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Cristiano hasta la muerte

El suicidio de un obispo en Pakistán en protesta contra una ley islámica genera una "revolución" católica

El obispo católico John Joseph eligió una forma insólita para protestar contra la persecución que sufren los católicos en Pakistán: el pasado miércoles acudió a un tribunal de este país, sacó una pistola y se pegó un tiro mortal. El suicidio del obispo de Faisalabad, una ciudad situada a 150 kilómetros al sur de Islamabad, ha provocado una auténtica conmoción en la pequeña comunidad cristiana de Pakistán (sólo un 2% de la población). Desde entonces se suceden los enfrentamientos y tensiones entre monjas, curas y fieles de a pie y unos musulmanes que defienden su ley islámica. La policía, mientras, abre fuego contra los cristianos. Ayer, en medio de los enfrentamientos, varios miles de católicos enterraron con lágrimas y orgullo a su nuevo mártir, el obispo Joseph, muerto a los 62 años.La catedral de San Pedro y San Pablo de Faisalabad era ayer el escenario de la tensión. En medio de los himnos religiosos se alzaban las voces que pedían la derogación de la Ley 295 C, por la que se suicidó Joseph y bajo la cual el cristiano de 25 años Ayoub Masih fue condenado el 27 de abril. ¿Su delito? Durante una discusión con un vecino musulmán, le conminó a leer Versos satánicos, del escritor Salman Rushdie, condenado a muerte por el régimen iraní, «para darse cuenta de que la religión de su Santo Profeta era falsa». Es decir, según la citada ley, cometió blasfemia contra Mahoma. ¿La sentencia? Pena capital.

«Las peticiones para que se derogue esta ley demuestran absoluta ignorancia sobre las consecuencias que ello traería. Si se derogara, se impondría la ley de la selva en todo el país», declaró el ministro de Pakistán para Asuntos Religiosos, Raja Zaraful Haz.

No opinaba lo mismo el obispo Joseph, conocido activista de los derechos humanos en Pakistán, que antes de pegarse un tiro ante el tribunal de Sahiwal, que condenó a Masih, dejó una nota en la puerta que decía: «Éste es el primer sacrificio».

Tampoco opina eso el Departamento de Estado de EE UU, que el jueves pidió al Gobierno paquistaní la derogación de una ley aprobada en 1985 bajo la dictadura de Zia ul Haq, que quería así ganarse a los integristas musulmanes. Hasta el momento nadie ha sido ejecutado por esta ley.

«La sangre de John Joseph causará una revolución», declaró ayer Ponnie Mendes, el obispo sustituto del suicida en Faisalabad. «Dio su vida por una causa y estaba luchando contra la discriminación».

Esa revolución estaba ayer en marcha en la catedral, y también en el llamado Pueblo Cristiano, donde unos 500 musulmanes entraron a saco y quemaron y destrozaron casas y tiendas de los lugareños católicos. Las jóvenes corrieron a refugiarse en las casas vecinas hasta la llegada de la policía. Regresaron entonces los cristianos del entierro y, al encontrar los destrozos, atacaron a las fuerzas de seguridad. Éstas, equipadas con blindados, respondieron con balas y gases lacrimógenos. También prohibieron una manifestación de musulmanes suníes en Sibha i Shaba. Los cristianos han anunciado huelga para hoy.

Ranjah Masih, otro cristiano (sin relación con el condenado), fue detenido el sábado, acusado de haber roto una tabla en la que estaba escrito un verso coránico durante los disturbios que tuvieron lugar cuando llegó el cadáver de Joseph a Faisalabad. En ellos, la policía abrió fuego contra los cristianos, provocando al menos ocho heridos.

«El obispo Joseph ha sacrificado su propia vida, como hizo Jesucristo, por la salvación de otros», declaró el padre Emmanuel Asi, de Lahore. «Dio su propia sangre para salvar a aquellos acusados de blasfemia». El embajador del Vaticano en Pakistán, Renzo Fretini, acudió a los funerales por el obispo y se situó con los principales cargos católicos y protestantes que asistieron al oficio, también junto a activistas de Derechos Humanos.

Los cristianos forman una pequeña e impotente comunidad en Pakistán. La mayoría son descendientes de los sectores más pobres de la población, que aceptaron la fe que traían los misioneros en los siglos XVIII y XIX, y viven por ello bajo la acusación de aceptar la religión del opresor colonial. Masih, el hombre condenado a pena capital, está en la cárcel pendiente de apelación, y su familia se ha convertido en objetivo islámico. Su madre, Bashiran Bibi, y toda su familia han huido.

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