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Reportaje:EUSKAL HERRIA ESCONDIDA

Cien metros de caída al vacío

Los pasajeros que cubren el trayecto entre Bilbao y Miranda de Ebro tienen la oportunidad de acercarse, aunque sea por unos instantes, al vertiginoso paisaje que durante milenios ha ido labrando un pequeño afluente del río Altube. El salto de Gujuli, en el municipio alavés de Urkabustaiz, es una de las cascadas más impresionantes del País Vasco: un centenar de metros de caída al vacío que sobrecogen sin necesidad de que el caudal del arroyo venga crecido. En lo que es uno de los tramos de ferrocarril más costosos, por el que se salva el desnivel entre la costa y la meseta, el viajero pasa por túneles interminables (antes de ver el río cruza bajo el monte 300 metros a una altura de 623 sobre el nivel del mar, la cota más elevada de este trayecto) y disfruta de barrancos insalvables de no ser por las obras de ingeniería que han permitido el paso del ferrocarril entre las sierras de Altube y Gibijo. Uno de estos paisajes antaño sólo accesibles a pie es el salto de Gujuli, enclavado en la divisoria de las aguas que van a parar al Cantábrico o al Mediterráneo. En este caso, el arroyo se decidirá por el mar del norte, aunque hasta que llega al pueblo de Gujuli, en su discurrir remansado, no parezca que tenga mucha intención de ir hacia una cuenca u otra. Pero después de pasar la presa del viejo molino de Gujuli y salvar por lo bajo las vías del tren, el arroyo inevitablemente optará por regar el bosque de Altube: cien metros de desnivel tienen la culpa. Ante un circo de hayas, robles y encinas, el riachuelo se zambulle en el vacío, un vacío que la vista no alcanza a poner fin si el espectador observa el salto desde el mirador habilitado para tal fin a un lado de la cascada. Aunque más peligrosos, es mejor la panorámica que ofrecen los miradores naturales ubicados enfrente del artificial: el sendero parte después de cruzar las vías del tren y a los pocos metros ya se encuentra al borde del precipicio. Una estela funeraria que recuerda el fallecimiento de una persona el año pasado avisa desde la cabecera de la cascada de los peligros que entraña el recorrido si no se anda con cuidado. Así que el paseante, que no tiene que sufrir de vértigo, pone precaución en cada paso que da, mientras disfruta de la caída infinita del arroyo que nutre el río Altube. El hayedo de Altube El paseo precavido recorre el borde del barranco, desde donde disfrutar del comienzo del hayedo con bosques de robles del valle de Altube, uno de los más extensos del País Vasco, que desgraciadamente aparece cortado por la autopista A-68 e invadido por la proliferación de plantaciones de pinos. Una vez que las aguas de la cascada -que han volado pulverizadas en esa caída de casi cien metros- vuelven a su forma natural, en el descenso del monte Altube, éstas son vadeadas por el bello y restaurado puente de Jaundia, que se encuentra perdido entre la espesura de robustos robles. Hoy ya no es tan frecuentado como lo fue cuando era paso imprescindible de una de las rutas más frecuentadas entre Vitoria y Bilbao. El atrevido paseante se ha ido asomando, con cuidado, desde los miradores naturales que son los árboles colgado sobre el precipicio. Poco a poco, siguiendo este sendero, se baja hasta el pozo donde caen las aguas de la cascada y del que vuelve a nacer el arroyo que durante unos instantes ha sido agua pulverizada. Hasta ahí sí que no llega la mirada del viajero en ferrocarril. Una vez concluido el recorrido por el barranco, Gujuli ofrece otros paseos y atractivos que completan el banquete de paisaje que ha proporcionado la cascada. La localidad de Gujuli ya aparece citada por vez primera en 1257, aunque es una zona habitada con anterioridad. Encrucijada de caminos más que importante, los restos románicos en su iglesia de Santiago dan idea de lo frecuentados que fueron estos bosques y pastizales que hoy todavía son el medio de vida de la cincuentena de habitantes que tiene este pueblo perteneciente a Urkabustaiz. Entre los restos románicos de este templo se encuentra el ventanal del ábside, que ofrece una rica y variada ornamentación en sus capiteles. Como recoge el inventario del patrimonio artístico de Alava, "las columnas de los flancos, con garras en las basas, muestran temas diversos en sus seis capiteles coronados por ábaco ajedrezado corrido en banda sobre ellos". En los capiteles del lado izquierdo se puede ver una mujer con turbante, danzando y levantándose la falda, en el primero; un ángel en postura muy frontal y con las alas abiertas, en el segundo; y un tema geometrizante, tres bolas trabadas con cordones, en el último. Ya en el lado derecho del ventanal del ábside, frente a la mujer que baila, puede verse un músico tañendo un gran instrumento; sigue hacia el interior una figura, muy repetida también en la iglesia de Zigoitia: un animal de aspecto feroz con la cola levantada, y en el último capitel, un águila muy frontal, con las alas abiertas caídas hacia abajo. San Antonio y san Roque Aunque la iglesia está consagrada a Santiago (en la portada, junto a la primera arquivolta, se lee el nombre del santo titular, "Jacobi") los vecinos de Gujuli, como en muchos pueblos del País Vasco, tenían especial devoción por San Antonio y San Roque. Como muestra del culto al primero se conserva la imagen en el altar mayor de la iglesia; y de la devoción al segundo hay testimonio documental de que el 16 de agosto de 1649 se reunieron en el campo de la iglesia de Santiago de Gujuli, los regidores y diputados del territorio con los vecinos de todo Urkabustaiz para elegir como "patrón, tutelar y abogado" a San Roque. Y un poco más alejada de Gujuli, ya en el pueblo de Oiardo, se puede acudir a la ermita de Goikogane, junto a la que se encuentra una fuente al lado de una roca que presenta una curiosa huella atribuida según la tradición popular a una pisada de la Virgen. Tal vez su paso por estas tierras sea la explicación de la prodigiosa cascada de Gujuli que parece no tener otro origen, para los que no están versados en las ciencias geológicas, que el sobrenatural.

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