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El periplo más largo del "Matagorda"

Hace tiempo que al Matagorda le estallaron sus exclusivas costuras de acero. El óxido, la sal y el tiempo han dejado maltrecho a este vapor, uno de los pocos barcos construidos con remaches que se conservan en España. Este ejemplo de catálogo de la arqueología industrial de principios de siglo va a retornar a casa. Una consignataria lo va a acercar hasta la Bahía de Cádiz como carga seca desde el puerto de Las Palmas, donde sirve en la actualidad de vestuario para los buzos del puerto canario y donde aguardaba, resignado, turno para el desguace. La Diputación de Cádiz se va a hacer cargo de los seis millones de pesetas -la misma cantidad invertida en su construcción- que cuesta el traslado del barco, que aunque no está capacitado para navegar sí lo está para refrescar la memoria colectiva de los gaditanos, que en el primer cuarto de siglo lo bautizaron popularmente como El vapor del dique. El vapor era el Mary Mac -nombre original del barco- y el dique, los actuales y modernos astilleros de Puerto Real, antes factoría de Matagorda, de la que el vapor terminó tomando el nombre. El buque tiene además la virtud de resucitar el eterno debate sobre el transporte marítimo en la Bahía de Cádiz. La Compañía Anónima de Transportes, Remolques y Salvamento fue, en realidad, la pionera cuando en 1918 se constituyó con el objetivo prioritario de trasladar a los operarios de Cádiz hasta la planta de Puerto Real, al otro lado de la Bahía. El Puente Carranza no sería una realidad hasta 1969, año en el que se jubiló el Matagorda, y la salida desde la capital hasta el término puertorrealeño conllevaba rodear la comarca a través de la primitiva red de carreteras que existía. Hasta que se inauguró el puente, el vapor -con 30 metros de eslora y seis de manga- trasladaba a 476 operarios en cada travesía, según consta en los archivos del Museo El Dique de AESA de Puerto Real, aunque la apariencia del barco no parezca confirmar su aforo. Con el tiempo, el Matagorda sustituyó la máquina de vapor que le permitía alcanzar una velocidad de nueve millas, por un motor marino de propulsión Ruston, más sólido, moderno y veloz. El buque hubiera seguido el camino de la grúa pórtico de los Astilleros de Cádiz -una estructura metálica de 75 metros de altura y 400 toneladas que fue dinamitada el pasado mes de abril- por más que la Unesco apueste ahora por conservar el patrimonio arqueológico, si un profesor de la escuela de Ciencias Naúticas de Tenerife no hubiera alertado a Francisco Piniella, decano de la misma facultad en Cádiz. Este puso sobre la pista del vapor a Fernando Santiago, portavoz del grupo municipal de NI, quien, a su vez, recabó el apoyo del presidente de la Diputación, Rafael Román (PSOE). Éste terminó cerrando la operación con el propietario actual del Matagorda, que lo cede gratuitamente. Aún está por definir cuál será el destino del barco, aunque se maneja la posibilidad de que se rehabilite por completo a través de una escuela taller especializada, que tenga su base en el astillero puertorrealeño y que sirva para trasladar a los visitantes desde el puerto de Cádiz hasta el Museo del Dique, donde es posible sumergirse en la actividad industrial naval de la zona a través de las fotografías, los planos, los documentos y las herramientas que se conservan. De ese modo, el Matagorda pondría la proa hacia su propia historia.

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