_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aprendiendo del dolor

Emilio Lamo de Espinosa

Mientras el clero vasco dilucida si lo evangélico es apoyar a los asesinos o a los asesinados reinterpretando aquel viejo mandamiento que dice no matarás para que diga estarás a medio camino entre la víctima y su asesino. Mientras el gobierno dilucida si es tarea o no del Estado -de cualquier Estado- el monopolio de la violencia legítima para garantizar la seguridad de sus ciudadanos o es mejor dejar que actúen las leyes del mercado. Mientras el PNV madura si la Ertzaintza es la policía del nacionalismo vasco o la del Estado en Euskadi. A tan sólo veinte días del último asesinato y sólo veinticuatro horas después del último intento de asesinato, otra joven madre asesinada porque sí, tres niños que sufrirán el dolor de la orfandad, y todo nos llena de ira y de pasmo, una vez más encogidos de dolor, pegados a la radio, absortos por la maldad que no podemos comprender, otra vez, los basta ya, otra vez la España extática, transida, dolorosa.Al igual que en las novelas de serie negra, en el fatal momento en que suena la detonación todo se suspende, el tiempo se detiene en un instante eterno y primordial, la escena se congela y nos trasladamos a una pesadilla que se repite monótonamente. Más real que la realidad misma, no podemos escapar del sueño del mal. Así fue en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin, en Chile, en Argentina o en Argelia, así ha sido siempre el terror, la más poderosa fuerza de envilecimiento moral. Pues si no podemos escapar de quien nos persigue, pactemos con el mal. O peor aún, alíate con él.

La estrategia del terror busca esa desesperanza que nos coloca del otro lado de la razón, allí donde ya no hay bien ni mal, perdido el sentido, plegados a miedo y vencidos por la apatía, ya nada se puede hacer, entregados. Por eso es tan importante hablar, la radio en la que los ciudadanos gritan su indignación, la interrupción de la rutina para manifestar nuestra ira al compañero de trabajo, la protesta en la calle, los jóvenes con sus manos pintadas de blanco. Porque sólo así, hablando, rompemos el embrujo dé la pesadilla en que nos aisla el terror y descubrimos que es un engaño, que sí se puede hacer, que otro concejal ha ocupado ya el lugar del asesinado, que España puede soportar otros ochocientos muertos mientras ellos pierden apoyo día a día, y sobre todo, que pagarán por lo que hicieron y que no ganarán nunca.

Ése es el terrible fallo de ETA, HB y sus votantes y la causa de que, a pesar de todo, por muchas muertes que causen, perderán esta siniestra batalla. Pues los pueblos, al igual que los individuos, aprenden, y al tiempo que ellos socializan el sufrimiento, España aprende día a día del dolor. Cada muerte nos hace más fuertes, cada brutalidad más seguros en el rechazo y cada duelo más numerosos. El muro de incomprensión, distancia y malentendidos que separaba hace años a vascos de no vascos saltó cuando, en el otoño de 1995, y en la manifestación de la Castellana tras el asesinato de Paco Tomás y Valiente, el grito de ETA no, vascos sí saltó desde el Paseo de la Castellana hasta llegar a la Puerta del Sol y alcanzar las calles de Bilbao en julio pasado tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. A cara descubierta, la gente se enfrentó entonces a los asesinos en Ermua, Basauri u Ordicia. Son ya millones los vascos que gritan vascos sí; ETA no. La frontera está ya del otro lado, cerrando a los asesinos contra la pared.

Pero los ciudadanos vascos tienen una muy dilfícil tarea a realizar. Al regresar el monstruo a casa se descubre que es al tiempo uno mismo y lo más ajeno. ¿Cómo desarmar al hermano? La guerra civil acabó hace décadas en toda España pero sigue allí viva, como una crónica enfermedad moral de cuyo círculo de fuego no puede salir, tanto más virulenta cuanto más próxima, familiar e íntima. Por ello, la movilización ciudadana contra la violencia debe ser pacífica, pues no puede utilizar el hierro contra el hierro sin herirse a sí misma. Pero no puede ser pacifista y no debe dejar de ejercer violencia moral contra el delirio, una violencia insistente y cotidiana, una microlucha que se libra en cada conversación, en el bar o el aula, en la tertulia, con el gesto más que con la palabra. Una muy difícil tarea.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_