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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Buenos aires

Hace ahora casi un año que se cerró la Conferencia de Kioto sobre el cambio climático. En la ciudad japonesa se llegó a un acuerdo cuyos objetivos pueden parecer modestos, pero que marcó un precedente histórico al obligar a los países firmantes a tomar medidas para reducir las emisiones de gases causantes del efecto invernadero. El más significativo de esos gases es el dióxido de carbono (CO2) producido en la combustión del carbón, el petróleo y el gas natural, que suponen hoy cerca del 80% de toda la energía primaria consumida en el mundo. En dicho acuerdo se preveía una reducción del 5,2% en esas emisiones para el año 2010, con respecto a las habidas en 1990, y su estabilización posterior. Conseguir esa reducción para dentro de una década implicará transformaciones profundas en la política energética. Lo que se está discutiendo actualmente en Buenos Aires por representantes de 180 países es la entrada en vigor del protocolo de Kioto, para lo cual debe ser ratificado por un número de países que, en conjunto, representen el 55% de las emisiones actuales, así como las medidas concretas que cada país tomará con vistas a alcanzar la tasa de reducción que le corresponda.Uno de los problemas de ese protocolo es que afecta con carácter obligatorio únicamente a los 38 países más desarrollados. Esa limitación tiene sentido porque el calentamiento global y su impacto futuro se deben al enorme aumento de CO2 en la atmósfera asociado al desarrollo y consumo de los países más industrializados. Estados Unidos, por ejemplo, es responsable de un tercio de todo el CO2 emitido y duplica, en la cantidad vertida per cápita, a la media europea, llegando a superar hasta en un factor 100 a los países más pobres. Justo es que sean los países que han causado el problema, y que más siguen contribuyendo a su agravamiento, los obligados a comprometerse en su solución o en su alivio. No es justificable la posición estadounidense de no ratificar el protocolo hasta que todos los países, incluidos los más pobres, acepten también su parte en la reducción de las emisiones. Lo cierto es que en las próximas décadas crecerá notablemente la contribución de países de Asia y América Latina al aumento en la emisión de gases de invernadero asociada a su desarrollo económico.

A largo plazo tiene que haber un compromiso más global. Pero los países actualmente más industrializados no tendrán autoridad moral para exigir a los otros una actitud más decidida en el futuro si no la toman ellos mismos ahora. En Buenos Aires. Nunca mejor dicho.

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