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Los sabuesos de la palabra

Un escritor vinculado al franquismo justificaba la Inquisición con un argumento palmario. A los hombres del siglo XX les obsesiona tener buena salud física. De ahí los avances de la medicina. En cambio, a los hombres del pasado les obsesionaba tener una buena salud moral. De ahí la existencia de la Inquisición, afirmaba uno de los personajes creados por este escritor franquista. Cualquier palabra contra un artículo de fe del catolicismo podía dar origen a las investigaciones de los sabuesos de la Inquisición. No importaba que fuera una blasfemia dicha en un momento de acaloramiento o de la más salvaje de las borracheras. Tampoco importaba que fuera la típica broma dicha con voluntad de guasa ni que el que profiriese las palabras malditas fuera un perfecto gaznápiro con un escaso bagaje cultural. El Santo Oficio tenía como competencia comprobar si en tales palabras o "proposiciones" existía herejía. Palabra de hereje es un estudio de las investigaciones de la Inquisición sobre el denominado delito de proposiciones. La Universidad de Sevilla acaba de publicar este estudio, que es obra de Juan Antonio Alejandre, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad Complutense, y María Jesús Torquemada, profesora titular de Historia del Derecho de la Universidad Complutense. Ambos han dedicado gran parte de su vida a estudiar el Santo Oficio. Alejandre y Torquemada han publicado El veneno de Dios. La Inquisición de Sevilla ante el delito de solicitación en confesión (1994), Osadías, vilezas y otros trajines. Estampas íntimas de la Inquisición (1995), Esposas y amantes en el ámbito de la Inquisición (1995), Milagreros, libertinos e insensatos. Galería de reos de la Inquisición de Sevilla (1997), Los secretarios o notarios del secreto en Sevilla desde comienzos del siglo XVIII (1997) y Las funciones tuitivas del Santo Oficio (1998). Palabra de hereje, que tiene como subtítulo La Inquisición de Sevilla ante el delito de proposiciones, bucea en el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, la última etapa de una Inquisición en decadencia a la que los aires llegados con la Revolución Francesa empezaban a cuartear. Los casos tratados afectan al distrito del tribunal sevillano. El libro trasciende con mucho el mero nivel entre teológico y judicial que caracterizaba las pesquisas del Santo Oficio. Es, además, un friso sociológico de primera magnitud. Personajes de todo pelaje, procedentes sobre todo de Sevilla, Cádiz y Huelva, desfilan por sus páginas. El escribiente de comercio Manuel de la Cruz opinaba, así, que "a María Santísima San José le había hecho un chiquillo como a cualquier otra mujer". O el albañil Lorenzo Sánchez no entendía que María "se hubiera mantenido Virgen habiendo parido a Jesucristo". Son dos ejemplos, espigados entre cientos, de los que figuran en el libro porque quedaron consignados entre los archivos de la Inquisición. Las "proposiciones" consistían en aquellas expresiones proferidas por algún cristiano que iban contra los artículos de fe del catolicismo. "No todas las expresiones que, bajo la apariencia de proposiciones heréticas, llegaron a ser conocidas por el Santo Oficio, fueron finalmente calificadas, juzgadas y condenadas como constitutivas de delito", señalan los dos autores en el libro. "No hay que olvidar que la propia Inquisición obligaba a todos a delatar lo que se consideraba delito. La gente se veía así ante un problema de conciencia. Había familiares que declaraban contra familiares; amigos contra amigos", explica Alejandre en una entrevista. "La mayoría de las denuncias surgían del propio entorno del acusado. En muchas ocasiones todo tenía su origen en una charla de taberna", agrega el catedrático. Esto llevaba a que la gente fuera muy prudente a la hora de hablar con otras personas. "Es cierto que la Inquisición tenía en cuenta que la denuncia pudiera deberse a una venganza personal o a un ajuste de cuentas. Por ello, establecía penas para quien hiciera una denuncia con falsos argumentos. Pero es que el tribunal estaba más de parte del acusador que del acusado. Entonces funcionaba la presunción de culpabilidad. Es decir, justo lo contrario que hoy en día, en que se parte de la presunción de inocencia. El acusado tenía que demostrar que no era culpable. Algo que a veces resultaba complicado", continúa Alejandre. No es casual que España jugara un patético papel de nulidad casi absoluta en los progresos científicos de los siglos XVII y XVIII. A ver quién se atrevía a expresar opiniones que pudieran rozar la herejía en un momento en que cualquier novedad podía suponer un ataque a la religión católica. "La Inquisición frenó el desarrollo de la ciencia. Sin la Inquisición, España hubiera sido un país mucho más rico y fecundo para la ciencia", dice el catedrático. Con todo, matiza Alejandre, la capacidad de la inteligencia y el talento para sortear barreras y candados es extraordinaria. La prueba es que la Inquisición no pudo impedir, concluye Alejandre, la explosión de talento literario del Siglo de Oro. El Santo Oficio interpuso muchas veces el peso de la censura, pero Quevedo, Góngora o Lope de Vega encontraron las grietas por las que difundir su arte.

Policía política

El catedrático Juan Antonio Alejandre recuerda que también en otros países hubo Inquisición y que cada una tenía sus delitos predilectos. En Alemania, por ejemplo, se quemó a miles de personas por brujería. En cambio, en España las brujas no ocasionaron tantos quebraderos de cabeza. "En España se perseguían más las ideas liberales y revolucionarias. La Inquisición actuaba más como un instrumento de policía política. Todo aquel que fuera discrepante se consideraba heterodoxo", indica Alejandre. "Siempre se intentó evitar la introducción de ideas novedosas y rupturistas. España encabezó la Contrarreforma contra el movimiento de Lutero. Luego, fueron desapareciendo los enemigos tradicionales de la Inquisición, como los moriscos, los brotes protestantes, los criptojudíos... Entonces aparecieron otros aspectos en los que incidió la Inquisición en el siglo XVIII y XIX, como los casos de bigamia o los delitos de proposiciones", concluye el catedrático de Historia del Derecho.

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