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Lo que va de la bohemia dorada a "Dalilandia"

Cuentan que el gélido invierno de 1956 acabó con buena parte de los olivares de Cadaqués. Salvador Dalí ofició entonces una de sus célebres boutades. Se presentó en los campos con una lupa gigante, observó meticulosamente los troncos yertos y, ante la estupefacción general, aseguró: ¡Ya brotan, ya brotan! Esta anécdota, referida por los habitantes de Cadaqués, esconde la soterrada animadversión que Dalí despertaba entonces entre la población. De ella parece deducirse que el pueblo le traía sin cuidado y que el genio ampurdanés no tenía reparos en utilizar sus calamidades para alimentar su mitología. Pero lo cierto es que Dalí, a través del Patronato de Portlligat, que él creó y presidió, fue el auténtico garante del entorno paisajístico de Cadaqués. Por aquel entonces, incluso tenía la ilusión de instalar su museo en el hotel Rocamar. Sin algunas oportunas llamadas telefónicas del pintor al ministro franquista de turno, el urbanismo salvaje que se apoderó de la Costa Brava también hubiera incado sus garras en la burbuja donde Cadaqués mantenía intactas las esencias de un pueblo de pescadores. Afortunadamente, después de aquella ola de frío llegó la del primer turismo. Fueron los años en los que el párroco del pueblo, mosén Ceferí, arremetía contra los primeros biquinis a base de cubos de agua; y en los que algunos matrimonios autóctonos se pusieron al servicio de la burguesía barcelonesa: ellas como chachas de sus residencias de verano, ellos como tripulantes de barcas de pesca reconvertidas en embarcaciones de recreo. Cadaqués, con Salvador Dalí como estandarte, empieza a brillar como punto neurálgico de la bohemia dorada. En torno a la piscina de formas fálicas de su residencia de Portlligat se celebran animadas fiestas en las que el pintor gusta mezclar hippies anónimos con ministros y guardias civiles. El interclasismo y el gusto por la excentricidad y la extravagancia se extienden por toda la población, convertida en centro de peregrinación de artistas e intelectuales. De toda aquella euforia, ahora sólo quedan rescoldos, ecos lejanos. Menudean pintores y escritores, pero son los ingenieros de la BMW o los empleados de la gran banca los que ocupan el lugar del antiguo turismo bohemio. La figura de Dalí, en cambio, sufre de sobreexplotación. El artista cadaquesense Moisès Tibau, que ha encontrado el punto dulce de la existencia compaginando la pintura y la pesca, mantiene que el abuso de la figura de Dalí está instaurado en Cadaqués la contaminación daliniana. Los artistas afincados en el municipio, agrupados en el Ateneu, han alertado también del peligro de que Cadaqués, vulgarizando la obra del genio ampurdanés como elemento de atracción turística, acabe convertido en una especie de Dalilandia. La estatua de la libertad con los dos brazos en alto, la escultura que representa al pintor en el paseo, los gadgets dalinianos por doquier y el tren turístico -un clónico que se extiende por toda la costa- forman parte de este presunto parque de atracciones que menoscaba el Cadaqués tradicional. El paisaje cultural de Cadaqués debe parte de su esplendor a las salas de exposiciones. La galería de arte Carlos Lozano, que este verano celebra su vigésimo aniversario, es la más veterana. Lozano explica que, siendo un jovencito de la Flower Power Generation, Salvador Dalí quedó subyugado ante su belleza andrógina y lo atrapó en su tela de araña. En 1969, el galerista era un perfecto ángel asexuado: ataviado con sandalias y una túnica bíblica, largos cabellos adornados con flores y perfumado con pachulí. Las influencias de Dalí le permitieron meterse en la obra Hair, de The Leaving Teather, pasando por delante de unos 2.000 aspirantes. Lozano asegura que su encuentro con Dalí estaba marcado por los astros. El galerista piensa publicar en breve una autobiografía centrada en sus relaciones con el pintor. En ella relata que jamás tuvo relaciones sexuales con Dalí, quien no soportaba que nadie le tocara y sólo le demostró aficiones voyeurísticas. Lozano, que durante su juventud viajó hasta la India buscando el hilo conductor hacia uno mismo y recibió durante tres años las enseñanzas del gurú Neem Karoli Baba, observa con nostalgia y perplejidad el paso de las nuevas generaciones ante su galería, montadas en rápidas motocicletas y sin saludar a nadie. El aislamiento geográfico de Cadaqués ha preservado paisajes, tradiciones y rasgos lingüísticos, como el parlar salat, pero también ha impedido que las tensiones sociales puedan ventilarse. La agria polémica levantada por el proyecto de construir una dársena pesquera en cala Calders es el penúltimo capítulo de un rosario de enfrentamientos y amenazas de tintes casi calabreses, la herencia de viejas políticas caciquiles y camarillistas. Cadaqués es un pueblo dividido donde no es infrecuente esta pregunta: ¿Y tú, de que bando estás? Pero, por suerte, en verano los contendientes se conceden una tregua para atender al turismo. Javier Tomeo es uno de los literatos más fieles al encanto de Cadaqués. Casi cada año, desde hace más de 20, se deja caer una temporada en el pueblo, en una estancia que define como una especie de retorno al seno materno. La minuciosa observación de las gentes desde las terrazas del paseo, con la que ha forjado más de un personaje de sus novelas, constituye una de sus actividades predilectas. Tomeo abomina del usual griterío de cierta burguesía y gusta de comentar con el pintor-pescador Tibau el volumen de sus respectivas capturas nocturnas. A pesar de que ambos fomentan el equívoco, uno advierte en seguida que no están hablando de peces. Pintor y escritor rinden homenaje, ante una suculenta paella del restaurante Can Rafa, a algunos de los personajes carismáticos del viejo Cadaqués. Recuerdan a Melitón, fundador del local del mismo nombre situado en el Paseo Marítimo, quien aglutinó la conspiración intelectual contra el franquismo. El suyo fue el bar de la revolución, de la izquierda irreductible. Hombre de marcada personalidad, sus firmes convicciones políticas le acarrearon 10 años de cárcel. El artista francés Marcel Duchamp, cliente y amigo, decía a menudo: "Si volviese a nacer, querría ser como Melitón". Hace poco más de un mes, Cadaqués perdió a otro de sus grandes personajes: Panchito, el último pescador con tridente del litoral catalán. Hombre discreto, poseedor de una vasta cultura nada académica, constituía el prototipo del genuino anarquista. Su divisa merece el brindis de los comensales: Diners són papers i banderes són draps.

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