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Reportaje:

Noticia de un flirteo

La historia de la relación entre el socialista Pasqual Maragall y el democristiano Josep Antoni Duran, aunque reciente, es tan vieja como el mundo. Maragall corteja a Duran, cuya larga relación de pareja con Jordi Pujol (casi 20 años, casi una vida) cada día le procura menos placeres y más sinsabores. Y Duran, ávido de las caricias que ya no encuentra en su relación habitual, se deja cortejar por un seductor que hoy no tiene patrimonio, pero que bien podría reunirlo en breve. Maragall, perfecto conocedor de que el matrimonio entre Duran y Pujol no está en absoluto arruinado, evita las proposiciones directas, que podrían estropear la maniobra. En lugar de eso, prefiere moverse en el delicado terreno de los circunloquios y las insinuaciones. Duran agradece este juego y, sin echarse en brazos de su joven pretendiente, no rechaza sus solícitas e inequívocas atenciones, que no sólo no le repugnan, sino que le procuran una íntima satisfacción. Hace años que Maragall, candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, busca el modo de abrir una brecha en el cuerpo del nacionalismo catalán, la fuerza hegemónica en el Parlament desde 1980. Ya lo intentó tiempo atrás aprovechando el desafío que el convergente Miquel Roca lanzó al máximo líder nacionalista, Jordi Pujol. Los socialistas trataron de destacar las contradicciones en Convergència y Maragall invitó reiterada e infructuosamente a Roca a integrarse en Catalunya Segle XXI, una asociación de vida errática que nació en 1993 con el propósito de agrupar fuerzas desde el centro hasta la izquierda para ayudar a Maragall a disputarle a Pujol la presidencia del Gobierno catalán. Roca nunca acabó de ver claras ni la viabilidad ni la utilidad de Catalunya Segle XXI, de modo que declinó la invitación. Maragall, un político nacido bajo el signo de la obstinación, fijó entonces sus ojos en el socio minoritario de CiU, el democristiano Josep Antoni Duran. Duran es un político en fase de expansión que en las últimas dos décadas ha crecido montado en la grupa de Pujol. Pero sus aspiraciones ya han tocado techo dentro de la casa de CiU, porque es Pujol quien tapona su progresión. Si de un matrimonio o una pareja se tratara, diríase que todo está servido para la crisis. Consciente de esta situación, Maragall citó por primera vez a Duran en 1996, cuando el socialista aún era alcalde de Barcelona. Ambos se reunieron a solas un sábado por la mañana en el bar de las pistas de tenis de Vall d"Hebron, construidas para los Juegos Olímpicos de 1992. Maragall invitó a Duran a participar en Catalunya Segle XXI. Al democristiano no se le escapaban, ni entonces ni ahora, las ventajas que le proporcionaba el galanteo de Maragall. Cuantas más atenciones le prodigaba el dirigente socialista -entonces el más peligroso rival en potencia de su aliado Pujol-, más destacaría su perfil político propio al margen de la alargadísima sombra de su pareja. Hace ya mucho que Duran trabaja pacientemente pensando en el inexorable momento del pospujolismo. Con su incorporación en el Parlament en 1999, el líder democristiano capitaneará un grupo de diputados de envergadura nada desdeñable que ya ha decidido y anunciado que no aceptará por más tiempo verse limitado al papel de comparsa silencioso en el grupo parlamentario de CiU. En la reunión de Vall d"Hebron, Duran declinó la invitación de Maragall. Le dijo que si Catalunya Segle XXI pretendía ser un foro de debate entre todos los partidos catalanes, él participaría; pero si había de nacer como un frente de fragancias antipujolistas, él, lógicamente, no contribuiría al proyecto. Maragall, como es habitual en él, no cejó. Después de aquella reunión siguió persiguiendo a Duran. Y éste siguió dejándose cortejar. En la Semana Santa de 1997, Maragall utilizó su buena relación con el entonces primer ministro italiano, Romano Prodi, para estrechar lazos con Duran. A instancias del aún alcalde barcelonés, Prodi convocó a Duran a un encuentro a tres bandas en Roma. Duran, que recibió el aviso cuando se encontraba de vacaciones con su familia, no pudo o no quiso asistir. En la primavera de 1998, Duran aprovechó un viaje a Roma como vicepresidente de la Internacional Democratacristiana para recuperar aquella cita. Llamó a Prodi y a Maragall, a la sazón dedicado a la enseñanza universitaria en la capital italiana, pero fue imposible casar las agendas de los tres políticos. El encuentro tampoco se celebró. Entretanto, Duran y el líder del PSC, Narcís Serra, habían estrechado relaciones a propósito de la negociación sobre la nueva ley del catalán. Y algunos ilustres militantes democristianos aconsejaban a su líder que prestase más oídos a los piropos de Maragall. El difunto Manuel Ortínez y el prestigioso abogado Julio Molinario -ambos conspicuos tarradellistas y muy bien conectados con Maragall- trataban de hacerle ver a Duran que una eventual alianza con el dirigente socialista frente a Pujol gozaría de probabilidades de éxito electoral. Una alianza para cuya consolidación Unió habría de ver sensiblemente mejoradas las condiciones en las que se encuentra hoy dentro de CiU. En este marco general encajan hoy las relaciones entre Unió Democràtica y el Partit dels Socialistes, cuyos principales dirigentes han vuelto a reunirse esta misma semana en Barcelona. Maragall sabe de la extrema dificultad, de la altísima improbabilidad de forjar una alianza con Unió antes de las elecciones autonómicas de 1999. Pero también sabe que este galanteo enerva a Pujol. Y cuanto más nervioso esté el enemigo, menos temible será en el campo de batalla.

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