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Fuera de juego

Josep Ramoneda

La autoridad se tiene o no se tiene, pero no se negocia. El candidato Borrell lleva demasiado tiempo mendigando autoridad para ser creíble. Cada vez que Borrell hace saber que él también quiere estar en las reuniones de Almunia con Aznar, cada vez que levanta la mano para decir que el que habla en nombre del partido es él y no otro, por ejemplo el ciudadano Felipe González, no gana un centímetro de poder y, en cambio, pierde muchas dosis de autoridad. Los caminos por los que la autoridad se conquista son muy oscuros. A los que llevan puesto el atributo de autoridad se les llama líderes carismáticos, porque poniendo un nombre a las cosas tenemos la sensación de atraparlas. Pero la autoridad sigue estando en el misterioso terreno de las relaciones de seducción entre y sobre los hombres. Naturalmente, el apoyo firme de un partido ayuda a conformar el carisma. Del mismo modo que el sufragio universal es la mejor peana para asegurar que poder y autoridad van juntos. El poder es la medicina más eficaz para convertir a un candidato sin atributos precisos en líder carismático. Pero no es suficiente. Si lo fuera, Aznar estaría volando por encima del país sin que nadie atendiera las voces de quienes osaran resistirse a sus encantos. Borrell no tiene ni poder, ni un partido unido detrás suyo. Si no ha sabido convertir en carisma el apoyo que le dieron los militantes en las primarias no lo va a resolver en querellas de organigrama que, cómo el mismo ha dicho, "no interesan a los parados".El problema de Borrell es que su miedo permanente a que las líneas de defensa (del Gobierno o del partido) se adelanten y le dejen en fuera de juego es idéntico al que tiene el PSOE en su conjunto. Desde que estalló la tregua de ETA los socialistas están dando la sensación de sufrir por miedo a quedarse fuera de la foto del fin de la violencia. Ante un tema tan delicado la ansiedad es mala consejera. Porque cuando el presidente del Gobierno anuncia su intención de iniciar los contactos con ETA, que no haya tenido la delicadeza exigible con la oposición es una minucia al lado del cuerpo central del mensaje. Las quejas del PSOE sólo transmiten sensación de impotencia, sólo aumentan la sospecha de que no ha asumido que la historia es tan caprichosa que puede que ETA deje de matar durante el mandato de este pobre hombre que, decían, no tenía que durar ni media legislatura.

El PSOE advierte ahora al PP que no debe aceptar el chantaje de ETA. ETA todavía no ha exigido nada. ¿Por qué querer adelantar el debate? El tiempo juega a favor del fin de la violencia. No tiene sentido querer anticiparse. Probablemente el presidente del Gobierno ha cometido un error de ritmo al querer, ya desde ahora, convertir la negociación en bilateral. Probablemente ETA le tienda alguna trampa, por ejemplo, al nombrar los interlocutores, que obligue al presidente a rectificar. Las prisas de Aznar para consagrarse como estadista pueden provocar algún accidente de recorrido. El poder siempre quiere más y Aznar debería saber que no tiene ninguna necesidad de precipitarse: lo único que necesita -él y todos- es que el proceso acabe bien. La recompensa ya se le dará por añadidura. Y si la sociedad no quiere dársela, no se la dará en cualquier caso. Pero todo esto son cuestiones menores, humanas, muy humanas, al lado del fin de la violencia. Un partido político al que le ha tocado vivir este tiempo en la oposición tiene que ser muy prudente. Más sabiendo que el Gobierno no dudará, si la oportunidad se tercia, en colocarle alguna celada, porque, como se ha visto en el pasado, para el PP todo vale con tal de debilitar al adversario. La prudencia obliga al PSOE a mantenerse pegado al PP en materia de tregua: la ciudadanía quiere que se arrope al Gobierno que es quien debe gestionar el proceso. Quejarse por minucias perjudica al que lo hace. Si entrar en el Gobierno vasco puede hacer que el PSOE pierda el síndrome del fuera de juego, que Dios ilumine a Ibarretxe y a Redondo y la coalición se firme pronto. Será lo mejor para todos.

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