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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La encrucijada iraní

POCOS DABAN más de unos meses de vida a los estrictos clérigos que bajo la bandera de Jomeini llegaron al poder proclamando adustamente la ley del islam y su singular interpretación de la democracia ante sesenta millones de personas expectantes. Pero se han cumplido veinte años desde que cayera el último Gobierno del sha -después de que éste abandonara Irán para no volver- y por primera vez desde la revolución Teherán es escenario esta semana de varios conciertos pop para satisfacer a su abrumadora población juvenil. El sistema iraní, que ha sobrevivido, entre otras cosas, a una guerra de ocho años con Irak y a draconianas sanciones estadounidenses, intenta ahora salvar el colapso económico, el mayor obstáculo hacia la verdadera reforma del país.Irán está políticamente más dividido que nunca entre los reformistas moderados y los halcones islamistas, pero quizá eso es un síntoma de su vitalidad. Con el apoyo de una parte de la prensa (el año pasado ha aparecido una docena de cabeceras), los seguidores del presidente Mohamed Jatamí -elegido en 1997 con más del 70% de los votos y un 90% de participación- van abriendo brecha muy lentamente hacia su proyecto de una sociedad civil bajo el imperio de la ley. Esta misma semana se han cobrado una gran pieza: la del ministro responsable de los servicios secretos, Dorri Najafabadi, cuyos agentes estuvieron tras una reciente oleada de asesinatos de intelectuales disidentes que ha conmocionado al país.

La Constitución islámica de 1981 concentra el poder no en el presidente Jatamí, sino en el jefe supremo de la ortodoxia religiosa, Alí Jamenei, bajo cuyo control -vale decir el de los ultraconservadores- están todavía el aparato judicial y de seguridad y la maquinaria propagandística del Estado. La tarea fundamental de Jatamí es traspasar a los iraníes ordinarios los privilegios ahora secuestrados por el sector inmovilista del clero.

Acabada la era de la exportación de la revolución, despuntando incluso una nueva y más relajada relación con el gran Satán estadounidense, la mayoría de los iraníes parecen asumir que la supervivencia del sistema pasa por la moderación. La pugna entre reformistas y conservadores tiene una cita inmediata en las elecciones locales de este mes, de cuyas candidaturas los puros intentan excluir a los disidentes notorios y los más resueltos partidarios del presidente Jatamí. Pero el sustrato de cualquier reforma seria es la situación económica, y la iraní es casi desesperada. El desplome de los precios del petróleo, el 80% de las exportaciones, ha reducido en un tercio los ingresos en divisas de Teherán. El rial, moneda nacional, cambia oficialmente a 3.000 unidades por dólar, y a casi 9.000 en el mercado negro. La inflación ronda el 40% y el desempleo es mayor del 12% recogido por las estadísticas. Para empeorar las cosas, casi la mitad de los 60 millones de iraníes ha nacido después de la revolución. Esa formidable masa de jóvenes está cada vez más impaciente por el paso de tortuga del cambio y la incapacidad de sus enfrentados dirigentes para crear empleos y poner dinero en sus bolsillos.

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