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Mirando al mar

La franja costera andaluza, que se extiende a lo largo de 871 kilómetros, presenta una característica paradójica: por un lado es uno de los espacios que mejor conserva sus ecosistemas naturales pero, también, donde éstos se están deteriorando de forma más rápida e irreversible. Son las dos caras de una misma moneda. El litoral andaluz reune zonas fuertemente degradadas junto a otras que aún conservan sus condiciones originales. Hasta el siglo XIX los terrenos colindantes al Mediterráneo o el Atlántico solo tenían limitados aprovechamientos agrícolas (pequeños huertos) o ganaderos (pastos estivales). Aunque ya a finales de ese siglo comenzaron las transformaciones, no fue hasta mediados del XX cuando se originaron los primeros cambios de impacto. En tan solo cuatro décadas la presión sobre el litoral se ha multiplicado a un ritmo vertiginoso. Primero fueron las grandes concentraciones industriales de Huelva y Algeciras, que aportaron una elevada carga contaminante en toda su área de influencia, y luego vino el crecimiento desordenado de las poblaciones costeras, proceso al que contribuyó la urbanización vinculada al turismo, una de cuyas características ha sido el desprecio a cualquier consideración de tipo ambiental. Por último, los nuevos modelos de agricultura intensiva y las explotaciones de acuicultura se han sumado a las actividades que causan impactos, desde el consumo desorbitado de agua hasta el vertido de plásticos o fitosanitarios. Algo menos de la mitad del litoral andaluz se encuentra actualmente urbanizado, lo que supone un índice de ocupación relativamente menor que el de otras regiones con mayores niveles de desarrollo, como Valencia o Cataluña, donde este porcentaje se sitúa entre el 60 y el 70 %. Algunos municipios litorales, que cifran su desarrollo en el sector turístico, han previsto en sus planes de ordenación urbana multiplicar entre diez y 500 veces el suelo edificable con el que cuentan. Los principales impactos paisajísticos están originados por la proliferación de edificaciones, en altura o en pantalla, situadas en la misma fachada costera, aglomeraciones que desfiguran el relieve original y causan profundas alteraciones ambientales. Estas murallas, por ejemplo, impiden la circulación natural de las brisas, lo que termina por repercutir en la dinámica de las playas, sometidas en algunas zonas a importantes procesos de regresión. Las obras de diques, espigones o puertos deportivos, ha alterado las corrientes marinas, fenómeno que sumado al anterior explica la desaparición de algunas playas. Frente a este retrato en negro del litoral, existen aún zonas poco alteradas, la mayoría amparadas bajo alguna figura de protección. Por su extensión destaca el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar (Almería), que a sus 37.000 hectáreas terrestres suma otras 12.000 marinas. En este espacio se concentran los 50 kilómetros de costa acantilada en mejor estado de todo el mediterráneo español: 1.300 especies de organismos marinos que se han catalogado en sus aguas. Ya en Cádiz, entre Barbate y Caños de Meca, unos diez kilómetros de litoral también se encuentran protegidos. El bosque de pinos hasta la costa, cortada a pico, y los impresionantes acantilados constituyen los rasgos más sobresalientes del Parque Natural del Acantilado y Pinar de Barbate (más de 2.000 hectáreas). Además de la riqueza piscícola del sector marino, las oquedades de las areniscas que componen las paredes de los tajos sirven de refugio a numerosas especies de aves. Aunque existen otros espacios litorales protegidos, la única playa que, como tal, ha merecido esta distinción es la de Los Lances, también en la provincia de Cádiz, a escasos tres kilómetros de la localidad de Tarifa. Catalogada como paraje natural ocupa unos cinco kilómetros de longitud. Los Lances es uno de los enclaves estratégicos en la ruta migratoria de millones de aves.

Atlántico y Mediterráneo

El litoral andaluz no es un todo más o menos homogéneo. La costa atlántica reune características que nada tienen que ver con la mediterránea. La primera se distingue por un relieve plano en el que desembocan grandes ríos, como el Guadiana o el Guadalquivir, que hacen que la plataforma continental sea más extensa (70 kilómetros de anchura media), abunden los estuarios y marismas intercaladas entre extensas playas y formaciones arenosas, y que escaseen los acantilados. Por contra, la mediterránea se caracteriza por la proximidad de algunos relieves montañosos que, literalmente, se hunden en el mar. Los ríos que desembocan son de menor longitud y fuerte pendiente y, por tanto, la plataforma continental es mucho más estrecha (5 kilómetros) y abundan las formaciones acantiladas. En total, de los 871 kilómetros que mide el litoral andaluz las playas ocupan unos 590, más del 70 %. Mientras que las playas atlánticas son amplias y de trazado rectilíneo, las mediterráneas son de dimensiones más reducidas y cóncavas. Las dunas y arenales costeros se localizan, sobre todo, en las provincias de Huelva y Cádiz, aunque también en Almería están bien representados estos ecosistemas.

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