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FRANCIA 98

El triunfo del fútbol civilizado

Holanda se impone a Yugoslavia con un estilo espléndido

Santiago Segurola

Triunfó la civilización. Con su juego metódico y sereno, con su sentido de la participación colectiva, con su delicada atención a la pelota, con la generosidad para asumir el protagonismo en todo momento, Holanda venció a Yugoslavia, que estuvo a punto de sacar el máximo provecho a dos minutos locos. Empató Komljenovic en el arranque del segundo tiempo y un minuto después Mijatovic falló un penalti. Casi se puede decir que esta vez el fútbol perdió su condición azarosa. Dio la victoria al equipo que hizo el gasto y además lo hizo con hermosura, con la altura que se exige en el Mundial, pero que apenas se encuentra.El partido tuvo dos registros. El primer tiempo fue un monólogo holandés, según su estilo. A partir del buen uso del balón sometió a Yugoslavia hasta extremos impensables, sobre un equipo que se distingue por la buena factura técnica de sus jugadores. Ni rastro de la excelente impresión que había dado frente a Alemania, nada que ver con lo que se espera de Jokanovic, Jugovic, Stojkovic y Mijatovic. A Yugoslavia le faltaba un plan, lo que les sobra a los holandeses.

Ningún equipo es más definible que Holanda, en el mejor de los sentidos. Los demás son una mezcla de esto o de aquello, sumas más o menos abultadas de táctica, calidad individual y espíritu. Eso vale incluso para las grandes potencias, como Brasil. Holanda es la única selección que mantiene una fidelidad suprema a un estilo, porque lo de Alemania es otra cosa. Es una manera reduccionista de entender el fútbol, alimentada por unos resultados excelentes y por un vigor anímico insuperable. Pero Holanda propone fútbol. Ahí está la diferencia.

Se puede hablar de sus aspectos defectuosos -una incomodidad manifiesta cuando se queda sin el balón, la falta de un medio centro competente, una cierta timidez para concretar en el área lo que anuncia hasta allí-, pero su categoría como equipo es indiscutible. Justo en los tiempos en los que la pelota es un artefacto sospechoso, Holanda se atreve a vulnerar la moda con una dosis masiva de balón. Lo más curioso es que utiliza la pelota como garantía para el juego de ataque y como arma defensiva. Es un equipo que se siente mal cuando no puede protagonizar, cuando se ve obligado a defenderse.

Todo lo que representa Holanda quedó expuesto en la primera parte. Su autoridad fue escandalosa. Con paciencia y con sentido para encontrar los caminos, desarmó a Yugoslavia, que aguantó el chaparrón de mala manera. Su única voluntad era agarrar un contragolpe como fuera, pero no lo consiguió. A través del balón, el monopolio holandés impidió cualquier aventura a los yugoslavos. Durante ese periodo, el fútbol desembocaba con naturalidad en los lugares debidos, alrededor de Overmars, Bergkamp y Ronald de Boer. Había algunas interferencias por el desencuentro de Seedorf con una posición que no le corresponde. No es medio centro porque no tiene el partido en la cabeza. Es un futbolista que confía en su físico y en sus intuiciones, pero eso no es garantía de orden en la distribución. Más bien, lo contrario.

El partido sirvió para valorar a jugadores como Ronald de Boer, metido de extremo. Tampoco es su puesto natural, pero su inteligencia para jugar le pone a salvo de cualquier error. Es el futbolista ideal. Siempre sabe lo que debe hacer y siempre lo ejecuta con naturalidad, con una sencillez que resulta asombrosa en estos tiempos donde el fútbol es hipertenso. Overmars también es otra garantía. Cuando Overmars se mide mano a mano con un lateral, el partido queda a un lado, el tiempo se detiene y el asunto se convierte en cosa de dos. Un extremo y un defensa. Ese momento es impagable porque representa lo incierto, el desafío, la habilidad de uno y la inteligencia del otro. Hay que agradecer a Holanda que preserve a esta especie.

La victoria debió consagrarse en el primer tiempo y quizá de forma diferente a cómo lo hizo. Porque el primer tanto estuvo más relacionado con los errores del portero y un central que con el acierto de Bergkamp. Pero de alguna manera había que santificar la excelente actuación del equipo holandés, que se vio comprometido en el comienzo del segundo tiempo. Yugoslavia cambió de actitud, o por lo menos eso pareció, y buscó un partido diferente. Al menos lo combatió. Durante cinco minutos, Holanda pareció en estado de shock. Permitió un remate limpio de Komljenovic tras el saque de una falta y de repente se cayó el chiringuito. Stam cometió otro error de marcaje y cometió un penalti que pudo ser decisivo, pero Mijatovic lo estrelló en el larguero.

Holanda volvió a lo suyo. Salió del coma y poco a poco interpretó el juego a su manera. Volvió a advertirse una falta de desgarro a un manera tan civilizada, un desgarro conveniente para un equipo espléndido por su coraje para vivir el fútbol desde una posición infrecuente hoy. Por eso, cuando Davids enganchó el tiro de la victoria, triunfó la mirada civilizada y lo que representa: la esperanza en un modo atractivo, agradable y sensato de entender el juego.

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