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Reportaje:EXCURSIONES: LA CEBEDILLA

El bosque cosmopolita

Lo exótico tiene un prestigio del que carece lo autóctono. Salvo que una campaña publicitaria institucional demuestre lo contrario, el producto importado es siempre de chipén, en tanto que el de la tierra se reputa de clase inferior, de baladí; una voz, por cierto, que viene del árabe baladî, "del país, indígena". Podemos ser más patriotas que Cascorro, pero eso no obsta para que, a igualdad de condiciones, prefiramos fichar a un delantero bosnio que a uno de Calahorra, calzar unos mocasines italianos que unos de Elda o plantar en nuestro jardín un pino del Himalaya que uno de Valsaín. A ese embeleso con lo foráneo obedece, sin duda, la presencia de docenas de árboles peregrinos en los contornos del que fue vivero forestal de la Cebedilla. Instalado a finales del XIX en el término de Lozoya, junto al arroyo del Palomar, a 1.700 metros de altura y a dos kilómetros del puerto de Navafría, este plantío fue utilizado para repoblar el monte con el clásico pino silvestre o de Val-saín, obteniéndose los resultados que hoy saltan y maravillan a la vista.Pero se ve que a los ingenieros forestales aquello de jugar sólo con pimpollos de la cantera les aburría mucho, y decidieron alegrar el vivero y sus alrededores dando entrada a abetos rojos, abetos del Cáucaso, abetos de Douglas, cipreses de Lawson e incluso algún que otro pino de Lord Weymouth. A los extranjeros, o sea.

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Paseo de iniciación

En su descargo hay que decir que, a diferencia de lo ocurrido en otros montes, donde la introducción de especies forasteras ha dejado casi fuera de juego la flora local -verbigracia, las arizónicas en la Pedriza-, la intrusión aquí fue anecdótica. Y lo cierto es que, al desmantelarse el vivero a principios de siglo, quedóse sola y a su suerte en la espesura del pinar la que hoy es la pandilla de coníferas más cosmopolita, venerable -todas frisan en la centuria- y de títulos más campanudos de la sierra madrileña. Un poco como unas ancianas campistas suecas o de Oregón que no hacen mal a nadie.

Abeto fabuloso

Un paseo facilísimo, que nos va a permitir conocer estas rarezas forestales, principia en el área recreativa Peña Alta, señalizada en el kilómetro 6,9 de la carretera de Lozoya al puerto de Navafría. Allí, junto al aparcamiento donde dejaremos el coche, descuella un fabuloso abeto de Nordmann o del Cáucaso, nombres que esta especie recibe en atención al ruso que la descubrió y a la región donde se da espontáneamente. Éstas son sus señas: 100 años, 25 metros de altura, una copa cónica de perfección casi geométrica y un tronco que, para poder abrazarlo, harían falta dos hombretones.Desde aquí seguiremos a pie por la solitaria carretera, avanzando monte arriba como por un túnel de pinos silvestres, hasta que, al llegar al kilómetro ocho, poco antes de cruzar el puente sobre el arroyo de Navajero, divisemos a la izquierda un grupo de cipreses de Lawson desperdigados sobre un trampal. Lawson se llamaba el escocés que en 1854 recibió en su vivero las primeras semillas de estos árboles oriundos de California y Oregón, los cuales el lego distinguirá de los pinos circundantes por sus hojas escamosas y su ramaje de aire alicaído, desmayado, elegante. Notable es el ejemplar que tiene tres troncos principales, 23 metros de talla y 70 primaveras.

Más arriba -sobre el kilómetro 9,3- sale a la izquierda una pista forestal que, ganando suavemente altura, nos va a conducir en 10 minutos hasta el arroyo del Palomar, no más pasar el cual hallaremos, a mano derecha, los homéricos supervivientes del vivero de la Cebedilla, que aquí estuvo afincado. Veremos colosales abetos de Douglas (o pinos de Oregón), algunos de los cuales, desprovistos casi de copa, son un puro mástil de 30 metros -lejos aún del que dio en Inglaterra para un asta de bandera de 66 metros-; y también magnos abetos rojos, que hasta el más profano reconocerá por haberlos llevado a casa siguiendo una tradición navideña que ciertamente no es española. Lo dicho: el prestigio de lo exótico.

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