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País en venta

JULIO A. MÁÑEZ A estas alturas de la legislatura populera uno no sabe qué detestar más, si las realizaciones de que alardean sus progenitores o las ceremonias en las que ponen en escena su celebración. Hay que haber visto hace pocos días, entre tantas otras cosas, la vacua palabrería del presidente Zaplana ante el superpresidente Aznar y su boba obsequiosidad aceitosa para hacerse una idea de hasta dónde hemos llegado. Pero el asunto real no es ese, sino la imposibilidad de desdeñar la impresión de que nuestro gobierno recurre a trucos de feriante en una campaña que empieza por vender la imagen de nuestra comunidad como primer paso para poner a la venta la comunidad misma. Esa impresión se refuerza con su complementaria, a saber, que el partido todavía en el gobierno se ha apresurado a cumplir con tal voracidad su propio programa político que sólo le queda esperar la hora del cierre para proceder a la recogida de beneficios, de ahí el origen de parte del tedio reinante y el desgaste más que notable en la capacidad de tomar lo que, no sin exageración, todavía denominan como iniciativas ilusionantes. La capacidad de ilusionar se perdió a lo largo de los últimos tres años en los tejemanejes del más sórdido ilusionismo, así que a la hora del saldo habrá que hacer el recuento de las pérdidas que el tránsito de la derecha por la Generalitat ha ocasionado a unos cuantos centenares de miles de valencianos en los más diversos frentes, incluida esa mitad de la nómina empresarial que no acaba de ver claro, entre tantos otros resquemores de damnificado, a santo de qué debe colaborar en los gastos de representación de un refrito de cantante que bastante faena tiene con tratar de reflotarse a sí mismo. Es de esperar que el gobierno Zaplana, cumplido ya el 80% de su programa inicial, según las declaraciones eufóricas de quien puede hacerlas al conmemorar los tres tercios de su legislatura, liquide el 20% restante en el año que le queda hasta la convocatoria de elecciones, para retirarse de inmediato dignamente con la satisfacción del que cierra un ciclo histórico habiendo acabado de una vez con todas sus promesas. De este panorama surgen tal vez dos conclusiones provisionales, que bien podrían ser complementarias. Una es que puede darse por finiquitado hasta nueva orden el intento de la derecha política valenciana de articularse en torno de un proyecto de centro resueltamente liberal, en la medida en que, por hacer un resumen apresurado, su talante en el ejercicio del poder ha oscilado entre el autoritarismo tan informal como absoluto del cantamañanas y la obediencia a los dictados de los grandes proyectos de cementería, todo ello acompañado de un claro intervencionismo institucional orientado a vaciar los presupuestos públicos en favor de los amigos y otros allegados. Otra vez será. La otra, más reciente, tiene que ver con las primarias socialistas para elegir candidato a la Generalitat. Aquí no se trata ya de preguntar a nadie si le compraría un coche usado al candidato elegido, pues sin duda son muchos los que le comprarían hasta la bicicleta, sino de saber si Romero se encuentra con las fuerzas y el salero suficientes para convencer también ante las urnas a los muchos miles de votantes que no militan en su partido. Es una cuestión de la mayor importancia si se considera que estamos ante una ocasión única de rescatar el liberalismo de izquierda como uno de nuestros buenos y felices hábitos de convivencia.

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