado: "Era un hombre irónico, bromista, frío, aunque afectuoso en el fondo; pero sabía demasiado; no podía decir algo propio sin aludir a toda la historia de la literatura: ocultaba sus ideas". Guillén impartió clases en las universidades de Princeton, California y Harvard, y hace unos pocos años regresó a España. Aquí fue profesor durante unos años en la universidad de Bellaterra, luego estuvo también en la Pompeu Fabra, y un buen día no renovó contratos, se fue, creo que a Andalucía, sin haber creado escuela pero dejando en sus discípulos la memoria de un magisterio apasionante. Claro que comparar literaturas es algo que no está al alcance de cualquiera. Un comparativista es lo contrario de un especialista, o más bien la suma de muchos especialistas. Un comparativista ideal como Claudio Guillén, que el otro día regresó a Barcelona para recibir en la universidad un homenaje más que cálido, ardiente, de sus ex colegas y discípulos por su libro Múltiples moradas (Tusquets), debe tener conocimientos muy amplios de las literaturas de varias lenguas para iluminar con la luz sostenida y vagabunda de su reflexión los temas, las presencias, los misterios, los anhelos que trascienden las gramáticas, las fronteras y las academias de las lenguas (ya está escrito que "hasta que no acabemos con la gramática no habremos acabado con Dios"), y además relacionarlos entre sí de manera fértil, de manera que haga brotar las ideas. Múltiples moradas no es un ensayo que agota un tema, sino el destilado en 500 páginas de décadas de lectura, meditación y aprendizaje sobre una docena de temas que han sido obsesiones en la larga vida de Guillén: el papel del exilio en la literatura (desde los Tristes de Ovidio, para quien era la pena más cruel, a Joyce, que se lo impuso como una necesidad de higiene mental); la evolución del género epistolar; la idea de obscenidad en el erotismo; el concepto de Europa a lo largo de los siglos, el desplazamiento de sus centros físicos y culturales y de sus periferias... El lector vagabundea por el libro recibiendo múltiples llamadas, un sinfín de invitaciones a visitar autores desconocidos, a revisitar a los ya conocidos por caminos diferentes, e incluso a dilatar y variar el texto con las aportaciones de la cosecha de sus propias lecturas, si se atreve a ello. Organizaban el homenaje José María Micó, Jordi Llovet, Antoni Marí, Antonio Monegal; y entre el público estaban Alberto Blecua, Jaume Vallcorba, el editor Toni López Lamadrid... Micó señaló que Múltiples moradas pertenece "a ese linaje de libros que de alguna forma se convierten en una historia de la literatura universal". Y Jordi Llovet dijo: "¡Lástima que te fuiste! ¡Nunca debiste irte de Barcelona, amigo Claudio! Porque aquí lo que nos falta es gente que como tú pueda hablar de la literatura como lugar de confluencias y contrastes... Por eso es tan oportuna la cita a tu padre, Jorge Guillén, como epígrafe del libro: -¿Tiene usted enemigos? -Uno solo: el que me simplifica". Guillén explicó: "El hastío de la simplicidad es en mí algo instintivo, innato. Desde el momento en que uno rechaza la nacionalización de la vida, que es algo que empieza en el siglo XIX y que ya se está acabando en todas partes salvo en ciertas regiones, se encuentra uno en el campo abierto e infinito de la literatura". Luego aportó una definición: "La cultura no es una actividad a la que se dedican unas horas del día, sino el ejercicio de la inteligencia y la sensibilidad para sentir la riqueza de la vida, y de sus posibilidades, aunque sea para acabar concluyendo que esa riqueza, esas posibilidades, no tienen sentido. Una persona culta es una persona que se asombra ante la riqueza de la vida". Había poca gente en el aula, pero el acto no acababa. Se respiraba un ambiente alegre, excitado, de complicidad, como de logia reunida.

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