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La polémica sobre Franco y el franquismo en Italia

Desde la mitad del pasado mayo, la guerra civil, Franco y el franquismo parecen apasionar a la opinión pública italiana. Del tema se han ocupado las más prestigiosas firmas del periodismo, algunos de los mayores intelectuales y escritores del país, padres de la patria históricos y aspirantes al mismo papel en la Segunda República todavía en obras, historiadores sin competencia alguna sobre la historia española del siglo XX, especialistas españoles e hispanistas cuyas voces se han perdido en el rumor mediático. Resulta difícil volver de la visita diaria al quiosco de la prensa sin nada al respecto. Improbable quedarse tranquilos después de la lectura cotidiana de lo que se ha encontrado: casi imposible si el lector tiene la mala suerte de entender algo del país vecino o, peor aún, de ser un hispanista.La puntual información que sobre el asunto ha venido ofreciendo EL PAÍS, las intervenciones de Tabucci, Maciocchi y el exhaustivo artículo de Santos Juliá en Babelia el 18 de junio, permiten pasar de los detalles para añadir algunas reflexiones. Como es conocido, en el origen de la que ya se ha apodado en Italia como la polémica cultural del año, están las seis páginas con las que Sergio Romano (ex embajador, historiador no profesional y editorialista recién llegado al Corriere della Sera) introduce un librito con los recuerdos de dos combatientes italianos en los bandos de la guerra civil española.

Romano comparte la valoración de Sogno, el combatiente en el bando franquista, sobre la existencia de dos guerras civiles, la antifascista hasta 1937 y la anticomunista después, pero no explica que fue la falta de ayuda por parte de Francia e Inglaterra la que determinó el cambio y olvida la tercera (la que vino a continuación del golpe de Casado). Equivoca la fecha del triunfo del Frente Popular, que ubica en enero de 1936; vincula erróneamente el nivel de violencia alcanzado en la contienda con la intervención soviética, confunde la política del socialfascismo con la de los frentes populares al escribir que los comunistas eliminaron al tiempo a anarquistas y socialdemócratas. Afirma que, si la República hubiera ganado, España se habría convertido en la primera democracia popular europea, olvidando que fue el alzamiento el que trajo a Stalin y a sus agentes a la Península, adelantando en una década soluciones que sólo la agresión hitleriana a la URSS y la II Guerra Mundial permitieron realizar en el este europeo. Romano no niega la brutalidad del Caudillo, pero le atribuye la clarividencia de no haber entrado en la guerra. Niega que Franco fuera fascista no porque coincida con la mayoría de los historiadores, que limitan a los primeros años las características tendencialmente fascistas y totalitarias del franquismo, sino para absolver su régimen, en virtud de haber representado el mal menor. Más cauto que Sogno, que confunde la elección del sucesor (obra de Franco) con la transición a la democracia (resultado del compromiso entre oposición y sectores aperturistas del régimen), Romano concluye observando que, en la última fase de la vida del Caudillo y después de su fallecimiento, se comprobó "que España había conservado, a pesar de la dictadura, las energías y las virtudes necesarias para su porvenir político y económico". Una afirmación que substrae a la oposición el papel de haber conservado las virtudes democráticas, al tiempo que desconoce, en el plano económico, la existencia de elementos de continuidad entre los años de la democracia y los anteriores. Así que se equivoca incluso en el inciso más negativo sobre el franquismo: "A pesar de la dictadura". Todavía más desconcertante es su conclusión según la cual, si Bonfante, el combatiente en el bando republicano, hizo bien en irse en 1937, Sogno no hizo mal al llegar en 1938. Conclusión sólo aparentemente salomónica, por no reconocer la legitimidad de la defensa de la República ni tan siquiera hasta 1937.

En un artículo sucesivo (Corriere della Sera, 6 de junio), Romano reproduce los tópicos más usuales ("se olvida que España está enferma desde hace más de cien años...") e ignora que las guerras carlistas fueron tres ("que ya ha sido escenario de una guerra civil, desde 1873 hasta 1876").

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Algo peor ha conseguido Indro Montanelli, que, bajando a la arena con afirmaciones sorprendentes como las de estar de acuerdo con Romano y Sogno sin haberlos leído, no leer ya lo que se escribe sobre los acontecimientos que ha vivido, valorar de positiva la intervención fascista de 1936-1939 y el franquismo como desgracia que salvó a España, y quizás a Europa, de una desgracia mayor; ha llegado a escribir que Franco fue más sanguinario que Mussolini, no por ser más fascista, sino porque no era italiano, sino español. "Es decir, que pertenecía a un pueblo que, a diferencia del nuestro, sabe matar como sabe morir". Donde -no se confunda el lector- Montanelli expresa sincera admiración por la valentía del pueblo español y su usual desprecio por la falta de coraje del italiano. En fin: el más tópico de los tópicos, como corresponde a su papel de residual representante del típico vicio (que no es italiano, como los españoles saben muy bien) de criticar los vicios propios como típicos. Con todo, Montanelli defiende la vinculación del pueblo español como tal a la violencia (¿por vía cultural, étnica o racial?), de la misma forma que Romano, durante un debate en el Instituto Cervantes de Milán, ha hablado de la violencia como "connotación antropológica" de los españoles. ¿Se le concederá el Premio Príncipe de Asturias?

Una parte de la prensa italiana ha quedado escandalizada por el intento "revisionista" de Romano. Pero ¿es revisionismo?

