_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En la lucha final

Antes de despedirse de la secretaría general del PCE, Julio Anguita -que, al fin y al cabo, es paisano nuestro- nos ha hecho un regalo: en las propuestas del XV Congreso del Partido Comunista ha hecho extensivo el derecho de autodeterminación a todos los pueblos de España. Sin acobardarse por las evidentes dificultades que el electorado tiene para seguir sus ofertas, Anguita, antes de marcharse, se ha atrevido con el más difícil todavía. Como, según él, el actual estado de las autonomías está agotado, ha propuesto que lo mejor es pedir autodeterminación para todos -incluso, para los que nunca la han reclamado- y luego volver a pactar la unión. Es muy ecuánime este hombre: quiere poner una reivindicación de las minorías independentistas vascas y catalanas al alcance de todos. Los andaluces le debemos nuestro agradecimiento: con la fórmula Anguita volveríamos a ser una autonomía de primera clase. Es más, todas las autonomías serían de primera clase. Ante el temor de que las reivindicaciones nacionalistas impongan una forma de Estado insolidario, lo mejor, según los comunistas, es iniciar procesos de segregación y luego volver a soldarnos en el mismo Estado, respetando, eso sí, en la soldadura la homogeneidad fiscal y la solidaridad social, que es justamente lo que parece que no agrada demasiado a los nacionalistas vascos y catalanes que abanderan la segregación. Fórmula curiosa ésta: sería como proponer a las parejas que, una vez transcurrido cierto plazo de convivencia y como remedio contra la pérdida de la pasión, se divorcien para volver a casarse. No cabe duda de que el electorado tiene problemas para entender las propuestas del PCE. Aunque quizá sería más sencillo pensar que el que tiene un problema es el propio PCE. Visto lo visto, se hace difícil creer que, no hace aún mucho tiempo, el PCE -"el Partido", como se le llamaba- tuviera entre sus cuadros y su militancia a la gente más brava, honesta, inteligente y bien preparada de la lucha antifranquista. Las purgas o, simplemente, las dificultades que plantea la convivencia con gentes como Anguita, Frutos, Rejón o Romero han logrado que el PCE no sea ni una caricatura de lo que fue. Una vez conseguido el objetivo de convertir al PCE en una irrelevante reliquia política que apenas puede competir en influencia con los del Hare Krishna, los anguitistas han puesto el ojo en el sindicato Comisiones Obreras, que sí ha sabido huir de la tentación sectaria y en el que siguen luchando buen número de recientes víctimas de Anguita, Romero y compañía. La llegada de Francisco Frutos a la secretaría general del PCE es un ejemplo de que no hay situación que no pueda empeorarse si se pone el suficiente empeño. Pero aún nos queda mucho por ver. Todavía es probable que sea un paisano nuestro el que complete la faena, el que remate -y nunca mejor dicho- la labor de Anguita. Aún está por llegar la hora de Antonio Romero. Es lo único que falta. Una vez que Anguita ha llevado al PCE al borde del abismo, el hombre más indicado para dar el último paso al frente es él. Se admiten apuestas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_