La historiografía revisa sus juicios cuando adquiere nuevas fuentes y cuando un presente diferente permite echar una luz nueva sobre el pasado, modificando la percepción del mismo. En este caso, la valoración puede cambiar aun sin nueva documentación. Pero a condición de no pasar seráficamente de la adquirida y de controlar y superar las interpretaciones anteriores. Romano no ofrece nada novedoso en el plano de la documentación, ni conoce o controla el trabajo de los historiadores. Tan sólo da por supuesto que la caída de la URSS y el fin del peligro comunista permiten reinterpretar la guerra civil y el franquismo. Sus citas se limitan a las líneas que le compensan de la biografía de Franco de Paul Preston y, en el artículo sucesivo, a dos libros publicados en Italia en 1968 por un aficionado de estudios hispánicos (Ludovico Incida di Camerana) y un periodista yugoslavo (Frane Barbieri). Ninguno de los dos historiográfico, escritos ambos antes de la muerte del Caudillo, de la apertura de los archivos españoles, de la publicación de docenas y docenas de investigaciones minuciosas sobre la represión franquista, sobre la actitud española durante la II Guerra Mundial, las características del primer franquismo, el régimen en general y la transición democrática de 1975-1978. Desconociendo dicha literatura científica, Romano pasa tranquilamente de ella. Aprovecha el clima generado por el libro negro sobre comunismo y, con gran habilidad, hace su jugada. ¿Se quiere poner en el mismo plano a los combatientes de la resistencia antifascista y a los últimos defensores de Mussolini en la República de Saló? Entonces, ¿por qué no poner en el mismo saco a los defensores de la República Española y a los que lucharon en el bando de Franco? Historiográficamente, tras Romano está la tesis de Nolte sobre el nazismo como reac Pasa a la página siguiente

Viene de la página anterior ción exagerada al bolchevismo, trasladada y adaptada al caso español. Aquélla ha sido una operación historiográficamente atrevida y discutible; ésta, una opinión sin ningún fundamento.

Con respecto al régimen franquista, Romano es reiteradamente evasivo. No niega su brutalidad, pero parece desconocer proporciones y consecuencias. De esta forma, sus desenvueltas opiniones sobre la dictadura ofenden a los millones de españoles que lucharon contra Franco, que sufrieron fusilamientos, prisiones, torturas, trabajos forzados, represión, exilio y depuración. A todos ellos, incluyendo a catalanes y vascos, Romano tendría que explicar que el franquismo real fue mejor que un del todo hipotético régimen comunista. No siendo un historiador profesional, el ex embajador tampoco hace gala de virtudes diplomáticas.

Algunos han atribuido a Romano el mérito de haber, por lo menos, cuestionado los mitos izquierdistas sobre la guerra española. Es verdad que sobre esta última existen reconstrucciones ideológicas evocativas, sugerentes y movilizadoras. Mitológica es, en efecto, la interpretación comunista que ve en ella sólo una lucha democrática y antifascista, pasando completamente de la represión que afectó a la izquierda revolucionaria. Mitológica es la visión anarquista y trostkista que en los acontecimientos de 1936-1939 ve sólo la revolución frustrada por culpa de los estalinistas, olvidando las condiciones del país y la necesidad de ganar la guerra. Ni se substrae a esa característica la visión que sigue identificando la guerra civil con la cruzada, cuando es conocido que también hubo católicos en el bando republicano y que la Iglesia habría tenido que estar por encima de las divisiones. Igualmente mitológica es la visión que atribuye a Franco el mérito de haber salvado a España de la revolución comunista. Así que tampoco en este caso Romano ofrece nada nuevo, sino que repropone la versión de los militares rebeldes y del franquismo durante la guerra fría.

Para entender el carácter regresivo de su postura, se pueden añadir dos consideraciones más. En Italia ha existido una corriente anticomunista, democrática y no fascista, que nunca a lo largo del último medio siglo ha puesto en discusión las virtudes democráticas de la lucha en defensa de la República Española. Romano vuelve atrás y sentencia que fue una equivocación. En Italia ha costado mucho esfuerzo superar las visiones antifascistas militantes del fascismo y alcanzar una interpretación exclusivamente historiográfica del régimen de Mussolini. Pues bien, Romano cumple el error simétrico reproduciendo la visión del comunismo propio del anticomunismo militante, descubriendo comunistas y aliados tontos de estos últimos por todos lados.

En conclusión, se puede afirmar que el verdadero escándalo no es el del revisionismo, sino otro. Mejor dicho: otros.

Que tan pocas páginas, llenas de erratas y sin ningún apoyo ni documental ni historiográfico, hayan suscitado tanto rumor y que las afirmaciones de Romano, lejos de ser acogidas con el piadoso silencio que tendría que corresponder a todas las meteduras de pata, hayan desencadenado la furibunda polémica a la cual se ha hecho referencia, es indudablemente el primero. Que el Corriere della Sera, principal periódico italiano, defienda las indefendibles posturas de su autorizado editorialista y no haya publicado hasta la fecha la opinión de un solo historiador profesional y competente en la materia, es el segundo. Que ni Romano ni sus defensores hayan contestado a las críticas que se le han hecho por parte de historiadores e hispanistas (el que escribe, Ranzato, Preston, Tusell, Juliá, en riguroso orden de intervención), es el tercero.

Las ásperas críticas de las que ha sido objeto han llevado a sus numerosos y potentes amigos a difundir la imagen de un Romano víctima de un linchamiento y de la intolerancia izquierdista, vetero, neo y poscomunista. Quizás a alguien se le haya escapado alguna palabra demasiado fuerte. ¡Lástima! Habría que decirlo siempre educadamente y sin chillar: mejor escribir sólo sobre argumentos que se conocen.

Alfonso Botti es historiador e hispanista, codirector de Spagna contemporánea, profesor de Historia de Europa en la Universidad de Urbino, Italia.

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